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Una crisis en cámara lenta

Es indudable que en la región hubo un cambio de ciclo, y que el escenario es poco alentador

/ 20 de marzo de 2016 / 04:04

Desde hace tres años, América Latina ha estado afectada por una desaceleración económica cuyos efectos acumulados pueden describirse como una crisis en cámara lenta. Durante al menos 10 trimestres consecutivos se ha experimentado una baja en las tasas de crecimiento, que ha causado una disminución en la tasa de ocupación laboral de -2,9 puntos porcentuales. En comparación, en la crisis o shock financiero de 2009 los efectos duraron cuatro trimestres, la tasa de ocupación bajó solo -1,8 puntos, y como sabemos, la recuperación fue rápida.

Los efectos de esta nueva crisis, detonada en buena medida por la fuerte caída en los precios de las materias primas, también se reflejaron lentamente sobre el empleo, que en un principio registró impactos moderados. Pero durante el último año esa situación cambió y la región tuvo el primer aumento significativo en la tasa de desocupación en cinco años. El aumento del desempleo regional promedio fue de medio punto porcentual hasta 6,7% el año pasado. Como destacó el Panorama Laboral 2015, si se cumplen los pronósticos de mayor desaceleración, podría subir hasta 6,9% en 2016. En este momento hay unas 19 millones de personas desempleadas.

Al mismo tiempo hay indicios de disminución del empleo asalariado y aumento en el trabajo por cuenta propia, una señal de que podría aumentar la informalidad. Casi la mitad de la fuerza de trabajo de nuestra región, integrada por más de 280 millones de personas, tiene empleo informal, lo cual generalmente implica ingresos bajos, inestabilidad laboral, falta de protección y derechos.

Los promedios regionales expresan una realidad heterogénea. Tanto la desaceleración económica como los cambios en las tasas de desempleo y otros indicadores laborales se manifiestan a diferentes velocidades en los distintos países. Incluso hay algunos en abierta contracción, mientras otros mantienen números positivos. Pero más allá de las diferencias, es indudable que en la región como un todo hubo un cambio de ciclo y que el escenario, al menos por ahora, es poco alentador. Este panorama plantea desafíos concretos e inmediatos, porque el empeoramiento de la situación laboral implica que la crisis se refleja en la situación de las personas, y afecta tanto a los grupos más vulnerables, incluyendo los hogares pobres, como a la clase media, que ve sus expectativas de mejoramiento frustradas.

Este nuevo ciclo económico pone una vez más en evidencia la urgente necesidad de avanzar en procesos de diversificación y de desarrollo productivo que impulsen una transformación de las economías, en la dirección de un crecimiento más sostenido e inclusivo con más y mejores empleos. Éste sigue siendo el norte para la agenda de mediano y largo plazo. Pero en el corto plazo, es claramente necesario que los países recurran a políticas macroeconómicas y del mercado laboral para mitigar los efectos de la desaceleración en las empresas, en los puestos de trabajo y en los ingresos.

La oportunidad es propicia para recurrir a la guía que ofrece el “Pacto Mundial para el Empleo” de la OIT, adoptado en 2009 por representantes de gobiernos, trabajadores y empleadores de todo el mundo, que contiene un portafolio de políticas con demostrada efectividad en momentos de recesión económica y crisis en el mercado de trabajo. Se trata de medidas para reducir los impactos negativos en el empleo, apoyar a las empresas, mantener niveles de demanda agregada, e impulsar la generación y recuperación de los empleos en combinación con sistemas de protección social.

Es necesario encarar el desafío del empleo con creatividad e innovación. Actuar sobre el empleo es la forma en la cual se puede beneficiar directamente a los grupos vulnerables y a las clases medias, a la vez que se promueve la base productiva de las economías. De lo contrario, esta crisis en cámara lenta podría no solo complicar aún más la gobernabilidad, aumentando la conflictividad social y la desconfianza en las instituciones políticas, sino dejar un legado de estancamiento económico en el progreso de nuestras sociedades e incluso de retrocesos en los logros económicos y sociales alcanzados.
 

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Cuando 1 de cada 5 jóvenes no consigue empleo

 América Latina está desaprovechando el talento de una proporción importante de la juventud.

/ 17 de junio de 2018 / 03:11

Los últimos datos sobre desempleo juvenil en América Latina y el Caribe son más alarmantes que de costumbre: la tasa regional alcanzó el nivel más alto desde que existen registros de este indicador a comienzos de los años 90. Llegó al 19,5%, o dicho de otra manera, uno de cada 5 jóvenes en la región. Esto significa que hay poco más de 10 millones de jóvenes entre 15 y 24 años buscando trabajo activamente y no lo consiguen. En este momento, casi 40% de los desempleados son jóvenes.

Además, seis de cada 10 jóvenes que sí están trabajando lo hacen en la informalidad. Y cerca de un 20% del total no estudia ni trabaja. Los llamados “ni-ni” son más de 20 millones, incluyendo a los desempleados que no estudian, a un número considerable de mujeres jóvenes que no logran entrar a la fuerza laboral, a menudo por estar dedicadas a tareas de cuidado que recaen sobre ellas en forma desproporcionada, y aproximadamente de 5 millones de jóvenes que forman un “núcleo duro”; es decir, que no estudian, no trabajan y no buscan empleo.

Aunque es posible que la tasa de desempleo regional baje levemente en los próximos dos años si se hacen realidad los pronósticos de mayor crecimiento económico, esa mejoría será muy leve para resolver los problemas del empleo juvenil. La experiencia nos ha enseñado que en el ciclo económico los jóvenes son los primeros en ser despedidos cuando las cosas van mal y los últimos en ser recontratados cuando viene la recuperación.

Todo esto significa que América Latina no está aprovechando el llamado bono demográfico. Al contrario, está desaprovechando el talento de una proporción importante de la juventud. Las consecuencias son de alto impacto.

La falta sistemática de oportunidades para obtener un trabajo productivo es caldo de cultivo para el desaliento y/o la frustración, y repercute sobre la estabilidad, la seguridad y la gobernabilidad de las sociedades. La insatisfacción con frecuencia muta en conductas antisistema, en ocio crónico, y en conductas ilegales y criminales. Esto obliga a los países a comprometer cuantiosos fondos públicos para el combate de la delincuencia, en vez de dirigir esos fondos a inversiones en educación, salud y políticas activas de mercado de trabajo.

Y la situación no es un problema solo del presente, sino que tendrá consecuencias e impactos en el futuro, porque las trayectorias laborales y las conductas sociales de esta generación sin suficientes oportunidades hoy se seguirán viendo en los próximos 30 o 40 años. Además, la proporción de jóvenes está empezando a bajar. En 2050, los mayores de 65 años serán más que los menores de 29 años. El bono demográfico se habrá acabado.

¿Qué hacer? El primer paso es estar conscientes de la crítica situación actual y sus consecuencias. Esto debería cambiar las prioridades políticas y enfocar a los gobiernos y a diversos sectores en programas y medidas efectivas. Un área prioritaria es la educación y la capacitación. Aumentar el acceso, reducir la deserción, mejorar la calidad y pertinencia son formas efectivas de aumentar la empleabilidad de los jóvenes.

Otra área clave son las políticas activas de mercado de trabajo, que comprenden servicios de empleo, asesorías y mentorías sobre opciones de carrera, programas de primer empleo y de segunda oportunidad, contratos especiales para los jóvenes y otros. La promoción del empresarialismo como opción de carrera es una línea importante de trabajo, incluyendo la educación empresarial y el apoyo a incubadoras y aceleradoras de negocios.

Son esenciales también las políticas que estimulen y desarrollen la demanda de empleo por parte de las empresas, que van desde políticas de desarrollo y diversificación productiva, ambiente propicio para las empresas, apoyo a las pequeñas y medianas empresas (pyme) y el desarrollo de clústeres.

No existe una receta ni una solución única. Es verdad que algunos países ya tienen programas para los jóvenes, pero hay que llevarlos a mucha mayor escala, mejorar su diseño y aplicarlos de manera estratégica midiendo sus resultados. El futuro del trabajo para los jóvenes debe ser asumido como una tarea conjunta de la política pública, del sector privado, de los movimientos sindicales, de las organizaciones de jóvenes y de la sociedad civil en general.

Invertir en los jóvenes es invertir en el presente y en el futuro de nuestras sociedades. Esto es tan cierto que casi es una obviedad. Aunque sin duda muchos jóvenes están educándose y se integrarán al mundo del trabajo en condiciones dignas, las estadísticas sobre empleo indican que muchos se están quedando atrás.

*es director Regional de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para América Latina y el Caribe.

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