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Dieciocho sirios

Entre los millares de refugiados hay tantos niños que es imposible dar la vuelta a la cara todo el tiempo

/ 30 de abril de 2016 / 06:22

No sé cuántos refugiados sirios, afganos, libios, etcétera (cuando se habla de esas nacionalidades se puede poner etcétera) han buscado asilo, o están haciéndolo, en Grecia y otros países europeos, solo sé que son muchas decenas de miles, que nadie sabe de cierto ni cuántos son ni qué oficios tienen, ni siquiera si sus familias son de verdad o impostadas. De los refugiados poco se sabe, salvo que son tantos y tienen tantas necesidades que son capaces de colapsar un país como Grecia (ellos no, su número), y Grecia es mucho país.

Italia, que ya es grande y potente, estaba al borde de la crisis política por su presencia masiva, a través de rutas marítimas sobre todo, pero la apertura de rutas terrestres ha dejado pequeña la situación italiana. Grecia revienta, y la Europa de la solidaridad y los derechos humanos está ayudando lo que puede a ese reventón. Dinero sí hay para Grecia, y ayuda en forma de comida y botellas de agua. Pero ninguna esperanza de que se pueda ofrecer a ese aluvión de personas una salida vital medianamente estable y decente.

Vemos las fotografías y los videos que les dan vida a los personajes, y no cabe duda: entre los millares de refugiados que huyen de la guerra hay tantos niños, tan inocentes como los nuestros, que es imposible dar la vuelta a la cara todo el tiempo. Solo con las fotos que nos llegan todos los días tendríamos que tener bastante para decidir que los gobiernos europeos tienen que ayudar en nuestro nombre o deben irse cubiertos de vergüenza.

El Gobierno español no solo está alineado con los demás en esa ignorancia voluntaria, sino que merece un puesto de honor en el ranking de la vergüenza. Quizá la cifra varíe algo, pero creo que hay ya 18 casos solucionados de peticiones de asilo. ¿Pero con qué cara se atreven a darnos esa cifra? Dieciocho significa un refugiado sirio por comunidad autónoma. Alguna habrá a la que le sobre uno. Y alguna institución tendrá el honor de verdad de haberse ofrecido a recoger más, como la Barcelona de Ada Colau.

No es demagogia, esto va en serio. Los 18 se tendrían que convertir en 18.000 en una semana. Y si no, malditos sean, gobernantes nuestros.

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Melville

Cada vez siento una admiración mayor por Melville, uno de los más importantes creadores americanos.

/ 29 de diciembre de 2016 / 05:15

Estados Unidos tiene mucho más fondo del que uno se puede imaginar después de haber vivido  casi 70 años en el país del norte, que es mi caso. Yo creo, por ejemplo, que tanto Hillary Clinton como Donald Trump experimentarían una fuerte impresión si supieran lo bien informados que están casi todos los periodistas que participan en tertulias sobre la forma de ser del americano medio.

Clinton habría podido ganar si se hubiera enterado mínimamente de cómo son sus compatriotas en el Medio Oeste y de cómo ven la confrontación racial los americanos de segunda generación de Florida. Por no hablar de la crisis industrial y cómo la analizan los trabajadores blancos de Detroit.

Bueno, pues de todo eso sabe un montón el español medio. Al poco de conocerse los resultados de las elecciones presidenciales de noviembre, mi panadero me ha dado un buen repaso al respecto. A él no le ha extrañado nada, conociendo como conoce de cabo a rabo la naturaleza de estos norteamericanos. Él nunca ha estado en Estados Unidos, pero no necesita hacerlo para saber de qué habla.

En el resto de los países, fuera de Estados Unidos, muy pocos se han sorprendido con el resultado más que los que han estado años en Washington o Nueva York. Lo mejor es no haber ido nunca, por lo visto. Yo llevo semanas esperando el apocalipsis, que no se ha producido afortunadamente todavía.

Y para hacer la espera un poco más llevadera, me he puesto a leer la correspondencia que sostuvo Herman Melville con Nathaniel Hawthorne hace siglo y medio (La uña rota). La verdad es que leyendo esas cartas se aprende mucho de literatura. Y se puede uno preguntar si un editor puede dedicarse a esas cosas viviendo en Segovia. Y resulta que sí, y que es muy improbable que Trump pueda evitarlo en el futuro.

También he visto la película El corazón del mar. Y cada vez siento una admiración mayor por el que considero uno de los más importantes creadores americanos. Moby Dick es uno de mis libros favoritos desde siempre (siempre es mucho tiempo) y me prometo retomar la costumbre de leerlo por lo menos una vez al año. Y eso me lleva a pensar que Donald Trump es una anécdota apenas en mi relación con la literatura americana. Que no hay ninguna posibilidad de que la interfiera.

Hoy, con más razón que nunca, voy a dedicar mi tiempo a leer a Melville, sus cartas y sus novelas. Y no pienso aprender nada sobre el carácter del americano medio de Oregón o Arkansas. Es mejor aprender del americano sobresaliente.

* es escritor y periodista, columnista de El País.

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El error de Panamá

Miles de millonarios de todo el mundo aparecen en un listado que les compromete seriamente

/ 8 de abril de 2016 / 04:00

El mundo comete cada cierto tiempo el error de no tomarse en serio a Panamá, y Panamá el no tomarse en serio a Estados Unidos. Quizá todo empezó con el problema de que Panamá se independizó de Colombia y Colombia no se enteró hasta pasados varios meses. Puede que ahí empezara todo.

Panamá decidió como país relativamente soberano entrar en el mundo haciendo cosas no del todo a gusto de los países más serios, pero sí a beneficio de algunos flecos de la economía del norte de América. Había una enorme cantidad de barcos que llevaban su bandera por el mar. No pagaban, gracias a eso, un montón de impuestos. También tenía una legislación que permitía instalarse allí a muchas sociedades a las que no les gustaba, vaya usted a saber por qué, pagar al fisco de su país.

Una vez Panamá, después de que un militar halagado por García Márquez, el coronel Omar Torrijos, hiciera unas cuantas machadas, recuperó la llamada “zona del Canal” para la soberanía nacional. El sucesor de Torrijos, el también coronel Manuel Antonio Noriega, se creyó que la soberanía nacional y el lucro personal, a través del tráfico de drogas, eran también posibles siendo muy machito ante Estados Unidos. Noriega buscó la simpatía de la izquierda mundial, pero algo olía mal en lo suyo, y acabó preso de por vida, pagando una parte de sus espantosos crímenes, y dejando detrás de sí la vida de muchos inocentes y una buena parte del país.

Panamá volvió a ser un gran negocio explotando la ampliación de su canal que comunica dos océanos, y otro que es el de ofrecer seguridad a capitales oscuros, con la condición de hacerlo moderada y discretamente. Hay que ser justo con Zapatero. Él les hizo que firmaran un acta por la que se comprometían a ser más transparentes.

Ahora miles de millonarios aparecen en un listado que les compromete seriamente. También hay españoles en la lista. Y se ha desatado una histeria mundial por conocer los nombres de todos ellos y pedir a Hacienda que les cruja. Algunos se defienden ofendidos. Y yo me pregunto, ¿es que no puede uno un jueves por la tarde crear una sociedad en Panamá sin que Hacienda le dé la lata?

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