La reunión del G-20
Extraña mucho que en una reunión tan importante no se hable nada sobre el dólar fuerte
En la última semana de febrero, en Shanghái se llevó a cabo la reunión de ministros de finanzas y presidentes de los bancos centrales del G-20, constituido por las principales economías del orbe a las que se suman los países emergentes, dentro de los cuales están los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y otros como la Argentina, Indonesia, México, Arabia Saudita y Turquía, conformando una abigarrada mezcla de tipos de economías.
Dado que a los medios de comunicación les encanta hacer comparaciones económicas, la BBC señala que la sumatoria de los PIB del G-20 representa el 86% del PIB global, los dos tercios de la población mundial y el 75% del comercio mundial. Sin embargo, no conforman ningún esquema de integración y solo es un foro de cooperación y consultas, desde 1999, entre los países en temas relacionados con el sistema financiero internacional.
Ante el G-20, el FMI presentó sus Perspectivas globales y desafíos de política, en el cual alerta que la economía mundial se ha debilitado y que es altamente vulnerable a shocks adversos. Los principales temas del informe se refieren a que la actividad económica global se ha ralentizado inesperadamente a fines de 2015 y se ha debilitado a principios de 2016 con las caídas del precio de las acciones. Las proyecciones sugieren la continuación de una modesta recuperación de las economías avanzadas y un crecimiento débil en las economías emergentes.
El citado informe reitera el tema del efecto chino, al enfatizar que la desaceleración de la actividad manufacturera del gigante asiático, especialmente una sobrecapacidad en algunos sectores, ha traído una significativa desaceleración en las importaciones y ha impactado en los precios de los commodities. Sin embargo, el Banco Mundial estima que un 1% en la caída del crecimiento de China puede resultar en una declinación inicial entre el 2% y el 6% en los precios de los commodities después de dos años. Esto quiere decir que mientras el PIB de China se ha reducido en 3,5 puntos porcentuales entre el 2011 y el 2015, la caída de los precios de los commodities debería ser del orden del 21%, y no del 50%, según el Índice de Productos Primarios del FMI.
Por último, el documento repite que la declinación marcada de los precios del petróleo refleja una tenue demanda y expectativas de sustanciales incrementos en la producción de crudo de países miembros de la OPEP. En cambio, en su informe Perspectivas globales de enero de este año, el Banco Mundial reconoce que “la marcada caída del precio del petróleo de principios de 2016 no está totalmente justificada por las variables fundamentales de la demanda y la oferta”.
Extraña mucho que en una reunión tan importante no se hable nada sobre el dólar fuerte, que contribuyó al desplome del petróleo a partir de junio de 2014, y que en cambio se repita sobre el rol de un yuan débil para alentar las exportaciones chinas. También llama la atención que el reclamo sobre las tasas de interés negativas en algunos países como Japón para alentar el crecimiento, y no se discuta las amenazas, desde mayo de 2014, de la Reserva Federal de EEUU con la subida de su tasa de interés, medida que aumentó la volatilidad financiera y las depreciaciones competitivas en las economías emergentes.
Más bien, lo que parece que está en crisis es el actual desorden monetario internacional, que no ha podido actuar sobre las raíces de la crisis financiera de 2007-2008, así como sobre las políticas monetarias acomodaticias aplicadas por los principales bancos centrales y que justamente ahora todos estamos pagando sus consecuencias.