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La sonrisa de Xavier

No sé cómo será Xavier Albó enojado. Ahí radica quizás su más llamativa carencia: la de la ira, que según dicen sus colegas sacerdotes, es uno de los siete pecados capitales. Me imagino que aquella fuente inagotable de buen humor brota de sus fluidas ganas de conocer todo aquello que se torna esquivo ante sus ojos vivaces. Al pajla (calvo, en lengua autóctona) lo domina una expansiva sed de aprendizaje. Por eso no lo imagino ni sermoneando ni absolviendo culpas. No tiene tiempo para eso, lo suyo es mirar y escribir; es decir, acopiar datos para darles un sentido, que en su caso, siempre fue y será político.

Este jesuita contento nos ha dado a los bolivianos varios años de lectura y compromiso con una meta central: la emancipación de los pueblos indios. Albó encarna con ello lo que la Iglesia Católica ha tratado de purgar con más ahínco: su cruel participación histórica en el sojuzgamiento de tantos pueblos y culturas.

El pajla es en Bolivia la rectificación más radical de ese esmero colonial semiolvidado. Si alguna vez los curas buscaron extirpar idolatrías, acá hay uno de origen catalán que le ha dedicado su vida a restituirlas. En Albó todo es rehabilitación, revisión nostálgica y reposición prolija. Sus libros aspiran a reinventar lo ancestral para así devolverle la vida. De cumplirse su sueño, la Iglesia habría sido capaz de la enmienda efectiva, aunque tardía, de un genocidio cultural sobre el que nadie siente orgullo.

Vistas las cosas así, Xavier fue consecuente desde que pisó suelo boliviano, ese que lo abrigará en su seno, cual si acá hubiese nacido. Volvió a gatear en Jesús de Machaca para balbucear el idioma del lugar; reconoció en esos ponchos y rostros gélidos la anatomía de un pueblo oprimido por los mismos que quisieron doblegar el alma de sus compatriotas de Cataluña; exploró meticulosamente los contornos de aquella cultura y desde ahí aportó, para bien o para mal, en la gestación del katarismo. Nunca sabremos cuánto de su verbo yace en el Manifiesto de Tiwanaku, aunque se habla más de Gregorio Iriarte, otro de los curas convertidos a la coca y la lejía. Se puso del lado de Genaro Flores, mítico primer dirigente de la Única (la CSUTCB), luego secundó sigiloso a Víctor Hugo Cárdenas en su accidentada alianza con Goni, y en el camino fue recuperando e integrando la narrativa de los indígenas de tierras bajas. Aportó a la reforma educativa y le enseñó al Banco Mundial que valía la pena financiar modos bilingües de convivir en las aulas. Luego entendió que con el discurso radical de Felipe Quispe no habría arreglo posible; y claro, como muchos, prefirió a Evo, la versión más benévola del nuevo panorama multicolor.

Hace poco, antes de recibir el Cóndor de los Andes en el Palacio, Xavier se mostró “posibilista”, que junto a la risa, es el segundo rasgo de su temperamento. Fiel a su idea de emancipar lo indígena y revertir el pecado colonial de su Iglesia, apostó por Choquehuanca como sucesor, no sin antes dar su venia para que Evo recupere el poder cinco años más tarde, es decir, en 2025. Le dijo “matemático” al Vicepresidente, lo que hoy, a todas luces, es ya una broma pesada; y ventiló sus cavilaciones privadas a la hora de votar en el último referéndum al que declaró como “perdido”. Quizás en ese instante, y dado el inhóspito recibimiento palaciego a sus chistes, Xavier haya entendido que para nuestra clase gobernante ya no hay campo para la risa y que las mezquinas rendijas de Estado no se abren más para ninguna tomadura de pelo, aunque vista de sotana. Ahora la consigna es dar de “comer” solo a los acólitos, y en eso, nuestro pajla se muestra adverso a la condescendencia. Claro, se declaró librepensante, y cuando lo decía, ya había cesado de bromear.