Icono del sitio La Razón

El libre albedrío

Desde los albores de la civilización, al hombre le ha preocupado su futuro. En la Grecia clásica el oráculo de Delfos era el lugar de consulta sobre lo que el futuro deparaba a las personas; mientras que en la Mesopotamia los astrólogos predecían los años venideros vinculándolos con el movimiento de los cuerpos celestes. En la actualidad hay quienes ven el futuro en bolas de cristal; en cartas del tarot o, en su versión folklórica, en hojas de coca o en plomo derretido.

De acuerdo con los últimos descubrimientos científicos, como veremos seguidamente, el universo se mueve en el libre albedrío; mientras que para quienes somos creyentes, existe un plan divino. Aunque, desde mi punto de vista, este plan divino no corresponde ni a nuestro espacio ni a nuestro tiempo y, por tanto, a pesar de su existencia, no es posible conocerlo.

Los destacados matemáticos John Conway y Simon Kohen de la Universidad de Princeton han probado, mediante un robusto modelo matemático, que si los investigadores tienen cierta libertad para realizar sus experimentos, las partículas con las que experimentan tienen al menos el mimo grado de libertad, y en un mundo cuántico, está demostrado que la última libertad de las subpartículas es la explicación de nuestro propio libre albedrío.

De acuerdo con estos destacados profesores, si bien Einstein no estaba dispuesto a aceptar que Dios jugase a los dados con el mundo, es posible reconciliar su teoría de la relatividad con el hecho de que Dios deje que el mundo se mueva libremente.

Para conciliar nuestra existencia en un mundo basado en el libre albedrío y un plan divino consideremos la analogía de Boecio. Imaginemos un espectador en el hipódromo, viendo desde su asiento la partida de los caballos, así como las vicisitudes de la carrera y la llegada de los ganadores a la meta, todo ello en momentos sucesivos de tiempo.

Pero hay otro espectador, el espectador del espectador, que ve toda la carrera en un solo instante eterno, observando en un solo instante simultáneamente la partida de los caballos, las incidencias de la carrera y la llegada de los ganadores. Así como este espectador del espectador ve toda la carrera, también observa toda la historia universal, lo que nos permite unir el libre albedrío y el plan divino. De igual modo que el espectador no influye en la carrera, el espectador del espectador tampoco lo hace. Sin embargo, el espectador del espectador, que no puede ser otro que Dios, ya sabe nuestro destino final, desde nuestra cuna hasta nuestra sepultura, ve todo en un solo instante espléndido que es la eternidad divina.

Es economista y vicerrector de la Universidad Católica Boliviana.