En cierta etapa de nuestras vidas nos invade la idea de que nuestro ciclo en la vida y andar en la tierra llegará a su fin algún día, ya sea por la avanzada edad, una enfermedad o por otras cosas del destino como los accidentes. Pero más doloroso se torna ese tipo de pensamientos cuando los proyectamos a aquellos seres que nos dieron la vida, nuestros padres. Y es que solo el hecho de pensar en ese momento inevitable nos lleva a la preocupación y reflexión acerca de que nadie es eterno en esta vida.

Con el pasar de los años advertimos que los roles se han invertido. Si de niños veíamos a nuestros padres como ídolos invencibles, diciéndonos interiormente  quiero ser fuerte como mi papá o linda como mi mamá, de adultos los encontramos con una imagen opuesta: hombres o mujeres con menos energía, encorvados, el cabello canoso, llenos de arrugas y otras huellas del tiempo que antes no percibíamos.

Es entonces cuando caemos en cuenta de que son ellos los que ahora necesitan de nuestra ayuda, ya que no fue poco lo que hicieron en favor de nosotros desde que nacimos, alimentándonos, vistiéndonos, dándonos la educación necesaria, financiándonos la universidad, etc., pero sobre todo brindándonos amor en el calor de un hogar.

En la madurez, la vida da un enorme giro, pues al independizarnos financiera y familiarmente, dejamos de compartir con los padres aquellos encuentros cotidianos, pero llenos de afecto, como eran el almuerzo o la cena. Lo cierto es que cuando los vemos con los años encima, sentimos la fuerte necesidad de compensar los sacrificios y desvelos que pasaron por darnos una vida digna.

¿Cómo lograrlo?, nos preguntamos, y las respuestas son diferentes,  según la perspectiva de cada hijo o hija, desde brindarles algunas comodidades materiales de las que no gozaron, hasta regalarles más tiempo con nosotros y nuestras familias.

Lamentablemente, y por distintas razones, otros hijos optan por llevar a sus progenitores a una casa de retiro o a un asilo de ancianos, donde gente profesional les brinda los cuidados necesarios.

Sin embargo, ya sea que nuestros padres vivan cerca o lejos de nosotros, nadie puede predecir el futuro y tener la certeza de cuándo ocurrirá lo peor; si será en nuestra compañía o en su soledad; o quizá gocen del aliento de la vida más que nosotros. Empero, mientras se encuentren vivos, unos sanos y otros con la salud quebrantada, es nuestro deber acercarnos a ellos y prodigarles infinitas muestras de amor.