La rendición republicana ha comenzado. Habiendo descrito a Donald Trump como un demagogo inaceptable, poco conservador, peligroso, el establishment del partido parece estar haciendo las paces con el hombre que sigue ganando las primarias.

La página editorial del Wall Street Journal ha argumentado a gritos en contra de Trump durante meses, señalando que es un charlatán y una catástrofe, advirtiendo que “si Donald Trump se convierte en la voz de los conservadores, el conservadurismo va a implosionar junto con él”. Sin embargo, esta semana disminuyó su tono aguerrido, instando a los republicanos a “continuar para ver si el Sr. Trump puede empezar a actuar como un presidente… y sobre todo para decidir quién puede prevenir otra presidencia de izquierda progresista”.

Karl Rove, exconsejero mayor y el principal estratega político del presidente George W. Bush, también ha pasado meses denunciando a Trump, comenzando por llamarlo  “idiota” y detallar sus muchos defectos y falencias, y prediciendo que de ser él el candidato, el partido republicano perdería la Casa Blanca y el Senado y erosionaría “dramáticamente” a la mayoría en la Cámara. Sin embargo, esta semana Rove también cambió de parecer, ofreciendo consejos cálidos y amigables al candidato principal para “elevar su juego.”

Marco Rubio llamó a Trump  “estafador” y lo comparó con “el hombre fuerte del tercer mundo”. El senador republicano por Florida ha asegurado que Trump “no tiene ideas de ningún tipo”, que ha dedicado toda su carrera a pegarle a las personas que han trabajado para él, que “está intentando” aprovecharse de los temores de la gente “, y que impulsa a la violencia en sus manifestaciones. Pero “en este momento”, dice que tiene la intención de apoyar a quien se perfila como el candidato republicano. Lo mismo ocurre con John McCain y Paul Ryan, quienes han tomado la inusual medida de intervenir en la campaña varias veces para reprender a Trump por sus ideas y su retórica. Incluso Lindsey Graham, quien ha dicho que Trump es “la persona menos preparada que he conocido en mi vida para ser comandante en jefe” no ha manifestado de manera explícita que no va a votar por él en caso de que salga elegido como representante del partido republicano. De hecho, en la actualidad existe un solo senador republicano que se ha comprometido a no votar en favor de Trump.

Irónicamente, los conservadores de hoy están en la misma posición que los republicanos moderados en 1964, cuando Barry Goldwater avanzaba hacia la candidatura. Hoy es difícil de entender lo dramático que fue este quiebre para los republicanos. Tal como documenta Geoffrey Kabaservice en su instructivo libro Regla y ruina, el partido republicano se ha enorgullecido de estar en carrera desde Abraham Lincoln en adelante. Goldwater, por otra parte, se opuso a la decisión del Tribunal Supremo de 1954 de integrar las escuelas en el caso Brown contra el Consejo de Educación y la Ley de Derechos Civiles de 1964. Los moderados sentían que un centenar de años de trabajo republicano en estos temas iban a  quedar en la basura si designaban a Goldwater.

Trump marca, en muchos sentidos, una ruptura aún mayor que Goldwater con respecto al pasado. El partido republicano moderno se ha dedicado a liberar los mercados y el libre comercio, el conservadurismo social, una política exterior expansionista y disciplina fiscal, especialmente en los derechos. No sobra recordar que el discurso que lanzó la carrera de Ronald Reagan fue un ataque a Medicare. En cada una de estas cuestiones Trump no está de acuerdo, ya sea abierta o —como con el caso del aborto— tiene un historial de desacuerdo.

Durante la última década, el apoyo republicano a la inmigración y el libre comercio ha estado colapsando. Pero la candidatura de Trump sería transformar el partido en un movimiento nacionalista, de cuello azul, populista, con un elemento racial,  como muchos otros en el mundo occidental. Éste sería un partido muy diferente al de Reagan o de Ryan.

Cuando yo estaba en la universidad nos pidieron estudiar cuidadosamente un ensayo seminal de 1955 sobre la política estadounidense en elecciones decisivas, escrito por Valdimer Orlando Key. La tesis de Key expresada en ese ensayo es que en cada generación hay una elección que cambia las agrupaciones preexistentes de los votantes de una manera que perdura durante años, incluso décadas. Al respecto, los estudiosos debaten qué elecciones fueron las que realinearon la política estadounidense. La mayoría coincide en que la de 1932 fue una de ellas, reuniendo la coalición del New Deal de Franklin Roosevelt de los liberales del norte, etnias urbanas, y los blancos del sur para formar una mayoría demócrata. Key realmente ve la elección de 1928 como decisiva, ya que anunciaba la coalición de 1932.

Las elecciones presidenciales de 2016 bien podrían marcar otro punto de inflexión en la política estadounidense, una elección que codifica el viejo orden, pero tal vez sin la creación de uno nuevo. A este respecto, se parece a la de 1964, también una elección que realineó la política, direccionando a la población blanca del sur hacia las filas del partido republicano desde entonces. Luego, también había una enorme energía, los nuevos votantes y un candidato que emocionó a sus seguidores. Entonces, al igual que ahora, el establishment no pudo reunir el valor ni la unidad necesarios para oponerse al candidato principal, con miedo a dar un paso atrás en contra de la energía y la dedicación de las nuevas fuerzas populistas. Resultado de ello, el partido fue dividido a las urnas en noviembre, y perdió 44 estados.