Tiempos de reflexión
Al estilo de los antiguos zahoríes, en algunos casos se vendió ilusiones y se descuidó la realidad
Se avecinan inexorablemente tiempos difíciles que harán sentir la verdadera dimensión del proceso de cambio que nos venden a diario, así como la importancia de los proyectos que encara la administración actual y el futuro de algunos de ellos que se pintan como realidades, cuando en verdad se trata de viejos emprendimientos, algunos de ellos de la categoría de elefantes blancos (Mutún, Karachipampa, Corocoro, el petróleo del norte de La Paz, el ingenio azucarero San Buenaventura, etc.); viejas ilusiones que reverberan en calidad de proyectos, siendo que su factibilidad se arrima a un delgado hilo conductor que depende de un mercado externo adverso, de una legislación que aleja las inversiones, de adecuación tecnológica inexistente en algunos casos y de un manejo gerencial y financiero todavía deficiente en otros, y que por la presión del mercado se trata de mejorar, pero de manera tardía pues hoy la coyuntura es adversa.
Estos temas sacan a relucir la improvisación en el manejo de nuestros proyectos. Al más puro estilo de los antiguos zahoríes, en algunos casos se vendió ilusiones y se descuidó la realidad, que pasó a ser secundaria por el jolgorio de precios de las materias primas, lo que generó una bonanza ajena a nuestros esfuerzos. Pasada la euforia, ahora la realidad asoma a cada instante y nos recuerda lo difícil que es generar riqueza aún a costa de un extractivismo que se acentúa cada vez más, pese al descontrol en la administración de los recursos naturales.
Los pocos intentos de diversificación de nuestra producción (refinerías de metales y plantas separadoras de hidrocarburos o de sales en el Salar de Uyuni) son ímpetus aislados que a paso cansino y en un prolongado periodo de aprendizaje se van acomodando a tiempos donde la tecnología y la comunicación, que han globalizado no solo los mercados sino la generación misma de emprendimientos económicos, nos recuerda que la improvisación ha sido y será siempre el camino más directo al infierno. Muchos de nuestros proyectos se han encarado con audacia, pero sin una real planificación; se pierden años en ajustar nuestros proyectos a una visión política radical, que prescinde precisamente de los factores claves del éxito en cualquier emprendimiento: inversión privada en las etapas de riesgo (v.g. exploración), tercerización de tareas específicas a los especialistas (v.g. modelaje, factibilidad, ingeniería, supervisión, etc.), adecuado régimen de concesiones en el sector minero (éste ha sido anulado y fue un error que se demuestra en la falta de emprendimientos nuevos pese al programa en curso de revertir cientos de concesiones mineras sin trabajo al dominio del Estado). Las áreas libres no tienen nuevos interesados con alguna capacidad operativa; y podríamos seguir la letanía de observaciones ya expuestas años atrás en esta columna.
Vivimos una realidad lacerante de declive de las perspectivas económicas del sector productivo del país, la lucha por querer ser superhéroes de una guerra donde solo somos extras de actores globales que definen las corrientes económicas y políticas de la periferia donde vivimos, nos impide otear el horizonte de oportunidades y nos enfrentamos —sin éxito— a las leyes de un salvaje mercado que solo escucha el reverberar de monedas, billetes y tarjetas de crédito, cuya corriente imparable va ineludiblemente a alimentar arcas que no son las nuestras, sino las arcas imperiales (las históricas y las nuevas) o las billeteras de los gurús de turno de la economía mundial. El dilema es simple: nos avenimos a lidiar con reglas globales o mantenemos el statu quo actual, que no nos llevará a ninguna parte y aguantará mientras los precios de nuestra producción lo permitan.
Es ingeniero geólogo, exministro de Minería y Metalurgia.