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Respuestas flexibles ante la crisis

La coyuntura económica internacional, de la cual depende en alto grado el desempeño de una economía pequeña como la boliviana, se encuentra en una situación muy diferente de la que prevaleció hasta 2014. Las economías emergentes, que proporcionaron los motores del crecimiento entre 2003 y 2013, ya no operan de la manera que lo hicieron entonces. China ha reducido su dinámica a la mitad, lo cual obedece al cambio de su modelo de crecimiento, con el efecto de una disminución considerable de su demanda internacional de productos básicos y materias primas. La proyección dinámica de ese país se ha volcado ahora hacia enormes inversiones en la infraestructura de sus economías vecinas en Asia, y en menor medida en África y América Latina.        

La economía de Estados Unidos registra el mejor desempeño entre los países industrializados, pero eso no significa que haya alcanzado resultados satisfactorios en la esfera del empleo, y tampoco se sabe lo que ocurriría en caso de que se eleven las tasas de interés. Europa, por su parte, está afligida por varias crisis, que debilitan sus posibilidades de contribuir a la recuperación del crecimiento internacional. Empezando por la crisis de sus instituciones comunitarias, la amenaza de que el referéndum de Inglaterra en junio determine el abandono de ese país de la Unión Europea, la crisis financiera de Grecia y la descomunal crisis humanitaria de los refugiados que vienen desde Siria, Irak y otros países donde prevalecen condiciones de guerra y violencia extrema.

Esta caracterización de la economía mundial sería incompleta sin la mención de las enormes asimetrías y desbalances del sistema financiero, las negociaciones de los megatratados comerciales y la aceleración del cambio tecnológico en diferentes frentes.

Cada una de las dimensiones mencionadas se despliega a partir de sus propias determinaciones, sin que exista una articulación sistemática entre ellas. Ocurre, en cambio, que las diferentes zonas económicas establecen sus estrategias diferenciadas para aprovechar, soslayar o contrarrestar las repercusiones de la coyuntura global descrita. En ese contexto, América Latina demuestra una preocupante parálisis de iniciativas colectivas, atribuible en gran medida a la crisis económica y política de Brasil, pero también a la inoperancia de los mecanismos de cooperación política e integración económica; debido, entre otras cosas, a la discordia imperante en la región en materia de modelo económico y pauta de inserción internacional.

El cuadro descrito no agota ciertamente los desafíos que se derivan del contexto internacional para Bolivia, pero es suficiente para proponer algunas reflexiones. En primer lugar, se trata de una coyuntura de larga duración, motivo por el cual la conducción de la política económica debe descartar la idea de que a corto plazo retornarán las condiciones favorables que alentaron el crecimiento, la redistribución de ingresos y la estabilidad monetaria en los pasados 10 años.

En segundo lugar, es preciso cambiar la prioridad de la centralización y redistribución estatal de un excedente menguante hacia la promoción de la transformación productiva, mediante inversiones privadas reproductivas, con una combinación adecuada de objetivos entre el aumento de la productividad, la innovación, la generación de empleo digno y la contribución fiscal.

En tercer lugar, es imprescindible superar las rigideces doctrinales e incentivar en cambio la capacidad de adoptar respuestas autónomas y flexibles de parte de los agentes privados. Y eso implica, entre otros aspectos, la modificación paulatina del esquema imperante de precios relativos, incluyendo la sustitución del enfoque de controles y prohibiciones por una batería inteligente de incentivos orientados al cambio estructural de la economía.