Imaginemos a una joven Margaret Thatcher, una política que desconfía profundamente del establishment político y se identifica profundamente con las frustraciones de la clase media. Eso es algo reducido comparado con lo que Gran Bretaña necesitará mientras repara los daños luego del referéndum celebrado el anterior jueves.

Amigos del Reino Unido (y de Europa también) necesitan dejar de pretender que el apoyo para la salida británica de la Unión Europea simplemente es un producto de un nacionalismo de derecha xenófobo. Casi la mitad del país apoyaba el brexit según encuestas anteriores al referéndum y no todas estas personas son reaccionarios ilusos.

La Unión Europea es poco popular en Inglaterra por la misma razón que en varias otras partes de Europa: es vista como el proyecto de una élite financiera y política que a menudo opera sin tener en cuenta el sentimiento público. El nacionalismo podrá ser un sentimiento manchado, retrógrado, pero ello no quita que muchas personas sienten un profundo apego a sus países. Este sentimiento patriótico no puede ser suprimido.

Sin embargo, debería modernizarse. Y ahí es donde una Maggie moderna podría hacer maravillas. Pensemos en una política británica inquieta, moderadamente rebelde, capaz de encontrar una causa común con europeos afines que están cansados de ser sermoneados por Bruselas.

Thatcher llevó una bola de demolición a una generación anterior de opiniones de élites afianzadas en Inglaterra. Cuando se convirtió en primera ministra en 1979, Inglaterra aún estaba encerrada en un sistema de clases que mantenía el statu quo conservador en ambos extremos: el poder de la élite conservadora aristocrática y los líderes del sindicato del Partido Laborista, quienes, conjuntamente se resistieron a cualquier reforma que podría desafiar su poder.

Thatcher, hija de un propietario de dos tiendas de comestibles, despreciaba ese statu quo. Ella desafió una dura huelga en 1983-84 protagonizada por la Unión Nacional de Mineros, en donde primeros ministros anteriores, partido laborista y de los conservadores se habían derrumbado. También desreguló el sector financiero, en lo que se llamaba el “Big Bang”, restaurando la ciudad de Londres a primacía global.

En los últimos años, Inglaterra parece estar retrocediendo. David Cameron, el líder conservador, que es egresado del colegio Eton (uno de los más prestigiosos del mundo), y en forma y en función es una materialización de los últimos días de la élite conservadora. El líder del partido laborista, Jeremy Corbyn, de manera similar es un salto atrás al ayer del sindicato consentido de izquierda de su partido.

El aspecto más esperanzador del debate abierto por el brexit es que la mayoría de los jóvenes británicos parecen ser instintivamente europeos. Han crecido en una economía global en donde las personas se cambian de un trabajo a otro y también de país. En una encuesta del 13 de junio realizada por ICM para el periódico The Guardian, se encontró que el 56% de los votantes desde los 18 hasta los 34 años querían permanecer en la UE, mientras solo el 39% querían retirarse. Por el contrario, el 55% de las personas mayores de 65 años estaban a favor del retiro.

Otros estudios prueban la misma cuestión: cuanto más envejecen las personas en Gran Bretaña, más desconfían de la UE. Ese es el peligro más grande de la campaña pro brexit, más allá de los daños económicos que ha arriesgado el Reino Unido. Ataría el futuro del país a la cohorte más antigua y conservadora de su población.

El liderazgo de la UE en Bruselas merece su mala reputación. Sin los instrumentos para una verdadera gobernanza, los eurócratas han dado vueltas al asunto con reglas y regulaciones que implican un destino común pero dejan a otros las preguntas difíciles, tales como la seguridad fronteriza y la disciplina fiscal.

Alemania permanece imperfectamente por encima de esta empresa inestable. Los alemanes tienen suerte de tener una canciller que, sin importar cuán rico y privilegiado sea su país, todavía actúa como la hija del pastor luterano que fue criada en Alemania oriental. Cuando una vez se le preguntó qué era distintivo de Alemania, ella dio esta respuesta sólida, aunque poco probable: “ningún otro país puede construir ventanas tan herméticas y hermosas”. Su poder viene, en parte, de su habilidad por parecer sencilla.

Europa solamente está comenzando su proceso de cambio. Un alto funcionario alemán me dijo algunos meses atrás que lo extraño acerca del  brexit era que “el mejor caso y el peor caso están muy juntos”. Lo que quería decir es que Alemania comprende que las instituciones europeas deben cambiar, sin importan si Gran Bretaña está dentro o fuera.

Los puristas de la UE podrán seguir soñando con un federalismo más severo. No obstante, eso conllevaría una rendición de poder nacional que nadie, menos los alemanes o franceses, en realidad desea. Lo más probable es una UE central que funcione a velocidad alemana y permita a la periferia algunas de las variantes que Cameron ganó para Inglaterra en la negociación que precedió al brexit. En vez de derramar lágrimas de cocodrilo por la antigua versión de la UE, políticos modernizadores en Inglaterra y en el continente deberían estar pensando en el cambio. Es tiempo de un “resurgente de Maggie”. Traigan la bola de demolición.