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Sin voto blando

Tras decantarse los porcentajes finales del último referéndum, el presidente Evo Morales ha trazado un detallado balance de su primera derrota personal en las urnas desde aquel histórico domingo de 2005, que lo llevó a ser el gobernante más prolongado de Bolivia. Entre las conclusiones planteadas por Morales estuvo que el Movimiento Al Socialismo (MAS) ha expandido su “voto duro” del 35 a casi el 50%. En otras palabras, según el Primer Mandatario, todos los respaldos logrados por su partido el pasado 21 de febrero salieron de la cantera de los incondicionales.  

Se entiende por “voto duro” aquel núcleo de partidarios leales con los colores hasta la extenuación de los argumentos. Son quienes dejarían de votar por el MAS solo si lo vieran cometer crímenes abominables. De acuerdo con el balance presidencial, un poco menos de la mitad de los electores bolivianos estaría en esta condición, la de seguidores inamovibles y fanáticos. ¿Y el “voto blando”? ¿Se le esfumó? Según Morales, habría sido tan endeble, que terminó engullido completamente por la oposición. Ahí estaría entonces la explicación de la victoria, por un pelo, del No en la consulta.  

Revisando las cifras finales de los últimos años, el MAS ha retrocedido electoralmente en poco más de una década. Eso quiere decir que hoy tiene el tamaño que tuvo hace casi 10 años, es decir, antes de conseguir la mitad más uno de los votos a finales de 2005.

La mala noticia para la oposición es que incluso hace tanto tiempo el MAS ya era un partido poderoso, de manera que dista mucho de ser un coloso con pies de barro. En los hechos ha pasado de ser descomunal a ser solo enorme. Habrá MAS para, al menos, otra década, así sea bajo condiciones de una erosión sostenida.

Y así como está en duda que el MAS pueda perder su hegemonía en el periodo próximo, también ha quedado claro que perder el “voto blando” es hoy su mayor pesadilla. Desde su fundación, el MAS aspiró a seducir a los electores citadinos. A partir de 1995, Evo definió una política de alianza con los sectores medios o profesionales, que suelen convertirse en los cuadros intermedios de cualquier administración gubernamental. Así, esa fue su principal ventaja, por ejemplo, frente al MIP de Felipe Quispe, uno de sus competidores más cercanos en el pasado. A diferencia del Mallku, Evo siempre fue capaz de reclutar a especialistas. Atrajo a funcionarios de organizaciones no gubernamentales y exautoridades universitarias, artífices de sus principales éxitos operativos a lo largo de estos años.

Pues sucede ahora que, según los resultados del pasado domingo, el MAS se ha ganado el repudio de la mayor parte de los segmentos urbanos del país. Con la excepción de El Alto, fue derrotado en todas las capitales. Las “blandas” ciudades le vuelven a dar la espalda en lo que ya parece ser un bloque de resistencia que esta vez no está motivado por el miedo como al inicio, sino por un rechazo específico a la mentira y la corrupción. Ya se habla otra vez de polarización y del retorno de los viejos clivajes campo-ciudad e indígena-no indígena.

Pero, ¿por qué perdió el “voto blando” que le abrió las puertas a la mayoría absoluta? Sostengo la hipótesis de que mientras el rostro rural del MAS ha permanecido relativamente inalterado, pese a la frustración del Fondo Indígena, el lado “blando” de la alianza se cansó de tanta invocación al sectarismo y a la maniobra seca. Ya no se tolera el manual de guerra del que abrevan a diario las autoridades. Abusar del léxico de la Guerra Fría habría terminado por espantar a quienes en el pasado aplaudían la expiración del empantanamiento. El MAS tiene por delante la tarea de reconstruir esa alianza que parece haberse evaporado el 21 de febrero.