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Un vapuleado Mariscal de Zepita

La Alcaldía paceña ha anunciado recientemente que la cabeza del mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana más la apacheta que lo rodeaba serán reubicadas en las cercanías de la ex Estación Central. La noticia sale más de seis años después de haber sido desmantelada la Plaza de los Héroes, lugar central de la ciudad donde radicaba este conjunto escultórico tallado y construido en piedra por Ted Carrasco Núñez del Prado. Anteriormente se había dicho que el proyecto era colocarlo en el ámbito de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y que ésta institución había incumplido sus compromisos de dotar del espacio y los recursos para correr con los gastos de instalación. Si así fuera, la UMSA habría desairado a su fundador, aunque por cierto la creación de esta casa de estudios superiores no es la única obra por la que el personaje deba ser recordado.

El hecho concreto es que se desmontó un monumento, sin asegurar ni el lugar ni las condiciones para reinstalarlo. Entretanto, la cabeza de Andrés de Santa Cruz, el prócer boliviano más destacado del siglo XIX, fue arrojada en los extramuros, a ras del suelo y cubierta por una malla de gallinero, a poca distancia del barrio de Aranjuez, en el camino a Río Abajo. Las protestas de historiadores, periodistas y otros ciudadanos cayeron en saco roto hasta hoy. En reemplazo de la Plaza de los Héroes fue construido un cuadrilátero sin alma y sin identidad, denominado “Plaza mayor”, una mera prolongación del subutilizado bloque, adefesio de cemento en que fue convertido el mercado Lanza.

El agravante es que podrían pasar otros buenos años antes de que la tarea de reubicación se concrete. El anuncio no fija fechas y viene más bien acompañado de quejas sobre el costo del operativo, dado que se trataría de unas 25 toneladas de piedra que deben ser trasladadas y reconstruidas. ¡Qué difícil había sido volver a hacer lo que tan fácilmente se deshizo!

El tema recuerda a un artículo que hace muchos años publicó Augusto  Céspedes acerca de la mentalidad alienada (colonizada, se diría ahora) de algunas élites citadinas, y específicamente paceñas, que parece que no cambian al paso del tiempo. Con su vigorosa y afilada pluma el Chueco arremetió contra las autoridades que hicieron del eje central de La Paz un muestrario de personajes extranjeros. Desde el Cristo de la ceja hasta el brasileño Tiradentes en el otro extremo, no había entonces un solo monumento o escultura que representase a algún prócer boliviano. En cambio estaban Bolívar, Sucre, Colón, Isabel la Católica, Confucio, Rómulo y Remo (con la loba romana incluida), Artigas y Humbolt. Quizás los dos primeros son obviamente los únicos que merecían estar en esa arteria principal o columna vertebral de la ciudad determinada por el curso el río Choqueyapu; los demás, claro está, podrían figurar en zonas aledañas como muestra de amplitud cultural y visión universal.

La administración municipal condepista de Julio Mantilla y Mónica Medina hizo algunos intentos por equilibrar esta situación anómala, levantó pequeños y modestos bustos de patriotas bolivianos y bolivianas a todo lo largo de la avenida Busch: José Miguel Lanza, Juana Azurduy, Tambor Vargas y otros que acompañan al propio Germán Busch (sobre las cabezas de estos próceres pasará ahora, para bien o para mal, la Línea Blanca del teleférico). Además, construyó la desaparecida Plaza de los Héroes y algunos espacios públicos con nombres nativos como el parque recreativo Bartolina Sisa. ¿No será hora de debatir estos asuntos y que la ciudadanía tenga voz y voto para encararlos?