La economía y la Cuaresma
Es tiempo también del otro ayuno, ayuno de amor al poder, de la autocomplacencia, y del egoísmo
Mi formación católica no me abandona a pesar de que en la vida uno cree que con los años se vuelve agnóstico. Y estamos en estos tiempos de Cuaresma (cuadragésimo día antes de la Pascua), aunque recién me entero de que no son 40 días calendario de ayuno entre el Miércoles de Ceniza y el Jueves Santo, sino 44, porque había que respetar y no ayunar los domingos, el día del Señor. Lo importante es que no es tiempo triste, sino de meditación y reflexión, es tiempo de penitencia, pero también de renovación. Si aplicamos esta premisa a la política y a la economía, deberíamos aprovechar este tiempo para reflexionar sobre lo que hicimos bien y mal; y a modo de penitencia, como cambio de mentalidad.
Estamos atravesando por un tiempo de crisis provocada por un shock externo de los más severos y prolongados de nuestra historia económica. La caída de las exportaciones en 2015 del 32% es una de las más drásticas, incluso comparando con la crisis de los años 30, y lo que preocupa es que no sabemos cuánto va a durar, pues no es una crisis coyuntural y pasajera, sino que tiene componentes estructurales de mayor duración.
Y para enfrentar los efectos adversos del shock, que ya han comenzado a sentirse en la economía boliviana, pese a sus fortalezas (como la caída de los ingresos fiscales asociados a los hidrocarburos y la pérdida de reservas internacionales), son necesarias medidas que imprescindiblemente requieren de un consenso político y social. En un ambiente de polarización, cualquier medida de política económica, por muy necesaria que sea, va a ser utilizada —como dicen— “en su contra”, con el fin de exacerbar los ánimos y sacar provecho político. De esta forma, el interés partidario o de grupo estará por encima del interés de los comunes, del interés de los bolivianos. Para que haya diálogo, al igual que para bailar cueca, se necesita una actitud abierta y de reflexión de ambos lados.
Lo que se tiene que tener en claro es que, por un lado, aplicar medidas tradicionales tipo FMI (de ajuste de los impuestos, dejar libre el tipo de cambio, bajar los gastos públicos sobre todo la inversión pública en tiempos de shock), en lugar de corregir las brechas amplificará sus efectos negativos. Pero, por otro lado, tampoco se tiene que seguir en una situación de inercia como si nada estuviese pasando.
Es necesario preservar y no contraer el gasto fiscal, pero tampoco expandirlo. Es imperioso blindar la inversión pública de los altibajos de la actividad económica, pero no sobrecalentarla ni exigir tanto, sobre todo a las empresas estatales. Es recomendable aumentar su productividad y eficiencia, puesto que cada peso boliviano que se destina a ellas, si no genera excedente económico, se está dejando de asignar en favor de la salud y la educación.
Las medidas “prosalario” cumplieron su objetivo de reducir la pobreza y la desigualdad, de reactivar la demanda, pero hoy tienen que equilibrarse con el objetivo de generar empleo decente y precautelar la productividad y sostenibilidad de las empresas formales en un entorno adverso.
La política cambiaria debe retornar al tipo de cambio flexible, no por objetivos de corto plazo (por cuanto no habría beneficios netos derivados de la devaluación debido a la rigidez de las exportaciones y los costos asociados a la inflación y a la dolarización financiera), sino para retomar el uso del instrumento cambiario necesario para hacer frente a un entorno externo muy adverso y prolongado. Es tiempo también del otro ayuno, ayuno de amor al poder, de la autocomplacencia, del egoísmo y la confrontación.