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Entre el Ekeko y la ch’alla

En Bolivia el año no comienza —ni mucho menos— el 1 de enero. Ni siquiera el 1 de febrero, que este año coincide con el inicio del año escolar que será interrumpido a los pocos días por el feriado carnavalero. Recién pasado el Carnaval, el Miércoles de Ceniza, podremos mirar hacia las semanas y meses que vienen y sentir que 2016 está vigente.

Sin embargo, el periodo entre el 31 de diciembre y el 10 de febrero es un tiempo precioso, que nos permite visualizar lo que queremos durante el año y asegurarnos de que se consiga de un modo u otro. En la feria de Alasita soñamos en grande y compramos en pequeño. Entramos todos en un delirio colectivo que nos permite la generosidad, esa cualidad que tan pocas veces demostramos el resto del año. En Alasita le compras a tu suegra un auto, le regalas una boda a tu prima y repartes millones entre tus vecinos. En Alasita viajas, construyes, estudias y botas la casa por la ventana (aunque sea una ventana en miniatura). Es el momento en que nos planteamos metas y tenemos el valor de decirlas en voz alta: —Señora, por favor véndame un doctorado en Harvard. Que luego no nos alcance la plata ni las agallas para aplicar a Harvard es otra cosa. Lo importante es que me he mirado en el espejo de la fiesta y me he dicho a mí mismo: Voy a seguir estudiando, hasta donde pueda. Dicen algunos gurús que con eso basta para lograr cualquier meta que uno se proponga.

Munidos de nuestros certificados de matrimonio, de nuestros edificios de cinco pisos o de nuestros camiones contrabanderos, llegamos a la siguiente fiesta: la que celebra el agua, la fertilidad, la amistad, el compadrazgo, la irreverencia, la vida misma. En Carnaval nos despojamos de toda responsabilidad y la pasamos bomba. Comemos, bebemos, bailamos, jugamos, nos disfrazamos y adornamos con flores, globos y serpentinas nuestras casas, sementeras, autos, animales y oficinas. En Carnaval hacemos canastas con tortas y frutas para entregárselas a nuestras amigas y comadres. En Carnaval nos vestimos de diablos, tobas o morenos, y bailamos por kilómetros en devoción a la Virgen de la Candelaria. En Carnaval nos juntamos para celebrar nuestra música al ritmo de miles de instrumentos. Es tiempo de agradecer lo que ya hemos recibido y de pedir, por favorcito, un poquito más para el año que comienza.

Si en Alasita has establecido tus metas, en Carnaval te preparas para alcanzarlas. Lo haces en bacanal y fiesta (gastas tus ahorros en la fraternidad o la comparsa o el viaje con los cuates a Coroico, Oruro o Cochabamba). Pero está bien, no importa: al gastar y celebrar estrechas tus relaciones y alianzas, generas intercambios y te das el gustito que te va a permitir cargar las pilas para el resto del año que comienza.

Me dirán que lo veo con demasiada ingenuidad y optimismo, pues en la fiesta hay alcohol en abundancia, y con el alcohol vienen la irresponsabilidad, el peligro y la violencia. Es verdad. En Carnaval se conciben muchos niños no deseados, se destruyen familias y se mata y se roba y se viola. Ojalá pudiéramos celebrar y agradecer y cargarnos las pilas sin llegar a extremos que acarreen terribles consecuencias. Quizás eso es lo que deberíamos pedirle al Ekeko en las semanas previas: un poco de autocontrol y templanza. Un freno al que podamos acudir cuando estamos a punto de caer en el desbalance y la violencia. Un Pepe grillo que nos amarre la lengua para no decir lo que no debemos, que nos esconda las llaves para no manejar cuando no podemos, y que nos haga regresar a casa sanos y salvos antes de que la fiesta se transforme en tragedia.