Las posturas de Donald Trump en torno a la política pública han cambiado a lo largo de los años, meses, incluso días. La semana pasada, pudo expresar dos pensamientos contradictorios en una sola oración: “No deseo tener pistolas en las aulas, aunque en algunos casos las maestras deberían tenerlas, francamente”. Sin embargo, ha sido absolutamente consistente en un tema: “Este país es un infierno. Estamos empeorando rápidamente”. Esta noción de un país en deterioro está en el centro de la campaña de Trump y en su mensaje: lograr que Estados Unidos sea grande otra vez.

Esto pese a que cada vez resulta más claro que en los últimos años EEUU ha reforzado su posición como la potencia económica, tecnológica, militar y política más importante del mundo. Como nunca antes,  tiene preeminencia en las principales industrias, desde redes sociales hasta la telefonía móvil y la nanotecnología y biotecnología. Se ha transformado a sí misma en una superpotencia energética, en el productor de petróleo y gas más grande del mundo, y también está a la vanguardia de la revolución tecnológica verde. Además, es demográficamente vibrante, aunque todos sus pares económicos principales (Japón, Europa e incluso China) enfrentan cierto declive demográfico.

Joshua Cooper Ramo, autor de  The Seventh Sense (El séptimo sentido), un libro nuevo e inteligente en el que se argumenta que en la era de las redes sociales el ganador generalmente se lleva todo. Cooper señala que hay nueve plataformas de tecnología globales (Google Chrome, Microsoft Office, Facebook, etc.) que son utilizadas por más de 1.000 millones de personas. Todas dominan sus mercados respectivos y todas son estadounidenses. El dólar se utiliza actualmente con más frecuencia para transacciones financieras internacionales que 20 años atrás.

En un par de ensayos, los eruditos Stephen Brooks y William Wohlforth señalan que China es lo más cercano que tiene Estados Unidos a un rival creciente, pero solo en una medida, el PIB. Brooks y Wohlforth afirman que una medida mejor y más extensa de poder económico es la “riqueza inclusiva”. Esto es la suma “del capital manufacturado (calles, edificios, máquinas y equipamiento), capital humano (habilidades, educación, salud) y capital natural (recursos del subsuelo, ecosistemas, la atmósfera)” de una nación. La riqueza inclusiva de Estados Unidos estimada en 2010 era de $us 144 billones, 4,5 veces la de China: $us 32 billones.

El gigante asiático se encuentra muy por detrás de Estados Unidos en su habilidad para sumar valor a los bienes y crear nuevos productos. Brooks y Wohlforth notan que la mitad de las exportaciones de China son partes importadas a ese país, reunidas allí, y luego exportadas, en su mayoría para las multinacionales occidentales. Los autores también sugieren que los pagos por la propiedad intelectual son una medida clave de la fuerza tecnológica. En 2013, China recibió menos de 1.000 millones, mientras que Estados Unidos recibió $us 128.000 millones por ese concepto. En 2012, EEUU registró siete veces patentes “triádicas”, aquellas otorgadas en territorio estadounidense, Europa y Japón.

En el ámbito militar y político, el dominio norteamericano es incluso más evidente. Hay varias maneras para medir esto, pero tomemos solamente una: la forma más potente de proyección de fuerzas, los portaaviones. Estados Unidos opera 10; China actualmente posee uno, una nave ucraniana de segunda mano que tuvo que arreglar. En el ámbito de la guerra de la alta tecnología (drones y aviones invisibles), el liderazgo de Washington es aún mayor. Y tal vez es más importante el hecho de que Estados Unidos tiene una red de aliados en todo el mundo y está adquiriendo nuevos y relevantes apoyos como India y Vietnam. Mientras tanto, China posee un solo aliado militar: Corea del Norte.

A pesar de este dominio estadounidense, otros países también han ganado terreno; algo que permite la complejidad del sistema internacional actual. En 1990, la participación de China en el PIB mundial era de 1,7%. Hoy en día es de un 15%. La importancia económica mundial de los países en desarrollo en conjunto se ha incrementado de un 20% a un 40% en el mismo período. Y aunque el PIB no lo es todo, es un reflejo de que ningún país, ni siquiera Estados Unidos, puede imponer su voluntad al resto.

En 2008 intenté describir este escenario emergente en el libro The Post-American World. Allí señalaba que “Washington todavía no posee un rival verdadero, y no lo tendrá por un largo tiempo, pero enfrenta un número creciente de restricciones”. China posee una influencia grande y creciente en el mundo, tal como pudo observarse en su habilidad para crear el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura el año pasado, por encima de las objeciones de Washington. Poderes regionales en ascenso como Arabia Saudita y Turquía afirman sus propios intereses en Oriente Medio, y a menudo trastocan los esfuerzos estadounidenses. Incluso Pakistán, un aliado y beneficiario de la ayuda norteamericana, desafía silenciosamente a Estados Unidos en Afganistán al apoyar a los talibanes.

La realidad es que Estados Unidos sigue siendo la primera potencia mundial, pero solo puede alcanzar sus objetivos si determina sus intereses ampliamente, trabaja con otros y crea una red de cooperación. Eso, desafortunadamente, no encaja en un sombrero de campaña.