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La illa del emprendimiento

La pequeña figura de piedra de 15,5 centímetros de alto y aproximadamente 2.000 años de antigüedad estuvo en Tiwanaku hasta el 18 de octubre de 1858. Ese día, según cuenta el científico y lingüista suizo Johann Jakob von Tschudi en su libro Viajando a través de América del Sur, con la ayuda de una botella de coñac convenció a sus guardianes para que le entregaran la “muy interesante y bien elaborada” estatuilla. En 1929, tres años después de la muerte de Von Tschudi, su nieto vendió el ídolo al Museo de Historia de Berna (Suiza), donde pasó a ser uno más de sus muchos objetos en exposición.

En noviembre de 2014, gracias a las gestiones de la Cancillería boliviana, después de más de siglo y medio de estar fuera de su hogar, lo que para los suizos no era más que otro idolillo de indios de América del Sur, la illa del Ekeko, la deidad más importante de los andes, la energía de la abundancia y prosperidad, regresó a su lugar de origen.

Su retorno a Bolivia trajo consigo la renovación de nuestra esperanza de alcanzar el equilibrio, la energía y la abundancia. Con esa restitución también se originó un debate sobre el significado de la palabra “illa”. Para fines del presente comentario, me sirvo del concepto que expone Mario Rodríguez Ibáñez, del movimiento Wayna Tambo (Red de la Diversidad): “La illa se hace después de la siembra y antes de la cosecha. Es una fiesta en la que las illas son símbolos, piedras o miniaturas de lo que uno quiere criar. La illa es la idea de algo que ya es sin ser todavía, algo que tienes que criar”.

El concepto es muy poderoso en el sentido que nos muestra cómo primero visualizamos y damos existencia a lo que puede ser, lo materializamos y luego lo criamos para hacerlo crecer. Esta concepción es parte de lo que recomendamos y practicamos quienes estamos en la tarea de apoyar emprendimientos. Una de sus expresiones es el llamado “producto mínimo viable”, el cual materializa las ideas del emprendimiento y pone a prueba lo que se quiere hacer o vender. Me llamó la atención ese paralelismo, tanto por el hecho de que ancestralmente ya se hubiera utilizado el concepto, como por encontrar que en nuestro inconsciente colectivo existe una sólida base a partir de la cual podemos asentar los esfuerzos para apoyar los actuales emprendimientos.

Así como sucedió con las microfinanzas, en donde generamos modelos propios para trabajar con bolivianos y bolivianas (modelos valorados por muchos y criticados por otros), requerimos desarrollar nuestros propios “ecosistemas” de apoyo al emprendimiento, partiendo de nuestras raíces, como puede ser el caso de la illa.

La idea es que el emprendedor o la emprendedora vean su emprendimiento con todo lo que es una empresa sin ser todavía, teniendo después que crearla y criarla para que se haga realidad. Esta forma de pensar no solo materializa su deseo, sino que le ayuda a actuar para lograr lo que se desea con el emprendimiento que impulsa.

Esperamos que la illa del Ekeko nos traiga equilibrio y energía y —por qué no— prosperidad, lo cual se materializará en la medida en que podamos generar más y mejores emprendimientos que no solo cambien las materias primas en productos con valor agregado, sino que transformen nuestra realidad para tener una sociedad en la que realmente podamos Vivir Bien. En la ya próxima Alasita paceña, espero encontrar la miniatura del emprendimiento para enfocar las energías, rescatar nuestro conocimiento y criar nuestras ideas para hacerlas realidad…
NdA. Agradezco los aportes de M. Sahonero para la elaboración del presente texto.