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Intersticios urbanos

En los últimos años, por el crecimiento urbano desmedido y esencialmente por la desregularizada y compleja construcción de algunas ciudades, éstas llegaron a tener un sinfín de intersticios urbanos, que son llamados también vacíos urbanos. 

En las metrópolis, la discontinuidad urbana parece delatar cómo esa especie de incisión entre las normas urbanísticas y las formas arquitectónicas de grandes dimensiones son nomás la respuesta a un aparente urbanismo incoherente, el cual, en la mayoría de las ciudades, fragmenta el tejido urbano y rompe la continuidad de su estructura. De ahí que los espacios intersticiales son aprovechados para la creación de parques o espejos de agua urbanos, que embellecen y se convierten en beneficiarios estéticos y medioambientales.

La Paz, como cualquier otra urbe, cuenta con un sinnúmero de intersticios, especialmente en las laderas, donde la arquitectura sin arquitectos ha construido barrios que por sus distintas formas y las de sus terrenos evidencian la inexistencia de una estructura urbana, pues allí jamás llegó planificación alguna. Esos vacíos, en la mayoría de los casos cuadrados, triangulares y pequeños, dañan no solo la imagen urbana, sino que se convierten en relatores del bajo mundo, ya que allí pervive lo oscuro de la vida citadina. Ejemplo de ello son los alcohólicos arrimados a los muros y los desperdicios botados en la calle, que dañan no solamente el medioambiente, sino también la salud de la población circundante.

¿Y a qué se llama intersticio urbano? A los espacios considerados sin uso, debido a que no cumplen ninguna función en la ciudad, y lo peor, no logran —por su deterioro— ser identificados por el usuario. Las ciudades presentan hoy grandes extensiones de suelos marginalizados (intersticios), que debieran ser recuperados para darles una utilidad. Así, esos rincones, identificados y enumerados como piezas urbanas, podrían servir para instituir la organización espacial de esos lugares caóticos y fragmentados; para luego quizá implementar soluciones que colaboren al contexto natural.

Una idea, por ejemplo, es pensar en organizar a los intersticios en “una estructura ecológica” de los sectores marginales, la cual con el tiempo se convierta en parte de la “memoria del paisaje” de esos barrios y ayude a conservar el equilibrio ecológico urbano de éstos. Es decir, transformar cada uno de esos vacíos urbanos en rincones verdes llenos de naturaleza, con árboles nativos del lugar o viveros urbanos cuando son de dimensiones respetables. Éstos deberían ser pensados tanto para el disfrute del habitante como del visitante de esos barrios, como para el sustento del medioambiente. 

El recuperar los intersticios en las laderas de La Paz es una responsabilidad del presente, con miras a ser convertidos en redes territoriales ecológicas emergentes, en una organización satelital conformada por intersticios de mayor y menor dimensión, los cuales se tornarían en hitos simbólicos y ecológicos de ese enmarañado constructo urbano. Así se lograría organizar de forma más coherente a esos sectores paceños, y lo mejor, se transformarían en lugares de significación.

Cuando se interesa en la creatividad cualificada por valores y necesidades del lugar, además de lo estético, toda ciudad impulsa propuestas de solución, las cuales cuentan, como afirma Nietzsche, con “el acento que detecta la fuerza de la sensibilidad de sus creadores”; en este caso, del habitante de las laderas de La Paz.