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Eficacia de la guerra sucia

Si hay algo que aprendí en mi estancia en México hace algunos años es la contundente eficacia de la guerra sucia en política. Hoy la campaña del referéndum constitucional del 21 de febrero puede ser estudiado como un caso emblemático de una planificada estrategia de desprestigio, cuyas consecuencias evaluaremos en los resultados electorales.

Una campaña electoral que parecía no iniciar nunca y que antes que compromiso político nos arrancaba bostezos, como sorpresa carnavalera, hoy nos pone frente a una bien montada estrategia de guerra sucia. Veamos como la teoría del marketing político se aplica de manera ejemplar para analizar los hechos ocurridos en los últimos días.

Pedro Viveros, especialista colombiano en mercadeo político, dice que la guerra sucia se aplica cuando la contienda está muy apretada y es más eficaz a pocos días de la meta, ya que busca sembrar dudas sin el tiempo suficiente para aclararlas. El especialista agrega que las estrategias dañinas perjudican solo si se logra permear la integridad del candidato —sobre todo si los hechos tocan su talón de Aquiles— y su equipo de campaña no tiene la capacidad de reacción.

Así, el timing de las denuncias presentadas por Carlos Valverde es perfecto; se denuncia el supuesto tráfico de influencias sin tiempo suficiente antes del referéndum para que una investigación pruebe o niegue la acusación. Por otro lado, es indudable que la denuncia daña la integridad de Evo Morales, quien había logrado aislar su liderazgo de otros hechos de sospecha de corrupción de su entorno político; así como apela a su talón de Aquiles: un presidente soltero que puede ser presa fácil de las tentaciones femeninas. Por último, es indudable que el gabinete estratégico de campaña del Mandatario no desarrolló una estrategia adecuada de control de daños y —como sostienen algunos analistas— más bien contribuyeron a profundizar la crisis.

El especialista mexicano en campañas políticas Eric Castillo sostiene que la guerra sucia contra un candidato “se debe hacer fuera de los protocolos de campaña. Por lo regular, se contratan grupos de choque que funcionan de manera colateral a la campaña general”. Así, en el caso que nos ocupa, un periodista independiente aparece como el vocero perfecto de la denuncia de corrupción.

El especialista mexicano agrega que un golpe tiene que ser medido pensando en el público al que se quiere influir. En el caso de las denuncias de Valverde el público al que más se podría influir es a una clase media urbana cuya moral está inspirada por valores burgueses, y en cuya indignación ha primado criterios clasistas, racistas y misóginos por encima de una genuina preocupación por los bienes del Estado.

Sabemos que las campañas políticas son en un 90% emotividades. Las emociones son la matriz que, en gran medida, rigen el comportamiento de los electores. Por ello, las campañas políticas buscan vender percepciones, no realidades. Allí radica el peligro de la guerra sucia. La propaganda negativa es contraria a la democracia, ya que logra generar una cortina de humo en torno a los problemas centrales que están en disputa en una elección.

Una de las condiciones para que la democracia funcione es que la ciudadanía cuente con información cierta y relevante que le ayude en la definición de su voto. En teoría, los tiempos de campaña sirven para cualificar nuestras decisiones. Sin duda las denuncias vertidas en los días pasados ameritan una investigación profunda que nos ayude a desentrañar la sombra de corrupción que podría empañar la gestión gubernamental los próximos cuatro años. Pero de ninguna manera el despliegue de una bien montada estrategia de guerra sucia debe confundirnos: la naturaleza de la consulta que enfrentamos el 21F es sobre la reforma parcial de la Constitución Política, no lo olvidemos.

Es cientista social.