Los mensajes de los pontífices en las jornadas mundiales de la paz constituyen un cuerpo de doctrina cuya riqueza antropológica puede ponerse al servicio de las relaciones internacionales. Sin embargo, el núcleo del que parten los mencionados mensajes parece alejado de las perspectivas actuales, en las que el individualismo limita el campo visual. Lo dicho puede ser ilustrado al hilo del mensaje de este año, difundido el 1 enero de 2016. Según señala el papa Francisco en ese mensaje, apenas empezado el tan esperanzador siglo XXI (que traía grandes promesas de desarrollo) encontramos nuevas amenazas para la paz. Incluso se presentan innovadoras y sistemáticas formas de violencia que desalientan cualquier intención de construir un mundo mejor. Hoy estamos sumidos en una vorágine de eventos que invitan a declinar cualquier apuesta por el ser humano. Podemos reunir una desalentadora serie de imágenes de Siria, Palestina, Francia, el migrante niño muerto en una playa de Turquía, Corea del Norte, etc.

Solemos pensar que los asuntos relativos a la paz van a ser resueltos en grandes foros internacionales, en los que durante mucho tiempo se han negociado (sin mucho éxito) diferentes acciones para mitigar las guerras. Pero garantizar la paz no depende ni de leyes ni de declaraciones. Es más, el conflicto armado es solamente una de las manifestaciones contrarias a la paz. Existe toda una gama de esfuerzos “menores” que pueden ayudar a alcanzar la vida en armonía de los seres humanos, y su ausencia es la que desencadena las situaciones violentas.

Vivimos un tiempo caracterizado por una globalización que agiliza la circulación de información. Podemos conocer en segundos lo que pasa en el planeta, pero hemos perdido la capacidad de sentir empatía por quienes sufren a causa de la violencia que vemos en la pantalla. La indiferencia también se ha globalizado, es la moda de un mundo individualista y consumista que vive mirándose el ombligo. Por indiferentes, sin saberlo, alentamos aquello que el Papa denomina una “Tercera Guerra Mundial en fases”. En este nuevo campo de batalla luchan encarnizadamente la corrupción, la trata de personas, el narcotráfico, el bullying, la miseria, la contaminación, etc. Son encuentros de intereses personales (pequeños, pero muchas veces crueles) que día a día se libran frente a nuestros ojos y que van en desmedro del desarrollo de los seres humanos. En el fondo, alcanzar una convivencia pacífica puede estar más relacionado con situaciones triviales a que con los grandes escenarios de conflicto.

El primer “esfuerzo menor” que debemos hacer para combatir en esta guerra es vencer la indiferencia. Se trata de descubrirnos como hermanos viviendo bajo el techo de una casa común (nuestro planeta).

Hoy desfilan banderas de colores en las fotos de perfil de las redes sociales. Éstas pueden ser tímidos pasos para un mundo que siente empatía y compasión frente al dolor de los hermanos, pero muchas veces quedan en el baúl del olvido. Hay que animarse a dar más pasos, que suponen ayudar y cuidar a las personas. Vale la pena explorar una fraternidad entre seres humanos que aliente el interés por los problemas de los demás.

Existen otros esfuerzos también menores por la paz. El Pontífice señala que  son necesarias “políticas eficaces que promuevan el principio de la fraternidad”. Políticas que promuevan igualdad y nos orienten para que nos hagamos más humanos. Políticas que estimulen una conversión que si es verdadera no se queda en meras formas, sino que alcanza a las actitudes. Ejemplo local son las cebritas (educadores viales) y el programa de la “felicidad” del municipio paceño. ¿Nos dejaremos educar por estas políticas? Solo si superamos la indiferencia. La olvidada fraternidad puede ser el “esfuerzo menor” en nuestra cruzada por un mundo en paz.