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Monday 22 Apr 2024 | Actualizado a 22:46 PM

Un mensaje a no desoír

El magnate neoyorquino es un personaje dañino que vive del odio y del miedo que provoca

/ 18 de mayo de 2016 / 02:49

Ocurren cosas extraordinarias y puede cumplirse la maldición china: ojalá vivas tiempos interesantes. El populismo arraiga en la primera potencia mundial y corremos el riesgo, no solo en EEUU, donde aumenta la alarma, de que un botarate (“hombre alborotado y de poco juicio”, RAE) se convierta en el próximo presidente de ese país. El trumpismo ha sobrevivido a las primarias y la pesadilla continúa. ¿Imaginan a Donald Trump tomando posesión el 20 de enero, con el maletín negro de las claves nucleares a su disposición? Ya no es impensable.

George F. Will, el decano de los analistas conservadores, se pregunta si hay algo agradable, o positivo, que se pueda decir de Trump, y responde que no, ni en su carácter, ni en su formación, ni en sus ideas. Si es nominado por el Partido Republicano, algo ya fuera de toda duda, no habrá partido conservador en EEUU en 2020, añade el columnista. El billonario neoyorquino, que sostiene su campaña en el rechazo a los inmigrantes, a los que insulta; y a las mujeres, a las que desprecia; el proteccionismo frente al comercio global; y el aislacionismo exterior para defender a un país que considera débil y entregado a sus adversarios, sería un presidente catastrófico.

Trump ha sido minusvalorado en exceso. Los medios de comunicación lo hemos lanzado haciéndonos eco de sus extravagancias y atentados verbales, como si contáramos un espectáculo de circo. Pero es un personaje dañino, que vive del odio y del miedo que provoca. Admira a Putin y está dispuesto a machacar a China, imponiendo tasas del 35% a sus exportaciones. El suyo es el triunfo del populismo más descarado, preocupante tendencia global que amenaza también en Europa. Significa una derrota de la maquinaria de los partidos, el Republicano en su caso, que a veces se suicidan. Ha llegado muy lejos y su éxito, aun parcial, lanza un mensaje de calado sobre el momento político mundial, que no debemos desoír.

La primera batalla para detener a Trump se ha perdido. La definitiva la dará Hillary Clinton y será cuesta arriba. La ex secretaria de Estado goza de una ventaja demográfica, al ser capaz de aglutinar una coalición arcoíris, con fuerte apoyo de los afroamericanos y los latinos, y parte del voto blanco. Trump, que también es racista, es básicamente el candidato de los trabajadores blancos con menos estudios, clases medias perdedoras de la gran recesión. Los votantes no blancos suponen hoy casi el 30% del censo, mientras que en 1984, en la segunda gran victoria de Reagan, eran solo el 14%.

Cabe esperar que la rabia del electorado que ha empujado a Trump en las primarias se diluya en la elección de noviembre. Y confiar en que el miedo que provoca su candidatura acabe destruyendo al candidato menos preparado y más peligroso de la historia de EEUU. Pero vivimos tiempos de botarates. 

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¿La frontera de Europa?

El viernes, el presidente ucraniano Yanukóvich promulgó una ley de amnistía para intentar sofocar los disturbios sociales. Ucrania explica el papel de la geografía en el dibujo del mundo, ni ruso ni europeo  del todo.

/ 2 de febrero de 2014 / 04:03

La geografía es el destino y potenciada por la historia juega un papel determinante en el dibujo del mundo. Ucrania es un caso práctico de esta idea que explica en gran medida la crisis desatada en este país de 47 millones de habitantes, ni ruso ni europeo del todo, punto de intersección entre el este y el oeste. La historia siempre regresa a las relaciones internacionales y con ella la maldición de la geografía. Que se lo pregunten a los polacos o a los mexicanos, históricamente tan lejos de Dios y tan cerca de Alemania, Rusia o Estados Unidos.

En el idioma ruso Ucrania significa tierra de frontera y, en ucranio, patria. Y es ambas cosas a la vez. El país, que solamente alcanzó la independencia en 1991 tras la implosión de la Unión Soviética, enfrenta una crisis de identidad nacional no resuelta. Asistimos a la batalla por el alma de un país dada en una plaza de Kiev donde por la noche la temperatura desciende hasta 20 grados bajo cero; los manifestantes lanzan cócteles molotov contra la policía con tirachinas, y adoquines con grandes catapultas artesanales, componiendo una escena de cuadro medieval. El presidente Víctor Yanukóvich ha cedido en casi todas sus peticiones y alegando una aguda infección pulmonar se ha quitado de en medio. El poder está en la calle.

¿Qué hay detrás de esta pugna de alcance geoestratégico, económico y cultural? Ojo con las simplificaciones. No estamos ante una revolución como la que arrastró a Ceaucescu acabando con la Rumanía comunista, ni ante la batalla de una oposición democrática —está trufada de una ultraderecha nacionalista antijudía— contra un dictador marioneta de Moscú. Tampoco ante una maniobra descarada de Washington y Alemania para hacer negocio y convertir a Ucrania en una nueva Polonia, aunque su injerencia denunciada por Moscú es evidente. O de una provocación de Putin para recuperar Ucrania, antigua república soviética, para su diseño de imperio euroasiático. Ninguno de estos factores por sí solos explica la crisis. Es una situación que no admite el blanco y negro de Europa o Rusia.

Ucrania, tierra invadida y conquistada sucesivamente por polacos, rusos y austriacos, nunca ha tenido una identidad nacional coherente. Es un país partido en dos; el este, el sur y las concentraciones urbanas, rusófilo e industrial, seguidor de la Iglesia ortodoxa, mientras que el oeste es rural, católico, más pobre y más nacionalista. El oriente habla ruso y el oeste, ucranio. La dependencia económica de Rusia, a la que provee de alimentos y de la que recibe gas, es decisiva.

Ucrania, demasiado grande y demasiado pobre para formar parte de la Unión Europea. Encaramada sobre una falla histórica explotada por Occidente para disminuir la expansión de Rusia. Un 43% de sus habitantes serían partidarios de una integración en la Unión Europea.

¿La última frontera de Europa o el inicio de la Gran Rusia euroasiática? En las relaciones internacionales se enseña que Rusia sin Ucrania es un país, con Ucrania es un imperio. ¿Ucrania, frontera o puente? Que decidan los ucranios.

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Un verano torcido

La esperanza suscitada por la Primavera Árabe ha sido abortada por el golpe militar egipcio.  Obama ha dejado pasar más de 100.000 muertos y casi 2 millones de refugiados sin intervenir. Ahora se apresta a atacar Siria.

/ 1 de septiembre de 2013 / 04:00

Vivimos los últimos compases del verano en que se ha torcido casi todo y nada ha salido conforme a lo previsto. La esperanza suscitada por la Primavera Árabe: que la democracia es posible y puede prender en ese mundo, ha sido abortada en gran medida por el golpe de Estado perpetrado por los militares en Egipto con el apoyo de los sectores laicos y liberales y la aceptación distraída de Estados Unidos y los países europeos. Irresponsable actitud por la que pagaremos un alto precio. Occidente declara su impotencia para entenderse con el islam político.

Nos guste o no, en una región en la que la política y la religión son dos caras de la misma moneda, cuanto más democrático sea Oriente Próximo, mayor será el papel del islam en la vida pública. El golpe del general Al Sisi y la represión ejercida para eliminar a los Hermanos Musulmanes no puede entenderse sin la complicidad de Estados Unidos, que alentó la democracia en el mundo musulmán. ¿Qué resta hoy del famoso discurso de Barack Obama en la Universidad de El Cairo? Washington prefiere a los pretorianos egipcios, que le aseguran el estratégico acuerdo de paz con Israel, a la dignidad y las libertades de los más de 80 millones de ciudadanos de la primera nación árabe.

Cuando se deshace el espejismo del verano y volvemos a la rutina, reaparece la sombra de Irak y la invasión tramposa y catastrófica de 2003. Obama, el presidente que elegimos en gran medida porque no era George W. Bush, parece decidido a replicar la acción de su antecesor en la Casa Blanca, con un ataque militar sobre Siria para demostrar al criminal de guerra Bachar el Asad que no puede saltarse la imprudente línea roja que trazó hace justo un año. Creíamos que estábamos vacunados para no repetir los errores.

Ya no hay cientos de miles de ciudadanos protestando en las calles de las principales ciudades del mundo por una nueva guerra anunciada. Pero al igual que hace una década, los inspectores de la ONU buscan en Damasco las huellas de las armas químicas que con toda probabilidad ha usado El Asad contra su pueblo. Estamos a la espera de un ataque puntual, inminente, con misiles de crucero, que lanzará Estados Unidos como palomas mensajeras con el recado de que El Asad no continúe gaseando a sus ciudadanos. Washington ha tranquilizado previamente al dictador sirio de que no trata de desalojarle del poder.

Sorprende Obama, que ha dejado pasar los más de 100.000 muertos de la guerra civil siria, los casi dos millones de refugiados huidos del país y los cuatro millones de desplazados internos, sin intervenir, curado de espanto de las guerras norteamericanas en la región y consciente del cansancio de la opinión pública y de su insufrible coste económico. La dimensión sectaria, étnica y religiosa de la guerra civil siria justificaba la prudencia de Obama. El presidente más pragmático desde Eisenhower, el Ike que abrazó a Franco en Barajas, habría decidido no dejar pasar el primer ataque con armas químicas del siglo XXI.

El debate entre los intereses y los principios, resuelto de una sola tacada. Salva su credibilidad y su palabra empeñadas y, al tiempo, la de Estados Unidos como superpotencia realmente existente; lava su imagen interna de presidente débil; le envía un mensaje a Irán de que su paciencia nuclear tiene límites cuya superación no tolerará, Estados Unidos no habla en vano. Atiende al principio de protección de las poblaciones amenazadas y el estado de situación humanitaria extrema de Siria, que excusaría la ruptura excepcional del derecho internacional para reparar la obscena inmoralidad del ataque con armas químicas. Tony Blair, uno de los cínicos arquitectos de la invasión de Irak, habla de demostrar que no somos arrastrados por los acontecimientos, sino que Occidente es capaz de definirlos. Primero se toma la decisión y luego se busca la cobertura legal.

Este plural mayestático se refiere, además de a Estados Unidos, a los otros dos líderes comprometidos con la acción bélica y políticamente en horas bajas, Cameron, cuyo Parlamento ha rechazado la guerra, y Hollande. La Unión Europea queda fuera de juego. Los dirigentes de Reino Unido y Francia, antiguas potencias coloniales, que justo hace un siglo delimitaron las fronteras de Siria y el reparto de Oriente Próximo, vuelven a sacar pecho de hojalata lo mismo que hicieron en Libia. Todo es mucho más prosaico. Se trata de la urgente necesidad de hacer algo, incluso de que se vea que hacemos algo. Sin la ONU, sin pasar por el Congreso, que recela de las explicaciones y las pruebas ofrecidas por el presidente, por encima de las dudas expresadas por la cúpula militar del Pentágono. Puede que sea legal lo que parece a punto de ocurrir, pero no es inteligente, puede ser incluso desastroso para todo Oriente Próximo.

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/ 1 de septiembre de 2013 / 04:00

Vivimos los últimos compases del verano en que se ha torcido casi todo y nada ha salido conforme a lo previsto. La esperanza suscitada por la Primavera Árabe: que la democracia es posible y puede prender en ese mundo, ha sido abortada en gran medida por el golpe de Estado perpetrado por los militares en Egipto con el apoyo de los sectores laicos y liberales y la aceptación distraída de Estados Unidos y los países europeos. Irresponsable actitud por la que pagaremos un alto precio. Occidente declara su impotencia para entenderse con el islam político.

Nos guste o no, en una región en la que la política y la religión son dos caras de la misma moneda, cuanto más democrático sea Oriente Próximo, mayor será el papel del islam en la vida pública. El golpe del general Al Sisi y la represión ejercida para eliminar a los Hermanos Musulmanes no puede entenderse sin la complicidad de Estados Unidos, que alentó la democracia en el mundo musulmán. ¿Qué resta hoy del famoso discurso de Barack Obama en la Universidad de El Cairo? Washington prefiere a los pretorianos egipcios, que le aseguran el estratégico acuerdo de paz con Israel, a la dignidad y las libertades de los más de 80 millones de ciudadanos de la primera nación árabe.

Cuando se deshace el espejismo del verano y volvemos a la rutina, reaparece la sombra de Irak y la invasión tramposa y catastrófica de 2003. Obama, el presidente que elegimos en gran medida porque no era George W. Bush, parece decidido a replicar la acción de su antecesor en la Casa Blanca, con un ataque militar sobre Siria para demostrar al criminal de guerra Bachar el Asad que no puede saltarse la imprudente línea roja que trazó hace justo un año. Creíamos que estábamos vacunados para no repetir los errores.

Ya no hay cientos de miles de ciudadanos protestando en las calles de las principales ciudades del mundo por una nueva guerra anunciada. Pero al igual que hace una década, los inspectores de la ONU buscan en Damasco las huellas de las armas químicas que con toda probabilidad ha usado El Asad contra su pueblo. Estamos a la espera de un ataque puntual, inminente, con misiles de crucero, que lanzará Estados Unidos como palomas mensajeras con el recado de que El Asad no continúe gaseando a sus ciudadanos. Washington ha tranquilizado previamente al dictador sirio de que no trata de desalojarle del poder.

Sorprende Obama, que ha dejado pasar los más de 100.000 muertos de la guerra civil siria, los casi dos millones de refugiados huidos del país y los cuatro millones de desplazados internos, sin intervenir, curado de espanto de las guerras norteamericanas en la región y consciente del cansancio de la opinión pública y de su insufrible coste económico. La dimensión sectaria, étnica y religiosa de la guerra civil siria justificaba la prudencia de Obama. El presidente más pragmático desde Eisenhower, el Ike que abrazó a Franco en Barajas, habría decidido no dejar pasar el primer ataque con armas químicas del siglo XXI.

El debate entre los intereses y los principios, resuelto de una sola tacada. Salva su credibilidad y su palabra empeñadas y, al tiempo, la de Estados Unidos como superpotencia realmente existente; lava su imagen interna de presidente débil; le envía un mensaje a Irán de que su paciencia nuclear tiene límites cuya superación no tolerará, Estados Unidos no habla en vano. Atiende al principio de protección de las poblaciones amenazadas y el estado de situación humanitaria extrema de Siria, que excusaría la ruptura excepcional del derecho internacional para reparar la obscena inmoralidad del ataque con armas químicas. Tony Blair, uno de los cínicos arquitectos de la invasión de Irak, habla de demostrar que no somos arrastrados por los acontecimientos, sino que Occidente es capaz de definirlos. Primero se toma la decisión y luego se busca la cobertura legal.

Este plural mayestático se refiere, además de a Estados Unidos, a los otros dos líderes comprometidos con la acción bélica y políticamente en horas bajas, Cameron, cuyo Parlamento ha rechazado la guerra, y Hollande. La Unión Europea queda fuera de juego. Los dirigentes de Reino Unido y Francia, antiguas potencias coloniales, que justo hace un siglo delimitaron las fronteras de Siria y el reparto de Oriente Próximo, vuelven a sacar pecho de hojalata lo mismo que hicieron en Libia. Todo es mucho más prosaico. Se trata de la urgente necesidad de hacer algo, incluso de que se vea que hacemos algo. Sin la ONU, sin pasar por el Congreso, que recela de las explicaciones y las pruebas ofrecidas por el presidente, por encima de las dudas expresadas por la cúpula militar del Pentágono. Puede que sea legal lo que parece a punto de ocurrir, pero no es inteligente, puede ser incluso desastroso para todo Oriente Próximo.

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