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Malas ideas

Tiempo atrás, un periodista que considera su profesión como un espacio donde la ética está en primer lugar me dijo, en tono apesadumbrado, la sociedad boliviana está desquiciada.

Descomponer, trastornar, confundir parece la nueva estrategia de la política imperial como una táctica que permite estirar los mecanismos democráticos para no dar la sensación de golpe de Estado con sangre, como habitualmente se articulaban los cambios de gobierno para favorecerlos. Un ejemplo de aquello es Brasil, cuyo grupo de poder, vinculado a las transnacionales, montó un aparato mediático fácilmente, porque la mayoría de ellos son propietarios o accionistas de los medios de comunicación, y lograron instrumentalizar los mecanismos democráticos para sacar del poder a la presidenta Dilma Rousseff. Es decir que pensar y creer en la objetividad comunicacional es una ingenuidad que provoca sonrisas benevolentes; todos los medios tienen un lenguaje político que devela sus intereses y posición frente a otros, por eso la poca credibilidad.

Con el motivo de la interpelación al ministro Quintana, quien en su intervención aseguró que existe un “cártel de la mentira”, el primero que reaccionó de manera beligerante fue un cura que se sintió aludido y desafió al citado ministro a enfrentarse “hombre a hombre”, recurriendo a la típica manera de resolver los problemas de otra manera. El cura perdió la compostura, la elegancia y se le salió el gallo kara kunka. Esta actitud inusual en un religioso tiene un antecedente que se remonta a los primeros meses del gobierno del presidente Morales, cuando un grupo de religiosos conservadores se reunió para jurar que le harían la guerra, porque Bolivia se iba a convertir en un Estado laico. Al cura le gustaba citar partes de la historia de Juan Perón, el presidente argentino que fue derrocado por un movimiento de la Iglesia Católica con empresarios, en  los 50 del siglo pasado.

Sin embargo, no solo la oposición de los medios mediáticos tiene malas ideas, también en el oficialismo se deciden medidas que no son razonables ni trascendentes, como emitir ¡un billete de Bs 500! Menos mal que el ministro Arce se impuso y la medida quedó archivada.

Otra mala idea es promover otro revocatorio porque se develó el guion de la telenovela que duró tres meses. Hay que reconocer que la habilidad de la oposición para asumir las nuevas tácticas imperiales fue impecable en su ejecución. No sabemos cuánto dinero corrió entre los comunicadores involucrados, ni quién fue el que modeló la estrategia de desprestigio y desquiciamiento, aunque todo apunta a un grupo conformado también por un asesor cercano al presidente Morales cuando era un dirigente cocalero. Y en este cuento, se ayudó a victimizar a un abogado cuya intención principal era solo ganar mucho dinero a costa de una persona que amaneció millonaria, sin que hasta la fecha se determine el origen de su fortuna y cómo ingreso a un cargo ejecutivo (no creemos que haya sido a costa de muchas cirugías estéticas solamente).

Otro despropósito es traspasar la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia al Ministerio de Culturas y Turismo, manteniendo la misma estructura, lo que nos hace presumir que su administración será oscura como antes. Como diría la asambleísta Piérola en su lenguaje de cantina de periferia: —¡Es la misma chola con otra pollera!

Este desquiciamiento es de tal magnitud, que no es fácil entender por qué Samuel Doria Medina prefirió lanzar a los primeros planos a un individuo que fue sorprendido en flagrancia en actos de corrupción, sonsacando los sueldos de sus propios correligionarios, por la asambleísta Jimena Costa, cuyas participaciones de fiscalización al oficialismo eran hechas con argumentos serios.

Lo cierto es que tanto el oficialismo como la oposición no salen de su trastorno, provocando el rechazo de la política entre las nuevas generaciones, que no ven un escenario honesto donde puedan manifestar sus talentos de servicio a la sociedad.