Voces

Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 09:49 AM

Un vapuleado Mariscal de Zepita

¿No será hora de debatir estos asuntos y que la ciudadanía tenga voz y voto para encararlos?

/ 27 de marzo de 2016 / 04:00

La Alcaldía paceña ha anunciado recientemente que la cabeza del mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana más la apacheta que lo rodeaba serán reubicadas en las cercanías de la ex Estación Central. La noticia sale más de seis años después de haber sido desmantelada la Plaza de los Héroes, lugar central de la ciudad donde radicaba este conjunto escultórico tallado y construido en piedra por Ted Carrasco Núñez del Prado. Anteriormente se había dicho que el proyecto era colocarlo en el ámbito de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y que ésta institución había incumplido sus compromisos de dotar del espacio y los recursos para correr con los gastos de instalación. Si así fuera, la UMSA habría desairado a su fundador, aunque por cierto la creación de esta casa de estudios superiores no es la única obra por la que el personaje deba ser recordado.

El hecho concreto es que se desmontó un monumento, sin asegurar ni el lugar ni las condiciones para reinstalarlo. Entretanto, la cabeza de Andrés de Santa Cruz, el prócer boliviano más destacado del siglo XIX, fue arrojada en los extramuros, a ras del suelo y cubierta por una malla de gallinero, a poca distancia del barrio de Aranjuez, en el camino a Río Abajo. Las protestas de historiadores, periodistas y otros ciudadanos cayeron en saco roto hasta hoy. En reemplazo de la Plaza de los Héroes fue construido un cuadrilátero sin alma y sin identidad, denominado “Plaza mayor”, una mera prolongación del subutilizado bloque, adefesio de cemento en que fue convertido el mercado Lanza.

El agravante es que podrían pasar otros buenos años antes de que la tarea de reubicación se concrete. El anuncio no fija fechas y viene más bien acompañado de quejas sobre el costo del operativo, dado que se trataría de unas 25 toneladas de piedra que deben ser trasladadas y reconstruidas. ¡Qué difícil había sido volver a hacer lo que tan fácilmente se deshizo!

El tema recuerda a un artículo que hace muchos años publicó Augusto  Céspedes acerca de la mentalidad alienada (colonizada, se diría ahora) de algunas élites citadinas, y específicamente paceñas, que parece que no cambian al paso del tiempo. Con su vigorosa y afilada pluma el Chueco arremetió contra las autoridades que hicieron del eje central de La Paz un muestrario de personajes extranjeros. Desde el Cristo de la ceja hasta el brasileño Tiradentes en el otro extremo, no había entonces un solo monumento o escultura que representase a algún prócer boliviano. En cambio estaban Bolívar, Sucre, Colón, Isabel la Católica, Confucio, Rómulo y Remo (con la loba romana incluida), Artigas y Humbolt. Quizás los dos primeros son obviamente los únicos que merecían estar en esa arteria principal o columna vertebral de la ciudad determinada por el curso el río Choqueyapu; los demás, claro está, podrían figurar en zonas aledañas como muestra de amplitud cultural y visión universal.

La administración municipal condepista de Julio Mantilla y Mónica Medina hizo algunos intentos por equilibrar esta situación anómala, levantó pequeños y modestos bustos de patriotas bolivianos y bolivianas a todo lo largo de la avenida Busch: José Miguel Lanza, Juana Azurduy, Tambor Vargas y otros que acompañan al propio Germán Busch (sobre las cabezas de estos próceres pasará ahora, para bien o para mal, la Línea Blanca del teleférico). Además, construyó la desaparecida Plaza de los Héroes y algunos espacios públicos con nombres nativos como el parque recreativo Bartolina Sisa. ¿No será hora de debatir estos asuntos y que la ciudadanía tenga voz y voto para encararlos?

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Sobre Marcelo Quiroga Santa Cruz

/ 17 de marzo de 2024 / 00:09

En Cochabamba es tan común el apellido Quiroga que para dibujar una silueta del personaje, lo primero que hay que hacer es completar su identificación con el apellido materno o con su nombre. De ahí, simplemente Marcelo o, si se quiere, Quiroga Santa Cruz.

Él formaba parte de un puñado de notables personalidades, llamadas a jugar roles muy destacados en la historia de Bolivia en la segunda mitad del siglo pasado, pero cuyas vidas, relativamente jóvenes, fueron tronchadas, sea por brutales asesinatos (JJ Torres y Marcelo) o por inescrutables designios de salud (Sergio Almaraz y René Zavaleta). Aunque no existen evidencias contundentes, excepto sus coincidentes y extrañas muertes, no hemos podido alejar de la mente el fantasma de una mano tenebrosa que pudo haber intervenido para privar a Bolivia de un liderazgo lúcido, capaz y consecuente. Puede ser nada más que una suposición alucinante, pero en lugar de una negativa rotunda preferimos quedarnos con la simple frase: “podría ser…”

En la vida de MQSC se distinguen claramente dos etapas: una primera en la que predominan sus inquietudes artísticas, particularmente la cinematografía y la literatura; produjo filmes breves pero desafiantes y la novela Los deshabitados que le valió el premio William Faulkner a la mejor novela latinoamericana (1962). Mediado por una intensa labor periodística, ingresó a una etapa propiamente política; ejerció como diputado y realizó una tenaz lucha por la recuperación de los recursos hidrocarburíferos, sufrió detenciones, confinamientos y exilios que no respetaron su inmunidad parlamentaria. En 1969, fue el artífice de la nacionalización de la Gulf Oil, en alianza con militares patriotas; luego de la resistencia al golpe de Estado de Banzer en la que participó activamente, se vio obligado de nuevo al exilio. Realizó intensas labores periodísticas y académicas en Argentina y México; retornó al país en 1979 y fundó el Partido Socialista que, para diferenciarse de un grupo socialista preexistente, adoptó la sigla de PS-1.

El apoyo que recibió como candidato presidencial creció vertiginosamente, en especial entre las elecciones de 1979 y 1980; su accionar político se distinguió por su mensaje diáfano y valiente, pero además muy bien documentado¸ encaminó un juicio de responsabilidades a la dictadura de Banzer, tal como lo había hecho con la de Barrientos. La cúpula militar golpista de entonces, inspirada por Banzer y sus acólitos, lo amenazó públicamente, pero no logró doblegarlo. La oportunidad que esperaron fue el golpe de Estado del 17 de julio de 1980, en el que fue derrocado el endeble y contradictorio gobierno de Lidia Gueiler. Era un jueves al mediodía, cuando los grupos de paramilitares, comandados por Luis Arce Gómez desde sus oficinas del G2, asaltaron la sede de los mineros, donde funcionaba la COB, nos capturaron a periodistas, dirigentes políticos y sindicales, y nos transportaron en ambulancias hasta la ciudadela militar de Miraflores; antes, cuando bajábamos manos en alto y encañonados las graderías de la vieja casona, dispararon una ráfaga contra Marcelo, la misma que alcanzó también a Carlos Flores Bedregal, en situación similar fue asesinado Gualberto Vega Yapura.

Marcelo nació un 13 de marzo de 1931. García Meza y Arce Gómez terminaron sus días en prisión cumpliendo la pena de 30 años que la Justicia les impuso. Pero nunca quisieron revelar dónde escondieron los restos de este hombre excepcional.

Además de Vista al Mar, testimonio varias veces editado, recomendamos estos libros: — Montaño Aguilar, José Luis. Marcelo Quiroga Santa Cruz: Esplendor y Tragedia. Cochabamba: Ed. Kipus, 2010.

— Rodas Morales, Hugo. Marcelo Quiroga Santa Cruz: El socialismo vivido (varios tomos). La Paz: Plural editores, 2010.

— Téllez, Yolanda. 1980 Operación Blitz. Conspiración golpista en Bolivia. La Paz: Didáskalos Ed., 2016.

— Téllez, Yolanda (comp). Un libro para escuchar a Marcelo Quiroga Santa Cruz. La Paz: Didáskalos Ed., 2016 (incluye CD con 14 fragmentos de alocuciones de Marcelo, de 1963 a 1980).

— Manzilla, Gezien. Marcelo: Noticias de un asesinato. La Paz: Plural editores, 2019.

 Carlos Soria Galvarro es periodista. 

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Pequeña historia marcada por la guerra

/ 3 de marzo de 2024 / 00:54

Es sabido que la historia de un país o región no es la suma inconexa de historias individuales o familiares, de microrregiones o de sucesos aislados y circunstanciales. Sin embargo, todo historiador sabe muy bien que tales fragmentos pueden jugar el rol de referencias útiles, de ejemplos aleccionadores o de pistas para la investigación. Ilustran y enriquecen el relato histórico, haciéndolo más ameno y asequible.

Preámbulo ineludible para contar esta pequeña historia.

Nació en Uncía, entonces la ciudad más poblada del norte de Potosí, un 26 de febrero de 1913, el año anterior al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Sus progenitores: Natalio y Pilar, provenían de los valles cochabambinos. El conjunto familiar era parte de la avalancha migratoria provocada por el auge de la minería del estaño. No solamente atraía fuerza física de las áreas rurales, sino también personal salido de las capas medias y artesanales de las ciudades, medianamente instruido para los puestos subalternos de la cadena administrativa. Sacrificando sus minúsculas fortunas o sus medianas o pequeñas propiedades muchos se lanzaban tras las huellas de Simón I. Patiño, el empresario triunfante al que todos admiraban y querían imitar. Por cierto, la inmensa mayoría quebraba y unos pocos terminaban de simples empleados de las empresas. Ese era el caso de Natalio, padre de nuestro personaje, que llegó a ocupar el cargo de Jefe de Pulpería de una de las empresas de Patiño. Eran épocas en que todo viajero que se respete, portaba en su equipaje un “cateador”, herramienta manual con pico puntiagudo para escarbar las rocas aledañas a los caminos con la ilusión de encontrar una veta como la que halló Patiño.

Nuestro biografiado, llamado Carlos Eduardo, circulaba entre Caraza, Quillacollo y la ciudad de Cochabamba, donde estaban sus raíces y Uncía, en el norte potosino, donde había nacido y crecía junto a nuevos campamentos y maquinaria moderna.

Emprendió estudios de topografía y agrimensura que abandonó para enrolarse en el servicio militar al cumplir 19 años. Unos meses más tarde estalló la Guerra del Chaco. Marchó directamente del cuartel ubicado en la frígida Challapata, hasta las candentes arenas del Chaco boreal.

Después de más de dos años de campaña, herido y enfermo fue evacuado a La Paz, donde recibió atención médica. Parcialmente recuperado, retornaba al sudeste, cuando terminó la guerra (junio de 1935). Comenzaron para él nuevas batallas.

La artritis reumática dejó un daño irreparable en su sistema circulatorio, el corazón le comenzó a fallar.

Se casó con Gabriela, vecina de una de las casas gemelas en Catavi. Ella había perdido a sus dos hermanos varones, el uno no retornó del Chaco y el otro falleció en una clínica paceña cuando se aprestaba a recibir tratamiento especializado de las secuelas del conflicto bélico.

Carlos Eduardo incursionó en la ruta empresarial. Compró arboledas para producir callapos, troncos de madera para apuntalar los socavones mineros. Le fue bien hasta que una temporada lluviosa inundó el valle y se llevó todo el material listo para ser embarcado al tren en la estación de Vinto. Quedó completamente arruinado. Afortunadamente consiguió un trabajo asalariado de cajero contable en la Hacienda Pairumani (actual propiedad de la Fundación Patiño). Casi cinco años después, buscando mejorar los ingresos probó suerte en la empresa constructora de la carretera Cochabamba a Santa Cruz, trabajo que concluyó cuando la obra quedó terminada en 1955.

Carlos Eduardo y Gabriela tuvieron ocho hijos, tres varones y cinco mujeres (una de las cuales no sobrevivió a la coqueluche). Los últimos años de su vida fueron los más penosos para él: enfermo (sin seguro médico alguno), desempleado absoluto (sin ninguna propiedad o renta proveedora de ingresos), situación agravada por la crisis económica reinante, la hiperinflación y las duras medidas de estabilización monetaria.

Carlos Eduardo Soria Galvarro Silva, murió el 14 de abril de 1957 de una trombosis coronaria, la guerra le pasó la factura a la edad de 46 años. Era mi padre.

Carlos Soria Galvarro es periodista. 

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Estos carnavales… quién inventaría

/ 18 de febrero de 2024 / 01:18

El asunto me resulta curioso. O cuando menos anecdótico. Prominentes fechas se juntaron este mes de febrero para supuestamente no complicarnos la vida, sino para darnos colorido y alegría. El dios Momo con su estela carnavalera; la Pachamama con su prometida fertilidad de cosechas y embarazos; la Virgen de la Candelaria, transformada en Mamita del Socavón por su raigambre minera, sus festividades propias se realizan el 2 de febrero, fecha que este año cayó en el inicio del Carnaval. Y para el cierre, la efeméride cívica de Oruro, la llamada capital folklórica de Bolivia, que es casi como decir la capital boliviana del carnaval.

Momo, originado en la mitología griega, sería ahora “la personificación del sarcasmo, las burlas y la agudeza irónica”. Fue considerado guardián de escritores y poetas, pero en el transcurrir de los siglos diversas urbes latinoamericanas y europeas lo fueron adoptando como el dios de los carnavales, aunque es verdad que en los últimos tiempos perdió terreno, sirve aún para justificar el exceso y los desmanes en los que muchas personas incurren en estas fechas.

La Pachamama, Madre Tierra, reconocida de palabra en el ámbito oficial, incluso en la nomenclatura del aparato gubernamental (viceministerios, direcciones y secretarías “de la Madre Tierra”), tiene sus festividades propias en agosto, pero como no podía faltar, le han hecho un campito en la semana carnavalera, el Martes de Ch’alla, con extensos rituales que abarcan dulces, alcohol, fuego, fetos de llama y otros variados elementos según las regiones.

La Virgen de la Candelaria recupera la versión bíblica de que María, la madre de Jesús, a los 40 días del parto y con el niño en brazos se presentó por primera vez en el templo en lo que se consideraba un acto de purificación. El culto tiene su origen en Tenerife, España, y con matices propios y enriquecido con las culturas locales se ha extendido a muchas regiones del mundo. Es experta en suntuosos homenajes de un creciente amasijo de devotos y devotas, entre ellos: diablos, china supays (diablesas), morenos, osos, pepinos y otros, y se le ha construido en Oruro un gigantesco monumento.

Sebastián Pagador y sus secuaces iniciaron un movimiento libertario de criollos, mestizos e indios en 1781 (el mismo año de Túpac Amaru en Cuzco y Túpac Katari en La Paz), lamentablemente la unión no fue duradera y se desbarató el proyecto, pero el 10 de febrero quedó como una fecha para las evocaciones cívicas de la región (Fernando Cajías escribió un monumental ensayo histórico sobre el acontecimiento).

En síntesis, hemos tenido un carnaval movido y muy bien nutrido que ojalá nos sirva como una catarsis, una especie de purificación que nos permita sin dejar de lado la fantasía del Carnaval, volver renovados a la compleja realidad que estamos viviendo:

— En Bolivia, después de unos amagos de sequía (enero poco), llegó la avalancha de lluvias ( febrero loco) matando gente, destruyendo caminos y carreteras, destrozando cultivos y provocando deslizamientos y derrumbes de viviendas. Y en materia económica, política y social, un vergonzoso y estúpido enfangamiento de todas las dirigencias que impide acuerdos imprescindibles, aspecto que podría llevarnos a situaciones peores.

— En el resto del mundo, guerras por aquí y por allá, dos de ellas, Ucrania y Palestina, al rojo vivo donde la sangre corre a raudales. Confrontaciones anunciadoras de los reacomodos geopolíticos que están en curso cuyos resultados son todavía imprevisibles. Incendios forestales y otras muchas señales del cambio climático que a no muchos años puede hacer de la Tierra un planeta inhabitable.

Carlos Soria Galvarro es periodista. 

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Hay libros que esconden tesoros

/ 4 de febrero de 2024 / 05:31

Dar testimonio de haber participado en determinados acontecimientos o por lo menos haberlos vivido de cerca. Con tal motivación, en esta columna y también como parte de nuestro último libro (Recordatorio, La Paz/Cochabamba, 2022), hicimos un aporte a la memoria del país rememorando el conflicto desatado el año 1959 por el artículo “Caos en las nubes”, publicación de la revista Time de Nueva York que proponía la desaparición de Bolivia, apoyándose en una supuesta declaración de un funcionario diplomático estadounidense que nunca identificó. La reacción fue masiva, contundente y vigorosa. Abarcó a todas las instancias nacionales: estudiantes, trabadores agrupados en la COB, campesinos, empleados públicos, partidos políticos, presidente (Hernán Siles Zuazo), gabinete de ministros, parlamento, arzobispado y otros. Como lo relata en un artículo el conocido escritor indianista Fausto Reinaga, la publicación del Time cayó en Bolivia como una “bofetada en pleno rostro”. Dicho artículo también fue recogido en el mencionado libro (pág. 109).

Como es natural, el unánime repudio suscitado en Bolivia contra la provocación del Time, tuvo repercusiones internacionales. Varios gobiernos latinoamericanos emitieron mensajes de solidaridad con el pueblo boliviano y con su gobierno. El tema llegó incluso hasta altas esferas de la OEA, con sede en Washington. Lo que no sabíamos es que también el asunto tuvo resonancias en Asia, concretamente en la República Popular China. La noticia la obtuvimos en un libro. ¡Albricias! ¿Dónde más podía ser?

Se trata de China: Gigante despierto (La Paz, 1960) de Germán Quiroga Galdo, escritor, diplomático y político boliviano de larga trayectoria en el siglo pasado (nació en 1908 y falleció en 1998). Agradecemos a Juan Coronel Quiroga, sobrino del autor, el habernos enviado desde Santa Cruz una fotocopia rudimentaria, pero legible, de este libro, muy simpático por donde se le mire. Pertenece al género de relatos de viaje, pero no se limita a contar lo que ve, introduce comentarios, interpretaciones, comparaciones y referencias contextuales de la milenaria historia china. También incorpora predicciones, la mayoría de las cuales se han cumplido a plenitud y explican el sitial que China ocupa hoy en el escenario mundial, apenas medio siglo después. Algunas no funcionaron, claro está, como es el caso de las comunas populares en las áreas rurales, ni tampoco se podía predecir las recomposiciones en el poder, lo que significó la llamada “revolución cultural”, la apertura a occidente y la política de puertas abiertas a las inversiones y al desarrollo del capitalismo. A 10 años del triunfo revolucionario China soportaba una brutal cuarentena y su representación en las Naciones Unidas era suplantada por Taiwán.

En la sobremesa de una recepción diplomática a la que Germán Quiroga había sido invitado, el presidente de la Asamblea Popular Nacional, el legendario mariscal Zhu De (o Chu Teh) le pidió sentarse a su lado e inició una conversación a la que se sumaron varios invitados con sus correspondientes traductores en español y francés. El personaje fue el comandante en jefe del Ejército Popular de Liberación y era parte de la más alta cúpula dirigente encabezada por Mao Zedong (o Mao Tse-Tung). Zhu De reafirmó la solidaridad china con las luchas populares en América Latina, mencionó a Cuba y Panamá (empeñado esas épocas en izar su bandera en la zona del Canal). Al referirse a nuestro país dijo: “…seguimos con emoción los incidentes provocados por una torpe publicación contra Bolivia aparecida en la revista Time. El pueblo boliviano conquistó la admiración del mundo con su viril reacción en defensa de su dignidad”.

Más claro, agua.

Por si fuera poco, el libro que comentamos tiene alrededor de un centenar de ilustraciones salidas de la mano maestra del gran dibujante y pintor boliviano Walter Solón Romero, ocasional “compañero de viaje” de Germán Quiroga Galdo. No sabemos si juntos o separados, hicieron sendos retratos, uno en texto, el otro en imagen, del despunte de lo que vino en llamarse la Nueva China.

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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Bloqueos (loqueos): cuanto peor, mejor

/ 21 de enero de 2024 / 00:17

El horno no está para bollos. Cualquier tema noticioso que quisiéramos abordar en estos momentos está impregnado del contexto mundial, complejo, confuso, enigmático y aceleradamente cambiante. Lo que hoy parece cierto y valedero, mañana podría ser reputado como falso, alevosamente mentiroso y rufianesco. Lo único rescatable sería, entonces, que algo se está moviendo, como se mueve la lava en las entrañas de la Tierra antes del estallido volcánico. Algo está sucediendo en el plano geopolítico. ¿Cómo se reconfigurarán las nuevas polaridades? ¿Ingresaremos a una nueva “guerra fría” similar a la que vivimos por casi medio siglo? ¿Vamos hacia un mundo multipolar? Varios dirigentes con inmenso poder en sus manos parecen más bien inclinados a resolver sus diferencias por medio de las armas que, en esta ocasión, podrían incluir también armas atómicas. Algunos ni se inmutan al admitir esa posibilidad.

Ante semejante panorama, mejor ocuparnos de nuestras cuestiones “domésticas”. Aunque vistas bien las cosas, la situación aquí no es menos desoladora, contradictoria, y hasta podría decirse disparatada: el espectáculo está a cargo de un puñado de políticos incapaces de ponerse de acuerdo en lo más mínimo mientras se ahogan en un vaso de agua.

La locura de los bloqueos. Es para no creer, se interrumpen vías con extrema facilidad y con las más diversas y a veces ridículas demandas. Que un alcalde no rindió cuentas oportunamente; que un docente maltrató a un grupo de estudiantes; que no se asfaltó un tramo de carretera; que al centro de salud no se le provee de un médico especializado; que no están de acuerdo en el pago conjunto de las tarifas de la basura y el alumbrado eléctrico y… así cuestiones baladíes por el estilo. Pero también suelen figurar en los bloqueos, aunque con menos frecuencia, demandas sectoriales de grupos de poder (“cooperativistas”, transporte pesado, comerciantes minoristas u otros) o estrictamente políticas, como lo fueron la exigencia en pro de la Asamblea Constituyente, por la realización de elecciones, o como las que estos días intenta implementar uno de los sectores del MAS.

Cabe un par de reflexiones. La convicción generalizada de que no hay ningún mecanismo que no fuera el bloqueo, para hacerse escuchar y obtener la satisfacción de cualquier demanda. Con cierto grado de resignación, a sabiendas de los perjuicios que ocasiona un bloqueo, algunos de los mismos protagonistas suelen decir: la única forma de que te escuchen y atiendan tu reclamo, es bloqueando pues, no hay más remedio. Por eso, cuanto más dañino el corte de vías, tanto más contundente y triunfante resulta. El éxito de este tipo de movilizaciones, que las más de las veces involucran a pequeñísimos grupos sociales, se mide por el volumen de pérdidas ocasionadas a productores y transportistas, por las molestias y sacrificios provocados a ocasionales viajeros. Y también, en no poca medida, por el deterioro de la imagen del país, que es visto por propios y extraños con la huella profunda de la inestabilidad.

¿Soluciones? Los empresarios han elevado la voz y exigen al Gobierno tomar medidas para mantener expeditas todas las rutas por las que, según ellos, circulan diariamente aproximadamente 1.500 camiones. Dirigentes del ámbito laboral repiten el viejo argumento de que poner atajo a los bloqueos sería “criminalizar” las luchas sociales. Partiendo de la Constitución, existe abundante normativa al respecto, no hacen falta nuevas leyes ni decretos. Solo faltan acciones proactivas para construir consensos que permitan aplicarla. Y a la vez mejorar la gestión pública para adelantarse a estallido de los conflictos. ¿Será mucho pedir?

Carlos Soria Galvarro es periodista. 

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