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Escala humana

Si uno piensa que ningún urbanista se preocupa por la gente, se equivoca. Hace 50 años el arquitecto danés Jan Gehl investiga, propone estrategias y forja planes para una ciudad para la gente. Su trabajo está presente en todo el planeta y se retrata en un documental llamado La escala humana. En esa cinta describe su filosofía urbana y sus experiencias, que se pueden resumir en dos frentes de combate: un ataque a la modernidad y otro al automóvil, el enemigo público número uno de las ciudades. Este arquitecto empezó a luchar en su ciudad natal Copenhague investigando durante años el comportamiento de los habitantes en los espacios públicos y propuso una solución simple y directa: peatonalizó el centro de esa ciudad capital nórdica. Como se puede suponer, chillaron los adictos al automóvil, pero al cabo de cuatro décadas, el peatón es el rey urbano y el 40% de la población utiliza bicicleta en una red de ciclovías de casi 400 kilómetros. El resultado: una ciudad más sana, más humana y, sobre todo, económicamente sustentable y sostenible.

No le fue fácil. La visión economicista y desarrollista de las ciudades nublaba —y aún nubla— el pensamiento de autoridades y profesionales. A esa visión errada él la llama Síndrome de Brasilia, el pensamiento retrógrado y reaccionario que edificó la ciudad paradigmática de los profesionales del siglo pasado que imponían más autos, más autopistas y una arquitectura monumental so pretexto de un “desarrollo urbano”. El tiempo y el cambio climático le han dado la razón. La modernidad se tambalea y el trabajo de Gehl es solicitado por muchas ciudades del Norte y del Sur.
Pero, ¿se podrían implementar esas ideas en La Paz? En La escala humana se presentan, entre otras, dos ciudades: Chongqing en China y Dacca en

Bangladesh. En ellas fue difícil llevar esos planes por problemas normativos y culturales. Aquí en La Paz y allá, en el oriente, la experiencia humana se da en las calles. No necesitamos atraer vida social a los espacios públicos, éstos rebosan de vida urbana, sea de comercio, de fiesta o de protesta.
Empero, ¿cómo sería nuestra vida urbana si peatonalizamos el centro paceño? ¿Sería un campo ferial, un campamento de indignados en protesta, un paseo de jubilados en bicicleta? Cualquiera que fuera el resultado sería la expresión de nuestra sociedad sin la presencia del nefasto automóvil y con la dicha de ver a los burócratas de la política corriendo hacia sus curules.

Por el momento diré que, a pesar de estar tomada por los gremiales, es mejor caminar por la calle Comercio que ir por la Federico Zuazo, quizá la calle más fea, más gris y más contaminada de esta ciudad.