Hace 25 años, en marzo de 1991, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay firmaron el Tratado de Asunción, que dio origen al Mercado Común del Sur (Mercosur). Fue el comienzo de una transformación histórica en nuestra región. El Mercosur es hoy un patrimonio compartido por toda Sudamérica. Entre Estados partes y Estados asociados, el bloque une a todos los países del continente. El Mercosur ayudó a sentar las bases para la realización del proyecto de un continente unido por el diálogo, por la valorización de la democracia y por una red de acuerdos comerciales.

En su dimensión económica y comercial, el Mercosur es fundamental para el desarrollo industrial de la región. El perfil del comercio intrazona es bastante diferente de lo que tenemos con otros continentes, en que predominan productos primarios. Más del 80% de las importaciones brasileñas originarias de los países del bloque se componen de productos manufacturados. Eso significa que el bloque crea puestos de trabajo con mayor remuneración y alienta la adición de valor a nuestros productos, lo que genera ingresos, impuestos y un mayor dinamismo en todos los sectores de nuestras economías. Gracias a la red de acuerdos del Mercosur, América del Sur camina a convertirse en un área de libre comercio al final de esta década.

El bloque no es un obstáculo para la negociación de acuerdos con otros actores. Hemos puesto énfasis en la relación externa, con especial empeño en la negociación con la Unión Europea. Mercosur está listo para llevar a cabo el canje de ofertas. La Unión Europea todavía concluye sus deliberaciones internas.  

A nivel de la ciudadanía, el Mercosur dio lugar a un acercamiento sin precedentes entre nuestras sociedades. El acervo de normas en materia de residencia, trabajo, seguridad social, integración educacional y turismo facilita la vida cotidiana de nuestros ciudadanos y establece las bases para el desarrollo de una ciudadanía común en la región. Eso no es algo trivial: en un mundo donde los muros vuelven a ser erguidos, somos un modelo de tolerancia, respeto a los demás e integración.

En el campo político, el bloque ha contribuido para disipar viejas rivalidades y enterrar de una vez arcaicas hipótesis de conflicto. Contamos con un Parlamento común, el Parlasur, y con un acercamiento sin precedentes entre nuestros poderes judiciales.

El Mercosur también fue instrumental para consolidar las instituciones democráticas en nuestra región. Su base ha sido la aproximación estratégica entre Brasil y Argentina, tras la firma, en 1985, de la Declaración de Iguazú, momento en que los dos países recién salían de regímenes autoritarios. La democracia, los derechos humanos y la justicia social son condiciones sin las cuales el Mercosur no podría existir.

La enumeración de estos avances no significa que nuestra tarea esté terminada. Los desafíos del Mercosur son proporcionales a su ambición. Hay mucho que hacer para superar los obstáculos que todavía existen para la circulación de bienes y personas y para la concertación más profunda de políticas en los diversos sectores.

Trascurrido un cuarto de siglo, el Mercosur nos propició más democracia, más comercio, mayor inclusión social y, sobre todo, un mayor conocimiento recíproco. La presidenta Dilma Rousseff ya ha señalado que el bloque es un vector de “desarrollo equilibrado entre los socios”.  Con él, podemos crecer juntos y generar beneficios comunes, seguros de que unidos vamos a tener más voz en el escenario internacional.

Hoy estamos unidos no solo por los compromisos jurídicos, pero sobre todo por la convicción de que tenemos la responsabilidad compartida de consolidar a América del Sur como una zona de paz, prosperidad y cooperación. Éstos son los valores que guían nuestros esfuerzos y hacen que el Mercosur siga siendo la más importante iniciativa de integración que ya se ha llevado a cabo entre países en desarrollo.