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La Iglesia y la pesadilla de los abusos sexuales

Los abusos a menores son motivo de tristeza y sufrimiento; dolor que ante todo padecen las víctimas. Pero todos somos heridos cuando se hiere a los vulnerables. Nos rebelamos. Algo en nuestro interior parece gritar. Y peor si los agresores son sacerdotes. Que los cascos azules (según noticias recientes) hayan cometido estos crímenes en mayor número y en corto tiempo, y que se escuden en el estatus especial de que gozan nos parece una calamidad. Pero de los cascos azules esperamos servicios concretos en favor de la paz, mientras que del sacerdote esperamos la paz misma y una vida ejemplar.

En Bolivia se conocen dos casos de abusos a menores (en Cochabamba). En ambas ocasiones quien llevó adelante la denuncia ante la justicia ordinaria fue el propio Mons. Tito Solari (utilizo aquí el libro-reportaje de Ariel Beramendi). El primer caso (2007) no prosperó ante la justicia ordinaria porque no se trató de violación, sino de “abuso deshonesto” (una fisura más en el sistema legal). Pero el juicio eclesiástico continuó, y el Vaticano aplicó “la más alta de las penas canónicas para un sacerdote (…), lo excluyó del estado clerical”; al menos ya no podía cometer abusos respaldado por la condición sacerdotal.

El otro caso (2009) sí fue tratado por la Justicia; el culpable de los abusos deshonestos (tampoco aquí hubo violaciones) fue condenado a 22 años de cárcel; había cometido otros crímenes. La Iglesia, también en este caso, “lo despojó de su dignidad sacerdotal”.

¿Qué hizo el Arzobispo de Cochabamba, además de iniciar la acción legal? Primero, sufrir por esta durísima herida. “Más de una vez me he planteado si yo mismo debería ir a la cárcel antes que acusar a uno de mis sacerdotes, pero tengo la convicción de que eso no ayudaría ni a la Iglesia ni a las víctimas; porque así (…) no se resuelve la situación de abuso de menores, que son los que más sufren”. Y añade: “Estaba convencido de que si existiera otro caso de abuso en mi diócesis, antes (de la acción legal) llegaría al Vaticano mi renuncia como arzobispo. Las heridas y el escándalo provocados son un sufrimiento indecible”.

También llevó adelante un proyecto de acompañamiento de las víctimas y de prevención, que se llevó a cabo en los internados, en los hogares y parroquias. En un comunicado que difundió en aquel entonces dijo: “Ahora, nuestro compromiso es volcar hacia todos los involucrados nuestros esfuerzos para rehabilitar a los chicos y ofrecerles las mejores oportunidades para que de este mal puedan encontrar renovados impulsos de bien”.

Y en efecto, trabajó intensamente con especialistas (psicólogos, pedagogos, trabajadores sociales), en un esfuerzo tan amable como discreto, que contó con el apoyo de la Secretaría de Estado del Vaticano. Allí consideraron esta labor “una buena práctica que podría repetirse en otras latitudes, como una forma concreta de lucha contra el abuso de menores”. También trabajó para que se hiciera acompañamiento terapéutico a personas que habían cometido ese tipo de crímenes, “ya que se sabe que el 70% de ellos fueron víctimas no tratadas, así que las acciones también incumbían al ámbito carcelario”.

Nunca dejaremos de sentir una profunda amargura cuando en nuestra sociedad ocurran estas violencias contra la dignidad de las personas. En uno de sus comunicados de prensa de aquellos años, Solari declaró: “Todos sufrimos las consecuencias de estos hechos. Necesitamos acogernos a la misericordia de Dios y su ayuda para soportar este dolor, para no dejarnos vencer por el escándalo y para retornar a nuestro camino con un compromiso de mayor fidelidad”. Acaso las grandes lecciones de la Iglesia ante esta realidad sean el agradecimiento a quienes denuncian estos hechos para hacer limpieza desde dentro y, más aún, la solicitud por las víctimas.