A la madre en su día
La madre asoma siempre fiel a sus ideales. Con su estandarte de paz y de amor, nos guía y nos enseña constantemente, en especial a sus pares masculinos.
Jamás pierde de vista sus objetivos y los defiende a capa y espada, puñal o lanza, arco y flecha, para vencer cualquier obstáculo; al mismo tiempo en que, con ternura y gentileza, extiende con la otra mano sus lazos inagotables de amor, fe y esperanza, para todos quienes la rodean.
El 27 de mayo, Día de la Madre, en testimonio a la labor guerrera de las heroínas de la Coronilla en Cochabamba, retomamos la idea que nos retrotrae en este preciso tiempo y espacio, para recordar que jamás debemos olvidar su valiosa misión.
Dar gracias no basta. Somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la madre, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a la esclavitud. Esto le ha impedido ser ella misma, y ha empobrecido a la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales.
Más allá de recordar todos los momentos dolorosos y tristes por los que, a causa de la ignorancia del hombre, han tenido que pasar las mamás en su rol de mujeres a través de los años, no existe mejor reconocimiento que abrir nuestra mente y nuestro corazón para reverenciarlas hoy y siempre por su valor intrínseco.
No existen palabras lo suficientemente hermosas ni elocuentes para expresar nuestros sentimientos para el Día de la Madre. Jamás entenderemos con exactitud todo lo que significa ser madre, menos lo que implica ser portadora de la vida y guardián de la auténtica naturaleza humana.
Difícilmente dejaremos de asombrarnos ante el misterio físico y espiritual más grande de todos; ese grandioso milagro natural que contiene y protege a la vida misma en sus propias entrañas, y que después, sin egoísmo, sino como el acto más puro de amor, se desprende de dicha vida que con tanto fervor cuidó en su interior para permitir el nacimiento de un nuevo ser de la luz.
Por ello, por el hecho mismo de ser mujer, destacamos a la madre. Pues, con la intuición propia de su ser enriquece la comprensión del mundo y contribuye a la plena verdad de las relaciones humanas.
La flor de la kantuta es la flor de Bolivia: roja como sangre, amarilla como el sol y verde como la esperanza. Tiene en su origen sangre, color de labios de mujer, beso de amor.