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Bolivia clama justicia

Han transcurrido 137 años desde la memorable mañana del 23 de marzo de 1879, en la que 135 valientes civiles bolivianos ofrecieron su sangre en Calama y el holocausto de sus vidas en el altar de la patria invadida. Varias generaciones han pasado desde entonces, sin que hasta la fecha esa herida infligida en nuestras almas haya podido sanar. En pleno 2016, tras 137 años de injusticia, la clase dominante del usurpador del siglo XIX no ha cambiado un ápice, aferrándose con uñas y dientes a lo ajeno, arrebatado por la fuerza y legitimado después por un tratado inicuo firmado por la doble amenaza del dogal aduanero y una nueva invasión a territorio patrio.

Sin embargo, al menos algo ha cambiado sustancialmente en el país, el pueblo boliviano ha despertado, ha dejado atrás su complejo de inferioridad y se ha dado cuenta, al fin, de que unido puede lograr todo lo que se proponga. Muestra de ello es el naciente crecimiento y desarrollo, aunque incipiente todavía, de nuestra amada Bolivia, lograda por el trabajo y esfuerzo unificado de nuestro pueblo.

El fuego sagrado patrio late más fuerte que nunca en los corazones bolivianos, en algunos más fuerte que en otros, pues al final de cuentas ese ideal supremo que se llama Bolivia se sostiene en el patriotismo de los pocos que sí la amamos y valoramos. Pero el verdadero patriotismo, entiéndase bien, es ser realistas, es absorber nuestra parte, nuestra carga de infortunio y adversidad; pero teniendo el coraje y la voluntad para enfrentarlo. Ese coraje para enfrentar la desgracia del pasado aún no ha muerto entre los hijos de Bolivia, ahora más que nunca nuestra madre común necesita que nosotros, sus hijos, estemos unidos y con una sola meta; necesita de una sociedad en general y una juventud en especial consciente de su pasado y la fuerza para cambiar el destino adverso que la acosa.

Los que tenemos hijos pequeños tenemos la enorme responsabilidad de legarles una Bolivia fuerte, unida, con su costa recuperada, o por lo menos con las herramientas que les permitan a ellos lograr al fin ese gran sueño, para que ellos no tengan el dolor de sentir ese nudo en sus gargantas, el mismo que se nos forma a nosotros al pensar en nuestro mar, en nuestro Litoral cautivo; para que no tengan que conocer este maldito sentimiento de impotencia y de angustia que nos acosa desde nuestra más tierna infancia. Debemos enseñarles que primero, antes que todo, está la patria. Deben conocer los errores del pasado para no repetirlos nunca más. Debemos enseñarles que son hijos de un pueblo noble, esforzado y heroico, que tienen el deber de defender a su madre, que es Bolivia, a costa de la propia vida der ser necesario, para que llegado el momento sepan hacerle justicia si a nosotros no nos es dada esa oportunidad. Los sueños se hacen realidad con trabajo y una fe inquebrantable, la misma fe que gota a gota forma un océano de voluntades, pues qué es ese océano si no la suma de una multitud de gotas que creen en Bolivia y en su destino.

El alma de Bolivia clama ¡justicia¡, más temprano que tarde llegará ese gran día en que todos los pueblos de la tierra canten alegres por su hermana Bolivia, que vuelve soberana y con la frente en alto a su heredad marítima; mientras tanto sus hijos conscientes no descansaremos hasta que ese día llegue, trabajando, luchando, dando lo mejor de nosotros, haciendo votos y oraciones al Creador para que este sufrimiento y esta gran injusticia terminen.