La trampa de Trump
Cuando el 15 de junio de 2015 el multimillonario Donald J. Trump lanzó la frase asesina “¿Tenemos, verdaderamente, necesidad de otro Bush en la Casa Blanca?”, no solo aplanó la aspiración de Jeb Bush para representar al Partido Republicano en las elecciones presidenciales de este año, sino que al día siguiente anunció su propia postulación, bajo el eslogan “Devolver a Estados Unidos su grandeza”. Desde entonces, una avalancha publicitaria no cesa de llenar espacios en los medios de comunicación, vendiendo su producto presidenciable, tal como el empresario suele hacer con sus hoteles, sus edificios, su club de golf, sus corbatas, sus restaurantes, sus joyas, sus bistecs y sus colchones. Todo ello bajo el sello de sus iniciales DJT.
Un mes más tarde, el 14 de julio de 2015, en temprano sondeo de opinión Trump aventajaba a 15 postulantes con el 17%. Luego, el 6 de agosto, al cabo del primer debate entre los precandidatos republicanos, se dijo que el tema dominante fue Estados Unidos vs. Trump. El estilo provocador, el lenguaje procaz, la hiriente ironía y sus desplantes políticamente incorrectos parecieran seducir a la mayoría silenciosa, que por fin encuentra alguien que dice abiertamente lo que ella calla. Desde su cacareada propuesta de construir un muro en la frontera con México para impedir el ingreso de “indeseables”, hasta su idea simplona de acabar con los yihadistas y sus familiares en Medio Oriente, o su drástica opinión de rebanar recursos para el Estado de bienestar, lo muestran como el común denominador de los estadounidenses: mayúsculo patriotismo y minúscula información académica sobre la problemática económica interna o las relaciones internacionales. Su enérgica posición contra el establishment, rechazando a los íconos demócratas o republicanos por igual, capta la simpatía de seguidores rurales y de la clase media depauperada. Con ese equipaje populista desde las primeras rondas primarias se ha convertido en el fenómeno electoral que arrasa con sus oponentes, para declarar, el 16 de marzo, que si sus victorias no son respaldadas en la Convención republicana, ungiéndolo candidato de ese partido, vaticina rebeliones callejeras incontenibles.
Es muy probable que Trump se vaya a enfrentar a Hillary Clinton en las elecciones del 8 de noviembre venidero, con grandes posibilidades de derrotar a la veterana demócrata, por cuanto su arremetida coincide con un contorno mundial propicio a la xenofobia y al temor que produce la ola migratoria que asola a Europa, con la secuela de los robos y violaciones atribuidos a los refugiados, excesos que espantan a la opinión pública norteamericana. Además, el factor del impulso ascendente de un outsider (un venido de fuera) podría tornarse imparable para un electorado que es más emotivo que reflexivo. Analistas desubicados por el ímpetu de DJT no tienen explicación coherente que ofrecer ante su triunfo en Florida sobre Ted Cruz y Marco Rubio, ambos de origen hispano, en un estado mayoritariamente latino. Bordeando los 70 años, padre de cinco hijos, en su tercer matrimonio y aproximadamente $us 4.000 millones en la faltriquera, DJT es de temperamento dictatorial, partidario de la violencia para imponer el orden, y de la tortura para doblegar al enemigo. Detestado por el Parlamento británico y repudiado por China, cuenta, no obstante, con la explícita admiración de Putin. La trampa de Trump, en mi criterio, radica en repetir el discurso radical republicano, culpando a la administración de Obama por una supuesta ineptitud en la agenda doméstica y por la pérdida de la hegemonía estadounidense en el mundo. Sin embargo, su estrategia para ganar la Casa Blanca terminará una vez instalado en ella, modificará su credo electoralista enfrentado a los problemas cotidianos de esa superpotencia, y seguramente se rodeará de asesores de óptima categoría. Perón solía decir que el poder es como el violín: se lo toma con la izquierda y se toca con la derecha. Trump parece que va a invertir esa modalidad.