Vargas Llosa y el fujimorismo
En ‘Cinco esquinas’, Vargas Llosa retrata a una sociedad marcada por la atrocidad del régimen fujimorista.
Los peruanos habían llegado hasta el hartazgo. El autoritarismo y la corrupción del régimen de Alberto Fujimori había sobrepasado todo límite.
Lima era una ciudad asediada. A dos días del juramento de éste como presidente por tercera vez consecutiva (28 de julio de 2000), una movilización popular irrumpió. Fue etiquetada como “La Marcha de los Cuatro Suyos” (nombre inspirado por los cuatro puntos cardinales del imperio inca), la cual ponía en vilo la ceremonia de asunción presidencial. Era el principio del fin. Meses después caía el fujimorismo.
Este tempo sirve como contexto político de la última producción literaria de Mario Vargas Llosa: Cinco esquinas. Con esta novela, el escritor arequipeño zanja una deuda consigo mismo con relación al fujimorismo. En 1990, a pesar de haber montado una maquinaria electoral millonaria y con su capital intelectual a cuestas, que lo perfilaba como ganador a priori, el autor de la Casa Verde de todas maneras perdió las elecciones presidenciales en el boletaje con un advenedizo político: el chinito Fujimori.
La esperanza depositada en Fujimori fue marchitándose en el curso de los años. Más aún, se transformó en una verdadera pesadilla. Hoy los principales protagonistas del fujimorismo están purgando sus “penas” en cárceles de máxima seguridad en Perú. En Cinco esquinas, Vargas Llosa retrata a una sociedad marcada por la atrocidad de aquel régimen. Según se señala en la novela, una de las aristas más perversas de la historia es el papel de la prensa amarillista, diseñada con la misión de “joder a quienes quieren joder al Perú”, es decir, eliminar a los enemigos políticos del fujimorismo. De allí la necesidad del Doctor, como se lo conocía al deplorable Vladimiro Montecinos (mano derecha de Fujimori), para controlar a través de sus testaferros a estos medios, y establecer, como si se tratase de un sueño orwelliano, la sumisión abyecta de este periodismo.
Tal vigilancia a los medios se presenta como un síntoma inequívoco del papel político que, efectivamente, cumplía la prensa sensacionalista peruana en la época. Detrás de esas páginas que derretían sangre y sexo había una instrumentalización inescrupulosa, orientada a legitimar el régimen político; por ejemplo, para “desprestigiar y aniquilar moralmente a sus adversarios políticos”, como escribe Vargas Llosa. Esta última novela del escritor peruano está aderezada por una enrevesada historia erótica entre dos amigas; a la cual luego se suma el esposo de una de ellas. Todos ellos pertenecientes a la oligarquía limeña, signada por el pavor al terrorismo y la banalidad. Otro retrato fiel del fujimorismo.
En las páginas de Cinco esquinas, nombre de un barrio representativo de Lima, Vargas Llosa se explaya literariamente para retratar la crueldad de los hombres de poder, una cuestión tan añeja como universal, a través de los efectos devastadores y siniestros del fujimorismo, cuyo alcance aparentemente no tenía límites. Pero sí lo tuvo: el fastidio del pueblo.
El Premio Nobel de Literatura no desnuda la perversidad del poder fujimorista, eso ya se sabía. Más bien, reactiva en la memoria lo espantoso de aquel régimen. En todo caso, la aparición de esta novela coincide con una coyuntura particular en Perú, semanas previas al balotaje mediante el cual el fujimorismo travestido intenta retornar al poder: la primogénita del expresidente, Keiko Fujimori, puja electoralmente con Pedro Pablo Kuczynski, candidato de la derecha liberal peruana; de ahí la pertinencia política de esta novela.