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Mitayos y dinamitayos

En el Potosí colonial se decía mitayoc, no mitayos, a los que tenían salario, la mita. En la gramática quechua el sufijo yoc o yuc modifica lo propio del sustantivo: huasiyoc es el que tiene casa; warmiyoc, quien tiene mujer; kolqueyoc, el adinerado, etc. En la montaña de plata había también seres que laboraban sin paga, los yanaconas y yanapacus. Los mitayoc eran, pues, los mineros oficiales, sometidos a la servidumbre hasta morir, sí, pero con mita.

Ahora que por un decreto supremo los manifestantes pueden volver a usar la dinamita en sus marchas callejeras, procede deducir de mitayoc a dinamitayoc. Da bronca saber que se dio voz a la nitroglicerina en vez de más fuerza a la palabra. El apabullante estruendo del explosivo tapará siempre la proclama sindical de protesta. No solo eso. Frente a la impericia del manipulador de los petardos de dinamita (digamos un líder apodado el Mechacorta, por su poca paciencia para el diálogo democrático), la gente huye despavorida en las calles, los comercios cierran sus puertas, los ambulantes no saben qué salvar primero, si sus mercaderías o la vida, etcéperra; y por la desierta avenida avanza un pelotón estruendoso que amenaza la vida de los peatones y de la misma clase obrera marchante.

En los años de la resistencia a dictadores y neoliberales, los manifestantes iban coreando con garra y dignidad las consignas acordadas en asamblea, pero marchaban también para ganar el apoyo de la gente mirona. Entre los vivas y mueras, daba gloria ver a un transeúnte sumándose solidario a sus filas.

Una vez, en 1969, los periodistas encabezamos una marcha para celebrar la segunda nacionalización del petróleo y la expulsión de la Gulf Oil Corporation, cuando, desde una acera en la Montes, don Fausto Reynaga, padre de la rebelión indígena por la palabra, nos apoyó con una arenga: ¡Sárjam, yanquis lunttatas! La palabra manifestante era creativa y combativa. Claro que el fuego represivo llegaba puntual, como la cobardía capitalista. Teníamos siempre gases policíacos y metralla del regimiento Taratatatatata-pacá. Pero la revolución —que hoy se dice cambio— no era una utopía, y el pueblo se movilizaba con el corazón que está bien en la izquierda.

La dinamita no es para manipular entre la gente. Cuidado. No es la pólvora descubierta por los chinos para los fuegos artificiales. En un mitin puede infiltrarse un provocador, cuentapropista pagado por la oposición resentida, y causar una catástrofe. ¿Mitayoc and dinamitayoc? Mejor lubricar la conciencia, artillar el verbo y disparar la consigna.

Evo Morales y García Linera recuperaron los recursos naturales y la soberanía patria sin disparar un tiro; ni dos. Por eso suena mal hablar ahora con cartuchos dinamiteros. Ya supimos de ese lenguaje en la matanza entre mineros de Huanuni (octubre de 2006), la muerte del cooperativista Héctor Choque en 2012 o el ataque dinamitero a la Vicepresidencia en julio de 2015.

La dina-mita no es una dina-meta, es dina-mata. Hace años en Tultepec, un pueblo cohetero de México, explotó la pólvora guardada de seis fábricas de fuegos artificiales. Escribí al respecto un epigrama en el diario Excélsior: “Ese fuego artificial/ causó verdadero daño/ y la sátira venal/ dice que fue el ‘boom’ del año…”.