Los recuerdos y las opiniones sobre su persona sobran. Y es que todos —familiares, amigos, colegas— guardamos en la memoria aquellos momentos que compartimos con él. Esos que hoy guardamos con cariño en el corazón y que vivirán ahí hasta el día en que nos reencontremos. A casi prácticamente dos semanas de su partida, su ausencia en la sala de redacción sigue (y seguirá) latente. Y es que una persona como Mario Christian Galindo es difícil de olvidar. Tenía una personalidad imponente como pocas. Su sola presencia, creo yo, no pasaba desapercibida en ningún lugar, y no solamente por su físico o  su voz, si no por la energía y la confianza que desprendía.

Era aguerrido, perspicaz, solidario, educado, responsable y, sobre todo, muy puntual. Esas eran algunas de sus virtudes y particularidades que llegué a apreciar y que gratamente recuerdo de él. Era como muchos dicen: un hombre de batalla; esos que a pesar de las adversidades siempre caminan hacia adelante, sin retroceder. Su vida y su familia eran lo que más atesoraba. Dos años atrás había sufrido un accidente de tránsito de consideración. Tuvo que pasar por varias intervenciones quirúrgicas y una larga rehabilitación para su recuperación total. Ya en enero de 2015 el Supremo quiso que se reincorporase a la sala de redacción. En esa ocasión la familia de La Razón volvía a ser la misma, se sentía íntegra. Había recuperado no solo a un gran profesional, sino a un amigo, a un líder. De regreso, como todo ser humano vivía buenos y malos días, preocupaciones y alegrías; empero, siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Hoy una enfermedad aguda lo aleja nuevamente de nosotros y para siempre.

Los recuerdos son muchos. Solía vestir casual, lo suyo eran las camisas, polerones y jeans, tenía un gusto singular por los relojes y, entre otras cosas, por las películas, las series, la música y el buen fútbol. El negro y el amarillo eran sus colores predilectos. El Tigre de Achumani era responsable de sus alegrías y en ocasiones de su furia. Aun así, defendía a capa y espada al equipo de sus amores ante cualquiera.

Su partida me hizo comprender que la amistad y el cariño trascienden la edad y el tiempo. Extrañaré verlo con los periódicos en mano al salir de las reuniones. Extrañaré su saludo cuando me decía: “—Hola, Miriam, ¿qué novedades?”. Extrañaré platicar, reír con él y pedirle consejos. Empero, me siento afortunada y agradecida con Dios por haberme permitido disfrutar de su amistad tan sincera. Gracias, Christian, por haber confiado en mí, por haberme apoyado. Guardaré en mi memoria y en mi retina todos los consejos y momentos compartidos.