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Del Sí porque sí al No porque no

Bolivia está en puertas de un referéndum para la modificación del artículo 168 de la Constitución Política del Estado relativo a la postulación electoral de las máximas autoridades de gobierno en funciones a un segundo periodo consecutivo. ¿Estamos de acuerdo los bolivianos con esa reforma? Sí o No son las opciones para el ciudadano. Lo que pareciera claro y simple en sus alternativas presenta en la práctica una serie de matices (nada desdeñables) que la consulta como tal no será capaz de recoger ni de interpretar, menos de incorporar al ejercicio democrático. Veamos.

Se perfila por una parte el voto al Sí porque sí: el de los soldados del proceso que acatan la línea bajada desde el buró político cumpliendo una disciplinada militancia; también el de quienes se detentan poder en mayor o menor grado en el esquema gubernamental; o el de los votantes por afinidad de clase (Evo es como nosotros, y punto). En general será un voto de coyuntura, posiblemente ajeno al impacto de su opción en el largo plazo.

En el otro extremo se avizora el voto al No porque no: el de quienes negaron el proceso de cambio desde un principio sin argumentos atendibles o bajo criterios más o menos explícitos de racismo (“no permitiré que ningún indio gobierne a mis hijos”); o el de aquellos que todavía no asimilaron la profundidad de las transformaciones de Bolivia y añoran el retorno a la vieja república en cándido empecinamiento; o el de los que apuestan al fracaso integral de la gestión de gobierno, no importa si negando la trascendencia de los cambios, apedreando, mintiendo o conspirando, para encontrar algún resquicio de recuperación en el espacio político perdido.

En medio de estas polaridades se encuentran otros niveles de reflexión. Por ejemplo el del voto al No porque sí, si cabe el término. El de los que sí creen en el proceso más allá de sus protagonistas y proponen la expansión de liderazgos para darle futuro a un proyecto político resultante de seculares acumulaciones históricas; son quienes encuentran en el No la mejor manera de reafirmar (Sí) el curso histórico del proyecto en marcha desde 2006 con gravitación inexorable sobre las estructuras del país.

En otro rango intermedio aparece el voto a lo que podríamos llamar el Sí pero no. El de los que por condición de clase son completamente distantes de las fuerzas sociales emergentes del cambio, pero que en los hechos son beneficiarios de una economía sólida en cuyo contexto ven una promisoria expansión de su misión empresarial. Evitarán pronunciarse durante la campaña pero votarán al Sí, porque son pragmáticos como sus números y no arriesgarán su bienestar por “principios” ni “ideologías”. Ese panorama nos pone ante paradojas inescrutables. En la casilla del Sí convergerán radicales y conservadores. La casilla del No aglutinará tanto a detractores del proceso por antonomasia como a quienes procuran la trascendencia generacional de los emprendimientos transformadores.  

Lo dramático es que cualquiera sea el resultado del referéndum (tan democrático en apariencia), no estará leyendo los nuevos abigarramientos sociales (Zavaleta) de la Bolivia posneoliberal. Porque el hipotético triunfo del No será capitalizado por fuerzas normalmente reaccionarias, pero en él habrá un importante caudal de voto revolucionario histórico. Y el hipotético triunfo del Sí legitimará la gestión de un gobierno que cambió al país, pero estará moralmente imbricado con el voto tradicionalmente reaccionario a cualquier atisbo socialista, comunitario o culturalista. ¿Qué tal? ¿Cómo votamos?