No sé por dónde empezar a describir lo que me pasa, doctor, porque ni yo misma sé muy bien qué es. No creo que sea alergia; al menos, no de la primaveral. Los síntomas son confusos: no duermo, siento una angustia extraña y… lo veo por todas partes.

¿Que si estoy enamorada? Mmm… no. Pero me está empezando a afectar. Sobre todo a mi trabajo, porque no puedo dejar de pensar en él. Esta semana, por ejemplo, estaba escribiendo una columna graciosísima sobre una película con unas salchichas de Frankfurt que mantienen relaciones sexuales (por decirlo finamente) con unos bollos de pan muy sexys. En plan dibujos animados —que, ojo, no siempre son para los niños— y con Seth Rogen, que me encanta. Lo que se dice un temazo. Pues nada. No hubo manera.

Traté de concentrarme en otros temas: la crisis de los partidos nacionales. Nada. Lo de que Marlon Brando y James Dean fueron pareja (¿whaaaaat?). Tampoco. La puñetera lluvia de todas las semanas santas; niet. Los fichajes millonarios de la tele; no. El cuchillo de O. J. Simpson. Socorro, no. La multa de Neymar… Mil veces no. En mi mente no hay espacio disponible. Solo cabe él.

Me eché a Twitter y fue peor. Veía su foto en todos los tuits. Con ese Pantone entre Naranjito 82 y el bronceador sin sol del súper. El de él. Después, me puse a leer el periódico. Hombre, artículo de mi ídolo, Bernard Henri-Lévy. ¿Y de qué escribía BHL? ¿Putin, Lampedusa, Islamismo? No, de él, siempre él. Estoy preocupada, doctor. ¿Piensa que puede ser grave? Ya. Me lo temía, pero…¿cree que tiene solución?