Voces

Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 07:16 AM

Democracia, a prueba

El ‘impeachment’ va a suponer una prueba importante para medir el pulso de la democracia brasileña

/ 19 de mayo de 2016 / 03:02

Los juristas seguirán, a su vez, discutiendo si el proceso y veredicto del Congreso brasileño se ajusta o no a la Constitución que prevé la pérdida del mandato presidencial por crimen de responsabilidad administrativa. Es posible que, en el futuro, Brasil tenga que revisar ese punto complejo de la Constitución. Mientras tanto, el país tiene un nuevo gobierno al mando del vicepresidente de la República, Michel Temer, quien actuará hasta que se concluya el proceso a Rousseff, según prevé la Constitución. El hecho, excepcional, va a suponer una prueba importante para medir el pulso de la joven democracia brasileña.

Nadie niega hoy que a pesar de todas las discusiones jurídicas, Rousseff no hubiese sido depuesta si el país hubiese estado creciendo económicamente, si no estuviera sufriendo la angustia de 12 millones de desempleados, una inflación que se come el salario de los trabajadores y con un 60% de la población endeudada. Y si Rousseff no hubiera perdido la confianza del Congreso.

El presidente en funciones, Temer, es lo opuesto a Dilma en todo. Se formó a la sombra del Congreso que ya presidió tres veces, conoce como pocos el complejo engranaje de los gobiernos de coalición y entra contando con una fuerte mayoría parlamentaria, que fue lo que le faltó a Rousseff. En teoría, ello le permitiría aprobar algunas de las reformas urgentes que Brasil necesita para enderezar una economía que vive la mayor recesión de su historia republicana.

El mundo del trabajo, y sobre todo la nueva clase media-baja que salió de la miseria durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) (y que empezaba a sentir el latigazo de una crisis que amenaza con devolverle a su triste pasado) va a medir a Temer, más que por su carisma, por los resultados inmediatos de su gestión.

El brasileño es más pragmático que ideológico. Por eso, quizás, se entendió siempre mejor con Lula que con Rousseff. Para esa masa de gente que sufre para llegar a fin de mes y que ve cada día que su dinero vale menos, el discurso jurídico del golpe de Estado tiene menos eco que los precios del mercado o la angustia de verse cada día más endeudada.

La democracia de Brasil se está demostrando, a pesar de todo, más sólida de lo que puede parecer fuera de sus fronteras. Lo revela el hecho que tras el trauma de la deposición de Rousseff la gente no se ha echado a la calle. No hay violencia. El Ejército ha dormido tranquilo y el Tribunal Supremo ha vigilado y controlado cada paso del doloroso rito del impeachment. No es poco en estas latitudes tropicales.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

La Condena a Lula no debe alegrar

En un país donde solo van a prisión pobres, negros y prostitutas, ahora la Justicia debe caer a todos los corruptos.

/ 30 de julio de 2017 / 04:00

Brasil es una noticia mundial por la condena de Lula a nueve años y medio de prisión por corrupción, puesto que el exsindicalista fue el presidente más popular y carismático de la democracia. Lula había logrado que el gigante estadounidense saliera de su complejo de inferioridad para proyectarse en el futuro como una pieza importante del ajedrez mundial. Fue, además, el presidente más amado, casi adorado, por el mundo de los más pobres.

La noticia de su condena, sin embargo, llega en un momento crucial para la política brasileña, con un presidente como Michel Temer en vísperas de poder ser depuesto por corrupción y una sociedad dividida y tensa, atemorizada con los 14 millones de desempleados del país. Por eso esta noticia no puede, de ninguna forma, ser un motivo de alegría.

Sin entrar en el juicio sobre la sentencia emitida contra Lula por el mítico juez Sérgio Moro, algo que aún tendrá que ser analizado y decidido en otra instancia judicial, lo cierto es que, dejando de lado las ideas políticas de cada uno, ésta no debería ser una temporada de júbilo. No puede ser un momento de alegría, porque la noticia encierra una infinidad de simbolismos como la caída del ídolo de la izquierda brasileña y con él la esperanza de la refundación del Partido de los Trabajadores (PT), que llegó a ser el más importante de la izquierda latinoamericana.

Siempre se dijo que el PT no existía sin Lula ni Lula sin el PT. Hoy, con Lula condenado por la Justicia a la cárcel por un crimen de corrupción, de algún modo la democracia sufre y se rompen muchas esperanzas. ¿Habrá quien diga que la sentencia contra Lula, el primer presidente del país condenado por motivos criminales, significa, al mismo tiempo, la esperanza de que, por fin, en este país la justicia sea igual para todos.

Podría incluso ser verdad, pero con una condición: que todos los demás políticos, muchos de ellos acusados de crímenes aún mayores, acaben, como Lula, condenados por esa misma Justicia, algo que no parece ser lo que la sociedad siente.

La misma diligencia que el juez Moro usó contra Lula en el Supremo Tribunal Federal (STF) ya debería haberse usado contra docenas de políticos de primer plano de la vida nacional de Brasil, de partidos que gobernaron con la izquierda del PT, y que parecen ser tratados con otro sistema de mediciones.

Si la condena dictaminada por Moro contra Lula, a la que podrían sumarse otras más, quiere ser vista como un triunfo de la Justicia en un país donde solo iban a la prisión los pobres, los negros y las prostitutas, será necesario que la sociedad pueda ver, sin esperar ni un minuto más, que sean condenados los otros líderes políticos, que ahora aparecen como intocables y cuyas denuncias, no menos graves que las de Lula, se arrastran durante años.
Si se trata de limpiar la corrompida vida política de un país para dar lugar a una nueva era de esperanza donde la impunidad con los poderosos sea algo

del pasado y no existan privilegiados ante la Justicia, entonces que la condena de Lula a la cárcel sea seguida de los demás políticos corruptos. Y eso sin esperar más, para que la grave decisión tomada contra Lula no parezca otra forma de impedir que se postule de nuevo a las próximas elecciones presidenciales.
Hoy, más que ayer, la Justicia va a ser analizada ante los ojos abiertos de una sociedad más madura y más incrédula que en el pasado para saber si se trata de realizar una verdadera catarsis contra la plaga de la corrupción político-empresarial o si con esta condena apenas se encendieron los fuegos artificiales para tapar intereses poco confesables.
¿No suelen ser los mayores corruptos los que, al disponer de mayores medios financieros, presentan mayores posibilidades de ser reelegidos? Este es el nuevo desafío para el elector brasileño en 2018: estar alerta para no “absolver” en las urnas, como en el pasado, aquellos que son notoriamente corruptos o corruptores.
Dejemos, pues, que cada institución cumpla su papel. Los tribunales de Justicia que juzguen la culpabilidad o inocencia de los políticos y que los electores se esfuercen en votar a quienes consideren más dignos y mejor preparados para presidir los destinos del país. Como reza lo dicho del Evangelio:  “A César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. Jesús provocó también a los suyos con el enigmático consejo: “Dejen que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8:22). Los brasileños tienen la ocasión, en las elecciones del próximo año, de impedir que los políticos moralmente muertos puedan resucitar en las urnas.

  • Juan Arias es periodista y filólogo, corresponsal de El País en Brasil

Comparte y opina:

Lula quiere ser absuelto por las urnas

Lula está preparado para volver siempre y cuando lo imponderable no se le atraviese en el camino

/ 10 de julio de 2016 / 12:00

Como escudo contra las presuntas acusaciones de corrupción que podrían arrastrarle a los tribunales, Lula pretende ser absuelto por las urnas. Sería su venganza personal. Frei Betto, quien mejor conoce los entresijos y estrategias de Lula, casi su confesor, hizo dos afirmaciones claves en una reciente entrevista que desmontan decenas de rumores y conjeturas.

El escritor zanjó de una vez la idea de que Lula esté triste o deprimido. Al revés, estaría solo a la espera de que pase el tsunami de la Justicia para reaparecer. “Ahora que la Operación Lava Jato reparte las cartas de la política brasileña, a Lula le conviene no sobresalir mucho”, afirma, diplomático, Betto. Fue categórico también al afirmar que el expresidente volverá a ser candidato en las presidenciales de 2018, a no ser que, para entonces “esté preso o muerto”. Acabó así con las suposiciones. Lula está preparado para volver siempre y cuando lo imponderable no se le atraviese en el camino. Y punto final.

Lo que no explicó el escritor y biógrafo de Fidel Castro es el porqué de esa necesidad perentoria de Lula de querer volver a disputar la presidencia. ¿Será, quizás, por esa adición irresistible que aqueja a casi todos los políticos una vez probada la fruta prohibida del poder? También, pero no solo. Existen otros motivos que Betto podría explicar mejor. Entre ellos, que Lula es un político que siempre se sintió por encima de todos, insustituible. Fue así en 2014, cuando Dilma, su pupila, le cerró entonces el paso. Él ha llegado a decir, sin excesivo pudor, que a este país (Brasil) hoy solo él puede enderezarlo.

El espaldarazo se lo había dado a Lula el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cuando lo presentó como el político más popular del mundo, y exclamó: “Yo amo a este hombre”. Estaba exaltando el mito americano del hombre salido de la nada capaz de superarse a sí mismo. Quiso el destino que el mito empezase a resquebrajarse bajo las acusaciones de presunta corrupción, ese virus que se está cebando con la clase política brasileña, y no parece respetarlo ni a él.

“No existe en el mundo nadie más honrado que yo”, reaccionó Lula, indignado, a las acusaciones. También Betto apuesta por su honradez ética. Sabe, sin embargo, el exmandatario que no es lo que piensan algunos jueces que están hurgando en su vida y hasta intentan probar que fue el jefe de la cuadrilla. Pero quien conoce a Lula sabe que es un político que no se rinde. Cuando parece más hundido es cuando más alza la cabeza. Es más peligroso, dicen, en la sombra que al sol. Sabe que para salir del atolladero al que le ha empujado un destino que nunca esperó no tiene otra salida que arriesgarse a desafiarlo todo y volver, por la sexta vez, a disputar unas elecciones presidenciales para ganarlas por la tercera vez. Tendrá entonces 73 años.

Hay, sin embargo, un último motivo, quizás el más importante, detrás de la vuelta al poder de Lula: buscar su absolución en las urnas. Sería su desafío y venganza con los jueces. Que los brasileños lo absuelvan con su voto. Una vez elegido presidente, Lula ni siquiera podría ya ser juzgado por presuntos delitos cometidos fuera de su mandato. Todo ello puede parecer un rompecabezas, pero para Lula es solo un juego político. “Nunca antes en este país”, fue el eslogan que él acuñó cuando era gobernante. ¿También hoy? A eso tendrán que responder ahora los electores en las urnas. Él lo intentará.

Que no olviden sus contrincantes que a él le va más el juego rápido, inesperado, arriesgado, del póker, que el lento y reflexivo del ajedrez, como aseguran sus viejos amigos del sindicato. Lula, en la jungla política, es más leopardo que elefante. ¿No será que espera, en la sombra de la noche, la hora de dar su zarpazo final? Al tiempo.

Es periodista y escritor, corresponsal de El País en Brasil.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

¿Deberían los corruptos devolver lo robado?

A los corruptos no les basta con pedir perdón, deben devolver lo que han robado (papa Francisco).

/ 6 de julio de 2014 / 04:00

El papa Francisco ha introducido un elemento nuevo, diría revolucionario, en la lucha contra la corrupción, al afirmar que “a los políticos, empresarios y religiosos corruptos” no les basta con pedir perdón, sino que deben “devolver” a la comunidad lo que han robado. El Papa habla a los cristianos y les dice a los corruptos que no es suficiente pedir perdón a Dios, que tienen que devolver el fruto de la corrupción. La Iglesia, antes de Francisco, absolvía a esos pecadores, pero no les imponía como penitencia, para poder ser absueltos, devolver el botín producto de su pecado.

Si, según Francisco, los católicos que se adueñan del dinero público en cualquier esfera del poder tienen ahora la obligación de devolver lo robado, ¿no podría y debería la justicia civil exigir lo mismo de los condenados por corrupción? Hoy, en casi todo el mundo, a los condenados por corrupción les basta con pasar, en el mejor de los casos, unos meses o años de cárcel y después salen y siguen siendo tan ricos como entraron. También en Brasil estamos acostumbrados a que, incluso en los raros casos en que los corruptos acaban en la cárcel, se quedan sin devolver las ganancias producidas por sus actos de corrupción.

El papa Francisco, que siempre ha pedido a sacerdotes, obispos y cardenales que vayan a mezclarse con la gente de la calle para escuchar sus voces y sus lamentos, sabe por experiencia que lo que más les duele y lo que más critican los pobres es que los condenados por corrupción nunca devuelven lo robado. Lo he escuchado yo mismo cientos de veces. Los brasileños son muy sensibles con este tema. Tienen la sensación de la fuerte impunidad que rige en el país, donde casi siempre acaban absueltos los políticos acusados por corrupción, y también de que los que se han adueñado del dinero público nunca serán despojados de los bienes obtenidos.

El miércoles, los franceses se despertaron con la noticia de que su expresidente de la República Nicolas Sarkozy fue detenido por la Policía Judicial de París, acusado de tráfico de influencias y violación del secreto de instrucción. Era la primera vez que un expresidente francés era detenido por la Policía y llevado a juicio. En Italia, el Alcalde de la mítica ciudad de Venecia y otros 30 políticos han acabado semanas atrás en la cárcel, acusados también de desvíos de dinero público, y el ex primer ministro Silvio Berlusconi está cumpliendo sentencia judicial trabajando con personas enfermas. En España, una hermana del nuevo rey, Felipe VI, está siendo procesada, acusada de presunta corrupción.

Cada vez la sociedad se hace más intolerante en todo el mundo contra la corrupción, sea ella política, financiera o religiosa. En Brasil hasta el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva ha dicho a sus huestes del PT que no pueden abordar la campaña electoral “ignorando el tema de la corrupción”. Y cada vez las personas que viven de su trabajo y tienen que sudar su salario se indignan más y se hacen menos condescendientes con ese pecado, que el Sumo Pontífice acaba de condenar duramente.

Por primera vez un Papa ha tenido el coraje de “excomulgar” a los mafiosos. Lo acaba de hacer días atrás visitando la región de Calabria en el pobre y religioso sur de Italia. Ahora el Papa ha dado un paso más y ha afirmado con palabras que entienden hasta los más analfabetos: “Los políticos corruptos, los empresarios corruptos, los sacerdotes corruptos, perjudican a los más pobres”. Y eso porque, según Francisco, “son los pobres los que pagan las fiestas de los corruptos.

Son los que pagan la cuenta”. ¿Y cómo pagan esa cuenta? La pagan, dice el Papa, cuando ese dinero de la corrupción hace que los pobres carezcan, por ejemplo, de hospitales y escuelas dignas. ¿Podía ser más claro?

¿Alguien podrá quitarle la razón a Francisco que, al parecer, donde es menos amado es dentro de los palacios vaticanos, porque hasta allí han desembocado los ríos sucios de la corrupción que él ha empezado a combatir y excomulgar?

El mundo de hoy está necesitando con urgencia de voces que hablen sin diplomacia y con autoridad moral, como la del papa Francisco, capaces de interpretar no solo las angustias de los que habitan en el planeta de la pobreza, que son la mitad de la humanidad, sino también sus ansias de justicia, una justicia que no discrimine, que se despoje de su pecado de impunidad con los poderosos corruptos y que obligue a los que se enriquecen ilegalmente a devolver lo que no les pertenece si quieren ser absueltos no digo por Dios, sino por la sociedad que es el verdadero corazón de la política.

La verdadera reforma política y judicial de la que todos hablan y a la que nadie se atreve a meterle el diente ¿no podría empezar por obligar a los políticos, como pide Francisco, a devolver lo robado? Si Brasil llevara a cabo esa revolución, estoy seguro de que su imagen quedaría ante el mundo más engrandecida que si ganara muchas copas del mundo juntas.

Comparte y opina:

¿Sienten algo los corruptos?

Cuando la política ignora el dolor para dar paso al cinismo, se están abriendo las puertas a la barbarie

/ 4 de mayo de 2014 / 04:01

Son los políticos capaces de tener sentimientos? ¿Y los corruptos? La política debería ser una de las artes más nobles ya que su finalidad es la búsqueda de la felicidad de los ciudadanos que colocan su confianza en sus representantes. ¿Es así? ¿Existen en ella sentimientos o está solo hecha de frías negociaciones, compromisos, intrigas y corrupciones?

Con motivo de las últimas denuncias contra la empresa brasileña Petrobras, que fue orgullo mundial, hemos visto en los medios de comunicación una verdadera danza de cifras de millones de dólares que en buena parte podrían haber acabado en el bolsillo de quienes deberían haber vigilado una empresa creada con el esfuerzo de miles de ciudadanos.

Es una danza de ceros que se repite en las ya rutinarias acusaciones de corrupción política. Una danza que revela el poco aprecio que existe por el dinero público, fruto del esfuerzo cotidiano de tantos trabajadores o de pequeños empresarios que trabajan cuatro meses gratis para el Estado para pagar impuestos. ¿Para recibir qué a cambio?

Bastaría con usar esas cifras estelares de la corrupción, que se mide ya en miles de millones y que un simple trabajador ni consigue calcular, para que Brasil pudiera ser un país con una mejor calidad de vida sin aparecer siempre en el furgón de cola en las encuestas mundiales en educación, violencia y desarrollo humano.

¿Qué sienten respecto a sus gobernantes esos millones de hombres y mujeres que luchan para que no les falte a sus hijos lo necesario, al toparse con esa danza de los guarismos de la corrupción que acaba perdiéndose casi siempre en el pozo de la impunidad? En ese macabro baile de cifras, un millón de reales ya es considerado un pecado venial. Y sin embargo, para ganar ese millón, una profesora de escuela primaria, con un sueldo medio de 1.500 reales mensuales, ¿saben cuántos años debería trabajar? Exactamente 70, es decir, dos vidas laborales.

Pienso también en tantos trabajadores a sueldo, que se dejan en su tarea su salud y, a veces, hasta su vida, como ha ocurrido con los ocho trabajadores muertos en las obras de construcción de los nuevos estadios de la Copa (por Dios, Pelé, que la vida de una persona vale más que todos los estadios y los mundiales del mundo juntos).

Pienso en los millones de funcionarios anónimos de los hospitales, de campo, de los servicios públicos de limpieza, de las trabajadoras del hogar que realizan un trabajo oscuro a favor de todos nosotros con un sueldo que les da, justo, para vivir en estrechez.

Me pregunto lo que deben sentir íntimamente todos los que necesitan usar diariamente dos o tres medios públicos de transporte para ir al trabajo y que a veces hacen kilómetros a pie para ahorrarse unas monedas, cuando ven a algunos políticos usando, sin necesidad, aviones y helicópteros del Ejército o de empresarios —a veces corruptos— por pura comodidad o porque se consideran disminuidos viajando como todos los mortales.

Nadie, ni siquiera los trabajadores más humildes, exige a sus políticos que hagan voto de pobreza o que dejen de usar los medios que necesitan para ejercer con eficacia su trabajo. Lo que piden y exigen es que los impuestos reviertan en beneficio de todos. Y no solo de unos pocos. Y que no les roben.

¿Y qué sienten los corruptos? ¿Sentirán por lo menos un mínimo de desasosiego, sabiendo que ese dinero que les enriquece ilícitamente y que ellos despilfarran, a veces hasta con descaro, lo sustraen a la fatiga de los demás?

¿Conseguirán sentir, como un lamento en sus conciencias, que ese dinero de la corrupción está hecho con las lágrimas de tanto trabajo duro de gentes que tienen que hacer fila para todo, que sufren la violencia institucional cada vez que piden lo que les pertenece por ley y por justicia? Y no estoy hablando de los más pobres ni de los negros, sino también de la clase media blanca, cada vez más sacrificada.

Hay quien asegura que esos corruptos no solo no albergan esos sentimientos de vergüenza, sino que hasta piensan que la gente “vive demasiado bien”, ya que “nunca tuvieron tanto como hoy”. Se refieren a la gente de a pie, a las personas sin privilegios a las que les producen vértigo las cifras astronómicas de la corrupción.

Cuando en una sociedad acaban desapareciendo los sentimientos, sin que la ilegalidad llegue a quitar el sueño a nadie, todo el resto (desde las comisiones de investigación del Congreso a las posibles reformas políticas) será tristemente inútil y fácilmente burlado.

La primera gran reforma debería empezar con el apremio de ciertos sentimientos básicos de decencia a quienes rigen los destinos de la comunidad. Ese pudor que deberían albergar los que la sociedad elige con su voto para que cuiden del bienestar de todos, y no para que se conviertan en peligrosos ladrones del gallinero. Cuando en la política los sentimientos de compasión se apagan y se ignora el dolor del mundo para dar paso al cinismo, estamos abriendo peligrosamente las puertas a la barbarie.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

¿Juan Pablo II quería quemar su diario?

Aquel papa que  se enfadaba con nuestras preguntas es el que aparece en sus apuntes.

/ 20 de abril de 2014 / 04:28

Se está haciendo mucho ruido con los cuadernos personales del papa Juan Pablo II (Juan Pablo II, estoy en tus manos. Cuadernos personales, 1962-2003), recién publicados, a pesar de haber dejado claro a su secretario personal, Stanislaw Dziwisz, arzobispo cardenal de Cracovia, que debían ser quemados.

En el mundo de los escritores siempre se dice que lo que se deja inédito a la hora de la muerte es con la intención de que se publique. No es el caso de Juan Pablo II que, según informaciones vaticanas, había pedido que sus notas personales, de más de 600 páginas, fueran quemadas después de su muerte. ¿Por qué han sido entonces publicadas? ¿Se le ha hecho un mal favor al papa que dentro de unas semanas será canonizado junto con Juan XXIII, un papa progresista al contrario del pontífice polaco conservador?

Juan XXIII también escribió El Diario del alma, sus apuntes personales, pero no tuvo problemas en que se publicaran. No sabemos los verdaderos motivos por los que el secretario de Juan Pablo II, su mayor confidente, ha querido desobedecer al papa.

Estuve en la plaza de San Pedro el día en que fue anunciada desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, la elección del papa Wojtyla. Acostumbrados desde hacía 500 años a pontífices siempre italianos, aquel apellido sonó como una bomba en la plaza. Pensamos que había sido elegido un papa africano. Ninguno de los periodistas llamados vaticanistas había imaginado que el sucesor de Juan Pablo I —cuya misteriosa muerte aún aletea sobre los palacios vaticanos— pudiera no ser italiano y menos un polaco del telón de acero comunista.

Durante su largo pontificado le seguí en su avión durante más de 100 viajes dando varias veces la vuelta al mundo. Y aquel papa deportista, actor, que se enardecía ante las masas, que se enfadaba con nuestras preguntas capciosas durante el viaje, es exactamente el que aparece en sus apuntes, teñidos de rasgos de poesía y fuertes tintes conservadores, desde el ecumenismo a la Teología de la liberación o al papel subordinado de la mujer en la Iglesia. Fue durante su pontificado cuando el Vaticano extendió los tentáculos del Banco del IOR desde los subterráneos de la mafia a los paraísos fiscales. Con él, la curia adquirió un poder burocrático que nunca había tenido igual en la Iglesia. Una curia en la que acabó atrapado él mismo, que había manifestado el deseo de morir en uno de sus viajes, pues mal aguantaba sentirse su prisionero. Una curia que, con sus escándalos, le obligó a dejar el cargo al papa Benedicto XVI, algo inédito en la Iglesia. Una curia que el papa Francisco ha empezado a desmontar de su poder casi omnipotente para devolver a la Iglesia la libertad de los hijos de Dios.

En sus viajes, Juan Pablo II se encontraba más a gusto con presidentes dictadores, como fue el caso del general Pinochet, que con los democráticos. Wojtyla se había forjado en su diócesis de Cracovia en polémica con el comunismo soviético que tenía invadida su patria y fue sin duda una pieza clave en la caída del Muro de Berlín.

Un papa poco mediador, angustiado con el comunismo, que según él atentó contra su vida, y que acabó sus días refugiándose en su espiritualidad.

El papa Francisco va a canonizar a los dos papas juntos, al conservador Wojtyla y al progresista Juan XXIII, señal que la santidad no tiene colores ideológicos. Lo que cuenta, a la postre, es la fidelidad a la conciencia y ambos pontífices lo fueron.

Comparte y opina: