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Wednesday 17 Apr 2024 | Actualizado a 22:41 PM

Ni contigo ni sin ti

La mera celebración del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE ya es una catástrofe.

/ 30 de mayo de 2016 / 05:12

El 23 de junio el Reino Unido votará sobre su permanencia en la UE, y, aparte de que es francamente proceloso determinar qué sería mejor para Europa, que se queden o que se vayan, la mera celebración del referéndum ya es una catástrofe.

Han menudeado testimonios de personalidades a favor del statu quo. Barack Obama ha cargado con todo el peso de la llamada “relación especial” del lado del Sí. A la fuerza ahorcan, porque el peón británico bien situado en Europa es un factor, si no imprescindible, sí apreciable de la estrategia de cualquier ocupante de la Casa Blanca. Se han desmarcado únicamente Marine Le Pen, que ve aliados en cualquier reticencia ante la UE, y el inefable Donald Trump, que ya tendría tiempo de cambiar de opinión en el caso, aún hoy improbable, de llegar a sentarse en el despacho Oval.

El premier David Cameron, que está convencido de que sería un desastre la retirada, lo ha apostado todo a una votación en la que se presenta como aquel que ha sido capaz de arrancar de una Europa, siempre renuente, un new deal para la tierra del bombín, la cartera y el paraguas. Pero es en su partido, el conservador, en el que encuentra la mayor concentración de antieuropeos, que juegan, como el exalcalde de la capital Boris Johnson, a sacar a la vez al país de la UE y a Cameron de Downing Street.

Los argumentos tanto en favor como en contra son aparentemente sólidos. Sin el Reino Unido es como si “Roma ya no estuviera en Roma”, que dijo Gabriel Marcel, y con los insulares dentro acontece que dos son multitud. Tras el fuerte desapego británico hay una conciencia reptante de que los naturales se parecen cada día más a los continentales, a los franceses (frogs) que, como dijo Mme. Thatcher: “No hacen más que perder guerras”; a los alemanes, por los que “no tenía ningún aprecio”; y a los pueblos del Sur, que “no eran de fiar”, como contó un alemán de St. Antony’s, nacionalizado lord Dahrendorf, todo lo que ha contribuido a construir un reflejo hiperlocalista. Y la estadística refuerza el patriotismo. Se asegura que el café le va ganando terreno al té, cosa que podría suponer para el británico castizo un grave problema de empleo del tiempo: ¿qué hacer a las cinco de la tarde?

El resultado del referéndum será en sí mismo malo porque si, como parece posible, se resuelve, digamos, por un 51% a 49%, incluso a favor, habrá una exigua mayoría de los que se quedan, pero solo debidamente sobornados, y una gran minoría de quienes, ni con trato especial, quieren avecindarse en Europa. Y, por último, la consulta marca un camino, el de una UE no ya a dos velocidades, sino de compartimentos estancos, ciudadanos de primera y de segunda clase. A todo eso es a lo que cabe llamar una catástrofe.

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Entre manuales y recetas

Las redes amplían las opciones del periodista, pero la información final siempre será presencial.

/ 21 de julio de 2016 / 04:14

En estos tiempos de zozobra digital los jóvenes periodistas del mundo de habla española parecen sentir una gran necesidad de encontrar respuestas, llave en mano, a sus problemas profesionales. Todo lo cual estaría muy bien si no resultara con alguna frecuencia un esfuerzo puramente nominativo, como si hubiera por ahí un oráculo de Delfos que pudiera resolver cuestiones que solo tiene sentido plantear en la práctica. Ortega llamaba terrorismo de los laboratorios a la fe con que en el siglo XIX se creyó en la ciencia como solución a todas las cuitas del ser humano, y con esas tribulaciones actuales pasa algo parecido.

La Red de Ética de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) de Cartagena, dirigida por el gran maestro Javier Darío Restrepo, realiza una gran labor de desescombro de las dudas de sus corresponsales, y, al mismo tiempo, el tenor de preguntas y dificultades que formulan es todo un muestrario de lo que antecede.

Son legión los que piden una fórmula para resolver una ecuación, despejar la incógnita narrativa del texto, sea crónica, reportaje o entrevista. Estamos ante un presunto racionalismo basado en la creencia de que a cada pregunta le corresponde una respuesta. Y las tentativas de respuesta afloran con la mejor buena voluntad en forma de códigos, manuales, recetas. Los interrogantes son de lo más variado: ¿cómo cubrir un desastre?; ¿qué ocurre si es una mujer la que cubre determinado acontecimiento?; ¿es legítimo publicar fotos de cadáveres?; ¿cómo informar de un secuestro de manera que no perjudique al secuestrado o a sus familiares?; ¿qué hay que hacer si la fuente o el interesado quieren invitar a algo? Cuestiones que la fundación hace muy bien en airear, porque revelan la naturaleza de las preocupaciones de la clase periodística, para suscitar, así, el debate entre los comunicantes y hallar la mejor respuesta. Y no es que yo esté en contra de la teorización ni de inevitables generalizaciones, sino que las respuestas solo pueden ser genéricas a la manera de lo que decía un gran periodista a cuyas órdenes trabajé: “En caso de duda, haz periodismo”, o son tan numerosas y distintas como lo es cada caso. En periodismo, y yo me congratulo de que así sea, saber que tres por tres es igual a nueve es solo relativamente útil porque puede que acaben siendo 10. Hay respuestas específicas y respuestas genéricas, pero nunca respuestas específicas a preguntas genéricas. No busquemos manuales de autoayuda porque no los hay.

Y en todo este embrollo juega un papel, que no rol, la novísima tecnología de lo digital. El conocimiento enciclopédico de cualquier cuestión que nos prestan las redes, la evidencia de que con su auxilio el texto más sencillo y escueto puede convertirse en una vastedad comparable a la biblioteca de Alejandría, es a la vez una fortuna y una asechanza. Un amigo decía que el periodismo de investigación consiste en un abanico lo mejor y más amplio posible de contactos unido a un adecuado manejo del periodismo de datos. Las redes han venido a ensanchar las posibilidades narrativas de nuestra profesión, como en un citius, altius, fortius de ambiciones olímpicas, y se adaptan especialmente bien a esa necesidad de encontrar códigos y respuestas a nuestras dudas, al tiempo de que son por sí mismas un semillero inacabable de temas y de sugerencias de temas. Esa es la gran fortuna. Pero existe igualmente un gran peligro. El mundo periodístico-digital es un laberinto en el que hay que saber entrar, plantear y resolver los interrogantes que sea menester, y a continuación, saber salir, porque la información final, la que dará sentido y colofón a nuestro trabajo, siempre será presencial y nos aguarda en la calle; por ello es importante que el profesional del periodismo no deje nunca de saber dónde está la puerta de salida; porque ese es un camino de ida y vuelta.

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Perú elige no elegir

El fujimorismo carece de fuerza para imponerse claramente y el antifujimorismo no tiene contenido

/ 13 de junio de 2016 / 03:23

A las presidenciales del anterior domingo en Perú se presentaban dos candidaturas que tienen al país dividido en partes prácticamente iguales: la de Keiko, hija de Alberto Fujimori, expresidente golpista, y Pedro Pablo Kuczynski (PPK), líderes ambos de coaliciones básicamente negativas, en contra del otro tanto o más que a favor de sí mismas.

La del exbanquero, derecha clásica, contaba con un único elemento aglutinador, todos-contra-Fujimori; y la de Keiko era una vaga marea populista, sobre todo de origen rural y modestos medios, contra la élite limeña, pero igualmente conservadora. Y la nación en vez de votar sí a quien sea, ha preferido decir “no” a la hija de Fujimori, que perdió, como se dice en inglés, “por la piel de los dientes”.

La democracia peruana, con prensa independiente, libertad de expresión y elecciones cuando toca, padece, sin embargo, graves disfuncionalidades, la mayor de las cuales puede ser la inexistencia de un sistema estable de partidos, que aparecen en coyuntura electoral y desaparecen sin dejar rastro. A todo ello puede haber contribuido el fujimorato (1990-2000), la gobernación del padre, que en 1992 se dio un autogolpe de Estado para moverse sin trabas constitucionales y a consecuencia del cual está hoy en prisión. Y la gran ironía es que Keiko había creado, Fuerza Popular, lo más parecido a un partido político moderno, que ha sido la única fuerza realmente vencedora en las toldas del fujimorismo, porque obtuvo en las legislativas 73 escaños de 130; resultado, éste, que completa el galimatías de una opinión que da la mayoría absoluta al partido de la hija, pero que cuando hay que votar a la persona solo le concede el empate técnico con un adversario especialmente átono y que hasta hace muy poco tenía nacionalidad norteamericana.

Al cabo de décadas de excelentes indicadores económicos, aunque últimamente algo desmejorados por la crisis, parece como si en Perú lo “macro” fuera incapaz de filtrarse hasta lo “micro”, con un descontento generalizado que redobla el grave deterioro de la seguridad ciudadana, pese a que las cifras no llegan a las cúspides de criminalidad de países centroamericanos. Keiko, que lleva 10 años preparándose para ser presidenta, no existiría políticamente si Alberto Fujimori no hubiera derrotado al movimiento presuntamente revolucionario Sendero Luminoso, pero igualmente los excesos de su mandato son los que han armado una coalición antifujimorista, con lo que haya más a mano. Y todo ello como un dèja vu, porque ya en 2011 la Primera Hija fue derrotada por Ollanta Humala, el presidente hoy saliente, que encabezaba una coalición, izquierda incluida, muy parecida a la actual.

El fujimorismo carece de fuerza para imponerse claramente y el antifujimorismo no tiene contenido propio, lo que pone al país en una situación de tablas permanente. Una pista sobre el futuro de ese cul de sac podría darla la capacidad de Keiko de preservar la existencia de su partido más allá de su comportamiento electoral, aunque ya se especula, en la mejor tradición nacional, con que parte de sus diputados estarían dispuestos a trabajar con PPK. Así es como Perú eligió el domingo no elegir.

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El estado del golpe

La polémica ‘golpe sí, golpe no’ es estéril. Lo que hay es un sistema político fuertemente disfuncional

/ 2 de mayo de 2016 / 07:48

La ofensiva contra la presidenta Dilma Rousseff se debate en torno a la cuestión tan teórica de si asistimos a un intento de golpe de Estado de la derecha o son los pecados de la líder brasileña los que justifican el procedimiento legal para mandarla a casa. Se le acusa de “crimen de responsabilidad”, consistente en haber maquillado las cuentas fiscales para absorber el déficit y presentarse a la reelección con mejores perspectivas. El ordenamiento jurídico brasileño es lo bastante vaporoso como para hacer legal muchas cosas y que eso sea un “crimen de responsabilidad” es solo asunto de intereses, así como que la contabilidad “creativa” dista de ser infrecuente incluso en el Primer Mundo. Y la señora Rousseff jura que no se ha metido un “real” en el bolsillo, lo que sí constituiría un delito de esa índole.

¿Cuánto de “golpe” tiene la operación? La posición de la gran empresa brasileña es la de que la Presidenta “es una amenaza para el crecimiento”. Y la patronal FIESP (Federación de Industrias de Sao Paulo), líder de la hostilidad a Rousseff, pagó a fin de marzo una campaña masiva de publicidad en la prensa paulista cuyo leit motiv era que el juicio político de la Mandataria, que al día de hoy parece seguro, es imprescindible para evitar “la destrucción del país”.

Los defensores de Rousseff argumentan, en cambio, que la razón de fondo del “golpe” es el control del “presal”, vastas reservas petrolíferas submarinas, que esa derecha quiere entregar cobrando sus coimas, dicen, al hipercapitalismo mundial. Y para ello habría que despejar del poder a la señora y su predecesor, aspirante a sucesor, y Deus ex Machina de un Brasil presunta potencia mundial, Inácio Lula da Silva; e igualmente acusa a esos intereses de servirse de hackers en las redes para emponzoñar el ambiente, mientras el lulismo no deja de clamar “Petrobras es Brasil”, la megaempresa petrolífera de la que se han desviado miles de millones de dólares con que se alimentaba toda la trama. Curzio Malaparte (autor de Técnica del golpe de Estado) no habría imaginado que el putsch se hubiera modernizado hasta el punto de que pudiera pasarse de uniformes.

La polémica “golpe sí, golpe no” es básicamente estéril. Lo que hay es un sistema político fuertemente disfuncional encarnado en un congreso de 513 diputados y 28 partidos, seis más que en la última legislatura, donde ninguno ni remotamente se acerca a la mayoría, y formar gobierno deja tamañitos los trabajos de Sisifo y su proverbial piedra. En ese potaje político el presidente Lula, junto a una política que favoreció a las clases más modestas, injertó unas ínfulas de gran potencia que parecen configurar hoy un caso de libro: El antiguo régimen y la revolución (Tocqueville), en el que las expectativas gravemente frustradas por la crisis económica han desesperado a medio país y puesto en pie de guerra al otro medio.

Brasil camina hoy hacia el desenlace de una telenovela tropical en el diván del psiquiatra. Y los Juegos Olímpicos de Río, que debían ser su particular consagración de la primavera, están al caer de agosto.

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¿Es el tuit periodismo?

El tuit tiene elementos que podemos considerar paraperiodísticos. Es un poco como la vuelta de calentamiento en las competiciones.

/ 25 de enero de 2016 / 04:04

En estos últimos años ha desembarcado en nuestras vidas el tuit desplegando pasiones, amistades, información, groserías y hasta amenazas de muerte. En un artículo anterior me referí a Twitter como organización, pero en éste trataré específicamente el tuit en relación a una cierta polémica sobre si es o no periodismo. Y me adelantaré a cualquier cuestionamiento diciendo que no lo sé. Pero veamos lo que creo saber.

El tuit tiene elementos que podemos considerar paraperiodísticos. Es un poco como la vuelta de calentamiento en las competiciones deportivas, una gimnasia sumamente útil para el periodista. Se trata de meter en 140 caracteres una información y siempre de una sola idea porque dos son multitud. Para ello, como en el periodismo, hay que aclararse primero qué queremos contar, repetírselo a uno mismo todas las veces que sea preciso hasta dar con la fórmula magistral. Pura alquimia como en la Edad Media. Y en ese ensamblado nos conviene ser rigurosos. Nada de abreviaturas, elipsis, o cambalaches para que quepa todo lo que nos gustaría. Hay que escribir en castellano impecable sin permitirse ningún libertinaje de expresión, amparada en el sempiterno “ya se entiende” de tantos periodistas.

“Los periodistas son rápidos o no son periodistas”, es un tuit que me gusta; dice casi sin decir que la rapidez es un sine qua non del periodista, y en su metatexto, también que los tuits son ricos en lo que no expresan pero puede intuirse: no se niega que hagan falta muchas otras cualidades, pero por importantes que sean, si no se cumplen horarios, entregas, necesidades de lo instantáneo, resultan a la postre inútiles.

Y esto vale aún más en el tiempo de lo digital en el que, aunque no haya hora formal de cierre, éste es una obligación permanente, porque en la idea del periódico de las 24 horas va incluida la necesidad de renovar el texto tantas veces cuantas sea preciso. La fabricación de tuits es un magnífico banco de pruebas para ir contando, paso a paso, el resultado de la final de Roland Garros, en la que vuelve a imponerse con la regularidad de un metrónomo Rafael Nadal.

Hay quien aventura que el tuit es un titular, o el arranque de un lead, su plan de desembarco más decisivo. Yo no lo creo porque en el tuit debe estar mucho más definida la pretensión de totalidad. El titular nos informa del impacto y la gravedad de la noticia, pero sabemos que a continuación podemos leer su desarrollo, que evoca incluso interrogantes a los que se tratará de dar respuesta en la narración. En el tuit, en cambio, nos movemos en el terreno de lo que empieza y acaba ante nuestra vista; nada a continuación, todo en el enunciado. Si acaso diría que es el breve de los breves, la quintaesencia de ese gran artefacto periodístico —esencialmente impreso— que es la columna de breves, con la que damos seguimiento a los temas, los mantenemos en activo, o hacemos el punto de lo que debe escuetamente saberse. Tanto en el breve como en el tuit esa aspiración a la totalidad, a que esté todo lo que queremos y vale la pena decir, depende de la distancia a la que nos situemos del objeto narrativo, en su caso lo bastante lejos como para elegir tan solo un par de trazos esenciales. La profesión y el trabajo del periodista lo sintetizamos, así, en la rapidez, pero sin un desarrollo que no aparece por ninguna parte. Hay quien, sin embargo, hace una seguidilla de tuits hasta numerándolos, de forma que si alguien tiene la dudosa paciencia de leerlos haya dado con un artículo de dimensiones modestas. Para mí, eso no vale porque la gracia del tuit consiste en luchar a favor de la lengua dentro del corsé más exigente, para resolverlo todo de una tacada.

Hasta aquí, ni mucho menos creo haber agotado el temario. Pero al igual que los tuits esta columna tiene una asignación concreta de palabras; las suficientes para decir algo, pero no tantas como para marear la perdiz. Es un tuit de tuits.

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ISIS: un itinerario

La enfermedad psiquiátrica que padece parte del islam es lo que hay que sanar.

/ 27 de diciembre de 2015 / 04:00

La polémica sobre la responsabilidad que incumba al trío de las Azores en los atentados de París y en la existencia del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) —según la derecha tradicional, ninguna, y la izquierda indignada, mucha— me parece desavisada. Los responsables de asesinato son quienes los cometen, y no es de recibo culpar a otros, aunque inadvertidamente contribuyeran a crear las condiciones para que el terror se convirtiera en la guerra asimétrica de nuestro tiempo. Pero sí existe un itinerario que cabe recorrer para entender mejor lo que pasó, porque nada ocurre por generación espontánea.

La primera parada retrospectiva tocaría en la guerra de Siria-Irak, que el presidente Bashar al Asad hizo tanto por desencadenar en 2011, con la valiosa colaboración de las potencias occidentales que armaron a los rebeldes suníes contra Damasco, y llega hasta los recentísimos bombardeos que todo parece indicar que inspiran a tantos o más partidarios de la yihad como destruyen sobre el terreno. De ahí saltamos a la invasión norteamericana de Irak en 2003, que hizo volar el poderoso contrafuerte entre suníes y chiíes que era el régimen suní de Sadam Husein, dictador sanguinario pero que inhibía con mano de hierro el crecimiento del fanatismo terrorista. Algo tiene que ver con todo esto el adiestramiento y financiación de los guerrilleros afganos contra Kabul y la URSS en las décadas anteriores: Najibullah, otro dictador que Occidente no quiso tolerar, era probablemente lo menos malo para la realpolitik de las potencias en la zona. Un parteaguas fue la humillación de 1967, con la abrumadora victoria de Israel sobre Egipto, Siria y Jordania, nunca restañada por la guerra de octubre, seis años más tarde.

Ahí es donde parte del mundo suní llegó a la conclusión de que la única guerra que podía ganar era la del terrorismo, frustración que sigue alimentando la inexistencia de negociaciones de paz dignas de tal nombre; remontándonos al comienzo institucional de la historia se llega a la imposición de los mandatos, francés sobre Siria y Líbano, y británico sobre Irak y Transjordania-Palestina, al fin de la Gran Guerra (1914-18). Y para redondear solo faltaría citar la conquista de Argelia iniciada en el reinado de Luis Felipe (1830), y extendida al resto de África del norte por la propia Francia, junto con Italia y Gran Bretaña en las décadas siguientes.

A la disolución de la URSS en 1991 la geopolítica quedó renqueante; los vislumbres de un enemigo de sustitución encarnado por Al Qaeda, con su cúspide en la matanza de las Torres Gemelas (2001), se revelaron insuficientes. Y la gran pregunta es si los esfuerzos de Francia por crear una coalición internacional que borre del mapa la base territorial del ISIS lograrán que el yihadismo acabe por asumir ese papel. Pero todo lo que no haga la propia comunidad árabe-islámica está amenazado de inutilidad, porque la reconstrucción de un imperio mundial que pretende el terrorismo del ISIS es más una idea que un país; la enfermedad psiquiátrica que padece parte del islam es lo que hay que sanar, empezando por Arabia Saudí y las monarquías del Golfo. Y contra eso no hay coalición que valga.

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