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‘Brexit’ o la pérfida Albión

Los despachos noticiosos y primeros análisis de las consecuencias que conlleva la decisión del referéndum británico por retirarse de la Unión Europea (UE) se refieren, mayormente, a los impactos de carácter económico que acarreará esa soberana determinación: disminución del PIB, deterioro de la libra esterlina, alza en la inflación, desempleo y otros fantasmas que asustan a los mercados y que contaron en el ánimo del votante educado. Sin embargo, en el ciudadano corriente influyeron otros componentes de tipo subjetivo, como los atentados terroristas acontecidos en el continente europeo y la avalancha descontrolada de millones de refugiados cuyo ingreso, propiciado por Alemania, rebasó a algunos Estados miembros de la Unión que no pudieron soslayar su descontento ante la inconducta cultural de muchos impetrantes de asilo y el costo que implicaba recibirlos. Según las encuestas, la juventud menor de 30 años se inclinó por mantener la membrecía en la UE, como entusiasta adherente a un espacio más cosmopolita. En cambio la franja poblacional mayor de 50 años, nostálgica del pasado imperial, sufragó masivamente por el brexit. Los efectos colaterales en el campo político son más graves por cuanto mientras Londres y el electorado de Irlanda del Norte y de Escocia se alinearon a favor de la UE, en este último país ya se piensa convocar a un segundo referéndum pregonando su separación del Reino Unido, cuya implosión es ahora más posible que nunca.

A su vez, los gobiernos fundadores de la Unión, alarmados, están tomando medidas en procura de frenar un efecto dominó que desmembre la UE. Los partidos nacionalistas y las corrientes populistas de Francia, Polonia, Hungría, Dinamarca, Holanda y Suecia festejaron el resultado británico como éxito propio, invocando la realización de referéndums semejantes en sus propios países. Más lejos, Rusia, castigada con sanciones, no oculta su contento. Y ese tsunami electoral se expandió al resto del planeta cuando Donald Trump celebró el triunfo del brexit ese mismo día en Escocia.

En cambio, en Bruselas tienen lugar jornadas de reflexión acerca de la imperiosa necesidad de reinventar la UE, reduciendo su frondosa burocracia y transformándola en un mecanismo ágil y flexible, ocupado de medidas transcendentes, dejando a los gobiernos locales la gestión cotidiana de procedimientos menores que irritan a la ciudadanía y hieren el sentimiento de dignidad nacional. Los altos eurócratas exigen que el Reino Unido acelere su retiro, acorte los dos años que se fija para el periodo de transición, y reconstruya la tesitura de innumerables convenios que lo unen con la comunidad. Será, pues, un divorcio amargo y complicado.

La canciller alemana, Ángela Merkel, abuela rica de la cofradía, recordó, con rigor, que el sueño de la unidad europea tenía como objetivo principal la preservación de la paz, arriba de cualquier otra preocupación, luego de cientos de años de guerras intestinas. En ese renglón, el rol de la OTAN debería ser repensado. En tanto, entre las consecuencias del referéndum en Londres está la anunciada renuncia del primer ministro David Cameron (49), a quien, como en un juego de cricket, su contrincante en el debate, Boris Johnson, rindió homenaje, insistiendo que los ingleses seguían siendo tan europeos como antes, pero que recuperaron su independencia de Bruselas.

No obstante, cabe recordar que, en verdad, los negociadores de la pérfida Albión se mantuvieron 43 años siempre con un pie afuera de la UE. Interesada en el mercado único, pero opuesta a la libre circulación humana, Gran Bretaña no suscribió el acuerdo de Schengen, conservó su propia moneda y clamó frecuentemente excepciones a las reglas que el resto cumplía. Como en sus automóviles, los pérfidos anglos continuarán colocando sus volantes a la derecha y llamando a la mostaza inglesa “french mustard”.