Relato de un luchador incansable
Al definirme como homo tipográficus por mi afición al texto impreso, cuento en uno de mis libros cómo hasta hoy me embarga la emoción cuando transito por la esquina de las calles Boquerón y Almirante Grau en el barrio paceño de San Pedro. Allí funcionaba la imprenta Renovación, de don Waldo Álvarez España, donde se imprimían periódicos políticos de diferentes tendencias, libros diversos y el diario vespertino Jornada, dirigido en sus inicios por el escritor y poeta Jorge Suárez.
Ya habían comenzado a llegar equipos más modernos, pero la vieja imprenta tipográfica tan cercana, descendiente del invento de Gutenberg, era todavía la reina de las artes gráficas. Las “cajas” de tipos grandes de alzado manual para componer los titulares, las galeras donde se entintaban las columnas para obtener las pruebas, los zincograbados y clichés para fotos e ilustraciones, las prensas planas que hacían la impresión, las prodigiosas linotipos en que se componían los textos eran una fiesta para las inquietudes juveniles y acaparaban nuestra atención. Y en medio de todo eso don Waldo.
“El patriarca de los trabajadores gráficos bolivianos había nacido con el siglo XX, fue un activo dirigente del gremio, diputado y activista del Partido de la Izquierda Revolucionara (PIR); dirigente de la Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia (CSTB), la antecesora de la COB. En 1936, en representación de los trabajadores, había sido el primer ministro de Trabajo, durante el gobierno del general David Toro. Don Waldo era toda una leyenda, hombre alto y voluminoso; enfundado en un guardapolvo plomizo, con más de 70 años, podía pasar horas escribiendo en la linotipo, máquina a la cual parecía estar irremisiblemente unido en una relación sensual.
Faltó decir en esta breve referencia que Waldo Álvarez, gracias a su combatividad y firmeza en las luchas obreras y populares, había sufrido los rigores represivos de los regímenes oligárquicos. Deportado al Perú; encerrado en la isla de Coati en tres oportunidades; confinado una vez en Pelechuco y otra en Ambaná; apresado en el cuartel militar de Viacha e, increíblemente, de más de 70 años y luego de dos décadas de haberse retirado de las actividades sindicales y políticas, nuevamente apresado por la dictadura de Banzer. “(…) mi vida fue un vía crucis interminable de persecuciones, torturas, confinamientos y toda clase de penalidades…”, cuenta en el preámbulo de su libro Memorias del primer ministro obrero (Historia del movimiento sindical y político boliviano, 1916-1952), publicado en 1986 y que ahora aparece de nuevo con motivo de los 80 años de creación del Ministerio del Trabajo.
Se trata sin duda de un libro excepcional. Narrado en tercera persona, un ser imaginario cuenta la vida y milagros de Waldo, desde su humilde niñez y juventud, su aprendizaje del oficio de linotipista, su paulatino ingreso a las lides sindicales, su militancia fervorosa en la izquierda y el ascenso de su prestigio que lo llevaron a ser el primer ministro en la cartera de Trabajo. Está, por supuesto, el relato de las persecuciones, su dolorosa ruptura con el PIR, los acontecimientos que condujeron al 9 abril del 52, su ingreso a la cúpula de la recién creada COB, y su renuncia en defensa de la independencia sindical. El relato no se fía exclusivamente de los frágiles recuerdos, está acompañado de la transcripción de numerosos pronunciamientos, informes, correspondencia y otros documentos muy importantes. Una verdadera joya bibliográfica útil para las nuevas generaciones de luchadores sociales.