Cuando en los últimos días de Colombia se agudizaron los conflictos entre el Libertador y los separatistas, la Gazeta de Madrid del 10 de junio de 1830 señala que “la guarnición de Mérida se ha sublevado contra sus jefes, y que los soldados se han vuelto a sus casas por no pelear contra el Libertador”. Judas Tadeo Piñango, entonces gobernador de esa ciudad, aclara que “los venezolanos están por el gobierno federal, y que es probable que el general Sucre sea electo presidente”.

Igualmente, la gazeta, citando al Diario del Havre, informa que “Bolívar se ha retirado enteramente de los negocios públicos… (y)  el Ejército de Bogotá se dirige sobre Zulia y Maracaibo”; mientras que Páez lo tilda de “(…) guerrero, parricida”, alertando que venía sobre Venezuela para cumplir la orden del Congreso de mantener “la integridad del territorio”.

En medio de aquel drama, la actuación de Sucre podía ser crucial para asegurar la continuidad política de la República, que se llenó de oprobio con su vil asesinato el 4 de junio de 1830, cuando todo demandaba restablecer el orden del país por medio del entendimiento y la razón, el ejercicio de virtudes políticas, la conciliación y la paz.

El 17 de agosto, la Gazeta anuncia sobre los preparativos de la guerra civil: “Mariño cuenta con 2.500 plazas”, “(Bermúdez) marchará viviendo sobre los pueblos”, afirmándose con sorna que “ésta es la independencia de la América Española (…)”. El militarismo y opresión eran la respuesta que algunos ofrecían mientras se destruía a la República, y Venezuela comprometía su futuro.

La terrible noticia circuló en Cartagena el 3 de julio de 1830, y en Madrid el 12 de octubre de aquel año: “El general Sucre ha sido asesinado en Venta Quemada, caminando de Popayán a Quito (…) Bolívar ha perdido en él un instrumento poderoso, y su misión al Sur a restablecer el gobierno fuerte ha terminado así, lamentablemente”.

Sorprende cómo la Gazeta de Madrid expresa conceptos respetuosos ante la muerte del Gran Mariscal de Ayacucho, cuya vida ejemplar y méritos superiores lo situaron entre los hombres principales de América.

A su vez, Bolivia fue de las primeras naciones americanas que honró su preclara memoria, recordando no solamente al héroe de Ayacucho, sino también al hombre de virtudes, al magistrado ejemplar respetuoso de la ley y de la ciudadanía, progresista en sus actos, cabal en su conducta. Perdida así su estatura moral, se extravió para siempre la Colombia de Bolívar.