Icono del sitio La Razón

La lengua kreol de Haití

Ayti es el nombre indígena que se dio a la primera de las Antillas mayores descubiertas por Colón en su primer viaje en 1492. Significa región montañosa. He visitado por primera vez esta isla, compartida ahora por dos repúblicas que tienen mucho en común, pero también notables diferencias históricas y culturales. Cada una tiene unos 10 millones de habitantes y las dos juntas, una superficie menor que nuestro departamento de Tarija (Haití, al oeste, tiene 27.000 km2; y la República Dominicana, al este, 48.000 km2). De lo mucho que he aprendido, me fijaré solo en un tema: la nueva lengua kreol.  

Haití tiene una población afrodescendiente o muy mulata, que en 1804 conformó la primera república negra del mundo, África incluida; varios años antes de que empezaran los movimientos libertarios de Bolívar (que mucho alaba a Haití) y los demás libertadores. Es además la única que estaba constituida por medio millón de esclavos que pretendían liberarse de plantaciones cañeras que, vía Francia, proporcionaban entonces la mayor parte del azúcar de Europa. La última remesa de esclavos se dio poco antes. Esta rebelión exitosa retrasó también durante décadas el reconocimiento de muchos países del norte, para que no cundiese su ejemplo libertario.

La lengua primera, y para muchos la única, es el kreol, cuyo vocabulario proviene del francés, pero reescrito con una escritura fonémica más lógica; su gramática es muy simple, lógica y fácil de aprender. Recién avanzado el siglo XX se la reconoce como la principal lengua materna actual de ese país, y se la oficializa como el francés, que apenas saben bien unos 30.000 haitianos.   

Al otro lado de la isla, al este, se encuentra la República Dominicana, que logró su independencia de España recién en 1821, pero el año siguiente fue invadida y ocupada por la República de Haití, preexistente desde 1804 sin división en dos repúblicas. Tal situación duró hasta la (segunda) guerra de independencia dominicana de 1844. Entre 1861 y 1865 fue otra vez colonia española; entre 1915 y 1924 fue ocupada por Estados Unidos; y entre 1930 y 1961 sufrió la brutal dictadora de Rafael Leónidas Trujillo. En octubre de 1937 éste ordenó la matanza de quizás 12.000 haitianos, haciéndoles decir la palabra española “perejil”, si la pronunciaban como en castellano, calificaban como “indios dominicanos” y se salvaban; si lo hacían con pronunciación francesa o kreol (sin r ni jota) se los consideraba “negros haitianos” y se los mataba. No hay cifras precisas, pero un recuento de bastantes fuentes en Wikipedia da cifras que oscilan entre la más baja: 547 (del Canciller dominicano en Santo Domingo), y la más alta: 12.166 (del Canciller de Haití en Washington).

Es un segundo caso histórico de masacre por un simple dato sociolingüístico; el primero está en la Biblia (Jueces 12, 2-6). Los derrotados debían pronunciar shibboleth (“espiga”, en hebreo). Si lo pronunciaban bien, se salvaban; si pronunciaban sibolet, los degollaban. Mataron así a 42.000 hombres. Trujillo se comprometió a pagar a Haití una indemnización de 750.000 dólares de entonces, aunque poco de lo que finalmente llegó a pagarse benefició a las familias de las víctimas. La discriminación persiste, como muestran las resoluciones 012-07, 168-13 y la Ley 169-14, que van contra la Constitución: con estas normas se “desnacionaliza” y deja apátridas a miles de haitianos nacidos ya en la República Dominicana (donde hay quizás unos 800.000 haitianos, la mayoría sin documentos, según el Centro Bonó).

El papa Francisco acaba de publicar en el Vaticano y en unas diez lenguas una bella entrevista con un periodista italiano, con ocasión del Año Jubilar de la Misericordia, titulada El nombre de Dios es misericordia, texto reproducido con su letra manuscrita en la tapa de cada lengua; pero no hay todavía una traducción en kreol. Espero que, como fruto de mi visita, se la haga.