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Nuestra histeria periodística

Acaban de pasar el 3 y el 10 de mayo y hemos recurrido, como obliga el oficio, al ombliguismo gremial para evaluar nuestro trabajo, así como los temas periodísticos que nos competen y (pre)ocupan a todos y todas. Hasta ahí todo soporíferamente normal y, desde ya, por ello, disculpas a las y los lectores por tratar de abordar nuevamente este tema.

Siento que quizás hemos olvidado hacer de nuestro ombliguismo un ejercicio de convivencia y, por tanto, de humildad. En estas fechas se puede advertir que, una vez más, hemos tendido a manifestarnos desde nuestra trinchera periodística para felicitar a las y los “nuestros”. Porque, de un tiempo a esta parte —a no negarlo— la reconfiguración que ha tenido lugar en el campo político ha estado constantemente reflejada en el ámbito periodístico/comunicacional.

Lo peor que hemos podido hacernos como gremio es seguirle el juego a quienes han querido configurar un tablero polarizado y nos han llevado a jugar en él. Y, con todo, muchas veces lo hemos hecho sin estar conscientes de ello; otras tantas, por desborde y algunas, por decisión política ante un escenario en el cual (creo que acá podemos converger) las condiciones para el ejercicio del periodismo y la comunicación no son las más óptimas.

El mismo día en que el presidente Evo asumió el mandato popular, en 2006, hizo mención al trabajo que desempeñan las y los periodistas y, desde entonces, el destino que ha asumido el gremio ha sido una montaña rusa de desencuentros sobre todo con el Gobierno central, y posteriormente con las organizaciones sociales afines al mismo.

En ese marco, la creación de un ministerio sectorial ya se constituye a la fecha como uno de los más crasos desaciertos de este Gobierno en la materia, toda vez que lo que en algún momento fue la posibilidad de un espacio para gestionar la utopía de las políticas de comunicación para la democracia, ha devenido en uno de los brazos gubernamentales más resistidos por gran parte de la opinión pública y publicada.

Se puede afirmar que precisamente a partir de varias acciones de esta entidad, la comunicación entre el Gobierno nacional y gran parte del gremio periodístico se ha ido deteriorando. Pero también quienes trabajamos en el ámbito periodístico y comunicacional hemos hecho lo nuestro. En estos últimos 10 años nos hemos plegado al lenguaje de la polarización que el poder político requería que se imponga.

Hemos pasado a acusarnos de paraestatales y opositores, últimamente sin sonrojarnos. Hemos deteriorado nuestras relaciones al punto de acusarnos públicamente de vender nuestro trabajo. En esencia, hemos olvidado la generosa capacidad de tolerarnos en nuestras diferencias y nos hemos permitido subir el tono de nuestras grescas, cada vez más públicas, casi sin darnos cuenta. Hemos sido cómplices de politizar nuestro espacio —lo cual yo particularmente celebro—, pero de la manera más burda y simplona. Hemos perdido la capacidad de dimensionar casi todo. En suma: nos hemos subido al barco de la histeria periodística, probablemente sin darnos cuenta. Quienes se dan cuenta, cada vez con mayor avidez, y con seguridad lo están registrando en la memoria colectiva, son quienes nos ven, escuchan o leen.