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Entre el Sol y la Luna

Todo da vueltas, como el Sol y la Luna. Los neoliberales solían comparar los resultados económicos de su gestión con los de la década pérdida. Ahora, el Gobierno compara sus logros en épocas de bonanza con los del periodo neoliberal.

Comparar con lo peor no es muy razonable, pero es instructivo. A Bolivia no le fue tan mal como a Venezuela, Argentina o a Brasil. Podía haberle ido como a Venezuela si el Gobierno hubiese desconocido algunas reglas de la economía. O como a la Argentina o al Brasil si en el afán de traer capitales del exterior y al mismo tiempo controlar obsesivamente la inflación hubiese aumentado las tasas de interés al punto de matar la inversión. Nada de eso ocurrió. Se tuvo una tasa de inflación baja, se controló el déficit fiscal, disminuyó el desempleo y se logró un crecimiento económico aceptable, aunque no en la medida que podía esperarse. Pero en su afán de mantener la estabilidad económica, el Gobierno utilizó la política cambiaria como instrumento antiinflacionario, en claro desmedro de la producción nacional. Hoy, Bolivia importa papas, cebolla, tomates, paltas, etc., y todo tipo de manufacturas.

Por otra parte, algunas inversiones millonarias realizadas durante estos años merecen fuertes críticas. Se gastó enormes cantidades de dinero en obras que no eran prioritarias y/o que fueron financiadas con precios exorbitantes. El teleférico de La Paz es una obra muy bonita de un costo de algo más de $us 800 millones, mientras que la agricultura se muere a cuentagotas. La fábrica de urea cuesta $us 800 millones y el tren que unirá Bulo-Bulo con Montero tiene un costo de $us 400 millones. Se ignora de qué forma se podrá amortizar estas inversiones. El satélite Túpac Katari tuvo un costo de $us 350 millones, pero pocos saben para qué sirve. Se invirtió sumas millonarias en caminos sin realizar inversiones colaterales que los vuelvan rentables. Se ha hecho un aeropuerto en Chimoré donde solo aterrizan aves. El tren urbano en Cochabamba costará $us 560 millones para ir de Sipe-Sipe, una región poco poblada, hasta Sacaba. Se hará un teleférico en Oruro y un tren en Santa Cruz. Se ha comprado un avión para el Presidente a un precio exorbitante. Se hacen compras millonarias de aviones y armamento para las Fuerzas Armadas. Se compró por $us 30 millones barcazas que nunca llegaron. Los radares cuestan $us 215 millones.

De esta manera, en 2016 el desarrollo de Bolivia se enfrenta a los mismos problemas que en 2005, pero con más deuda externa. De los $us 30.000 millones invertidos en los últimos 10 años se presume que se malgastó unos $us 20.000 millones, que podían haber servido para sembrar las raíces de un crecimiento sostenido.

La principal razón para que esto haya ocurrido es la falta de institucionalidad de las decisiones de inversión, las que son tomadas por las instancias políticas de alto nivel con un control muy laxo de las instancias técnicas. Ésta es una herencia del periodo neoliberal que el actual Gobierno recibió encantado.

En la actual búsqueda del voto por el Sí en el próximo referéndum, el Gobierno debería prometer que ajustará la política económica al nuevo contexto internacional y que implantará un nuevo mecanismo institucional para mejorar la calidad de las inversiones. Decir que seguirá haciendo lo mismo no es muy alentador. La oposición debería hacer lo mismo y no sería mala idea llegar a un acuerdo nacional sobre estos puntos.