Un signo clave de la disfunción del Partido Republicano en los años recientes ha sido su poca predisposición de elaborar propuestas políticas serias. En cambio, sus protagonistas habitualmente presentan planes descabellados, que bien saben que nunca podrán ser promulgados o que los números simplemente no cuadran. ¿Qué harán los republicanos este año si son elegidos para la Casa Blanca? Todos los candidatos de ese partido amenazan con destruir Obamacare, algunos aseguran que van a aprobar una enmienda constitucional para balancear el presupuesto y otros deportarán a varios millones de trabajadores indocumentados. De más está decir que nada de esto realmente sucederá.

Tomemos en cuenta sus planes impositivos. El Centro no partidista para las Políticas Tributarias estima que las propuestas de Marco Rubio producirían un déficit de $us 8,2 billones en los próximos 10 años. El plan de Ted Cruz produciría un déficit $us 10,2 billones. Y Donald Trump predeciblemente supera a todos, con una propuesta que sumaría un déficit de $us 11,2 billones y aumentaría la deuda de EEUU hasta un 80% respecto del PIB estadounidense en las próximas dos décadas.

Incluso el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Paul Ryan (famoso por sus conocimientos de orden presupuestario y su pragmatismo), propuso un presupuesto en 2014 en el cual las matemáticas eran inviables. Él prometió reducir $us 5,1 billones en gastos durante una década; una disminución del 29% en el presupuesto. Para poner todo esto en perspectiva, la disminución en gastos más grande en seis décadas fue una caída anual del 3,4% en 1955, como parte de la desmovilización luego de la guerra de Corea.

Entonces, ¿por qué los candidatos republicanos formulan propuestas inviables? Porque saben lo que la gente quiere escuchar, son conscientes de que nada de esto es remotamente plausible y, por ende, han decidido que las propuestas políticas ya no sean propuestas políticas de verdad. En cambio, sirven como señales, impulsos emocionales, que tienen la intención de estimular a los partidarios.

El hecho de que ninguna de las propuestas puede ser realmente implementada es, por supuesto, la razón por la cual el ala conservadora se encuentra tan enojada (y se dirige a Ted Cruz). En las encuestas a boca de urna de New Hampshire, la mitad de los votantes republicanos dijeron que se sentían traicionados por su partido. Además, la práctica de utilizar la política pública como manera de captar votos ha contribuido enormemente al endurecimiento de las políticas estadounidenses y ha creado un ambiente en el cual florecen ideas alocadas, los hechos son irrelevantes y los candidatos pueden realizar reivindicaciones absurdas que son simplemente falsas.

En general, los demócratas desde Bill Clinton han evitado ese camino. Ellos han reforzado su política con información real. Si uno examina las propuestas presentadas por Bill Clinton, Al Gore, John Kerry y Barack Obama como candidatos, se puede observar que sus planes se basaban en la evidencia y en su mayoría los números cuadraban. Por supuesto, a menudo contenían suposiciones optimistas sobre el crecimiento y la inflación, pero en mucho menor medida que los republicanos. Luego de haber sido vistos como gastadores de impuestos de manera irresponsable en las décadas de los 60 y 70, el partido demócrata ha convencido a varios votantes de centro que son el partido responsable para ejercer el gobierno.

Sin embargo Bernie Sanders, senador de Vermont, parece ser la excepción en esta materia, pues sus propuestas hacen que los planes de los republicanos parezcan modelos de sobriedad y exactitud académica. Las propuestas detalladas en la página web de su campaña suman gastos entre los $us 18 billones y $us 20 billones durante la próxima década, según The New York Times. Si a esto se suma la estimación más alta de Kenneth Thorpe, profesor de la universidad Emory, acerca del plan de salud, el costo total sería de más de $us 30 billones.

La semana pasada, cuatro economistas de prestigio que sirvieron a los presidentes demócratas escribieron una carta en la cual señalaban francamente que “ninguna investigación económica creíble” apoya a las suposiciones y predicciones económicas de Sanders. Se referían a las afirmaciones realizadas por George Friedman, un entusiasta del senador de Vermont que ha tratado que funcionen los cálculos de Sanders. Para esto, Friedman asume que el crecimiento per cápita podría promediar 4,5% (más del doble de la cifra de las últimas tres décadas), y la proporción del empleo con respecto a la población repentinamente cambiaría su prolongada declinación y alcanzaría el 65%, la tasa más elevada de toda la historia. Incluso más sorprendente sería que el crecimiento de la productividad aumentaría un total de 3,18%. Suposición que convenientemente olvida que “nunca ha habido un periodo de 10 años desde la Segunda Guerra Mundial en el cual la productividad haya crecido un 3,18%”, tal como señala Kevin Drum en la revista Mother Jones.

Los partidarios de Sanders alegan que toda esta crítica se olvida de lo central. Sanders está mostrando una visión “idealista” a propósito; su meta es cambiar el espectro. Sin embargo, ese argumento se basa en la noción de que, de hecho, EEUU se encontraría mejor con $us 30 billones de gastos extra, colegios públicos que sean absolutamente gratis (y además controlados por el Gobierno esencialmente), tarifas altas y tipos impositivos marginales de cerca del 85%. Estados Unidos no estaría bien. Incluso investigadores liberales impertérritos no creen que la economía funcionaría mejor bajo estas circunstancias.
No obstante, esto es minucioso. Está pintando con un pincel más amplio, la de un hombre auténtico que dice lo que piensa y está dispuesto a presentar ideas audaces que cautivan la imaginación. No importa que las élites critiquen sus propuestas como inviables, divisivas o radicales. ¿Estoy hablando de Bernie Sanders… o de Donald Trump?