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Pecados canallas

Ahora resulta que un hecho tan privado como decidir cambiarse de sexo o incluso de identidad sexual debe ser sometido a referéndum; que todos debemos opinar en torno a una determinación que solo involucra a quien decide; y que debe someterse a escrutinio de los que nada tienen que ver. Y es que la Iglesia Católica y algunas iglesias protestantes están ingresando a un campo en el que no tienen ninguna vela.

Y ya viene siendo hora de que nos modernicemos y no solo permitamos que la gente se identifique con el género que quiera, sino que además se legalice el matrimonio homosexual y la adopción de niños por parejas del mismo sexo.

Ya sé que la autoidentificación de género es un primer paso y que mejor no tocamos el resto, porque los espíritus pacatos pueden alarmarse. Lo sé, pero me apena, sencillamente porque a estas alturas del partido debería ser fácil entender que si algo necesita el mundo es amor, y que si el amor de ellos es diferente al heterosexual, bienvenido sea, ¿quiénes somos nosotros para criticar el amor de los demás?

¿Quiénes son los de la Iglesia Católica para criticar la determinación de los otros cuando en sus filas pululan sacerdotes pedófilos?, ¿cuando la Iglesia debe pedir perdón a los indígenas, a las mujeres, a los afro, a los judíos por las barbaridades que legalizó con la Biblia en la mano?

La Iglesia Católica boliviana, acorde con el país, era una de las más progresistas del continente y ahora ha devenido en una congregación conservadora que usa sus principales medios de comunicación como refugio de resentidos antiproceso de cambio.

Y hablando de periodistas opositores, no he leído nada de quienes llenaron páginas de páginas con el caso Zapata sobre el tema que nos ocupa, ¿será que, como dependen del sueldo de la Iglesia, callan lo que antes apoyaban?

Los anarquistas pergeñaron una frase histórica: mis derechos terminan cuando comienzan los derechos de los demás. Clarísimo, los derechos de la Iglesia terminan cuando comienzan los derechos de quien desea identificarse con el género que le dé la gana. Eso es democracia, lo otro, reminiscencias de la Inquisición, donde la Iglesia Católica se ganó todas las rifas de la infamia y la canallada, torturando a todo el que creía diferente en nombre de un Dios que merece mejores representantes, olvidando que ese mismo ser todopoderoso es amor y no discriminación. Así que, como diría mi hija, a esa Iglesia hay que recordarle que calladitos se ven más bonitos.