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‘Brexit’ y Trump: la política como brujería

Los hechos y datos no importan, emociones e intuiciones guían las decisiones de muchas personas

/ 7 de julio de 2016 / 02:20

El ganador se lo lleva todo. Ésta es una de las tendencias en los países donde la desigualdad económica se ha agudizado: unos pocos ganadores (el famoso 1%) se lo llevan todo. O, para ser más precisos, los ganadores captan una altísima proporción de los ingresos y acumulan la mayor parte de la riqueza del país. Esta pronunciada desigualdad económica es uno de los factores que contribuye a fomentar otra de las tendencias del mundo de hoy: la desconfianza. Todas las encuestas que sondean los índices de confianza en diferentes países descubren que ese valor está en caída libre. La gente confía muy poco en el gobierno, la empresa privada, las organizaciones no gubernamentales o los medios de comunicación. Y peor aún, instituciones que antes estaban por encima de toda sospecha ahora no logran eludir la ola de suspicacia que azota a las demás. En los últimos años, por ejemplo, las crisis económicas y políticas han socavado la confianza de la opinión pública en “los expertos”, y los múltiples escándalos sexuales y financieros han hecho menguar la credibilidad de la Iglesia Católica. Según estos sondeos, en todas partes y cada vez más la gente tiende a confiar principalmente en familiares y amigos.

A veces, una población normalmente escéptica decide depositar toda su esperanza en ciertos líderes o movimientos políticos. Es una reacción bipolar: todo o nada. Con la confianza está pasando algo parecido a lo que ha sucedido con la economía: el ganador se lo lleva todo. De pronto, aparecen individuos que logran despertar una fe que rompe todas las suspicacias. Hemos visto cómo la confianza de la gente en ciertos líderes se mantiene a pesar de su comprobada propensión a tergiversar la realidad, adulterar estadísticas, hacer promesas a todas luces incumplibles, lanzar acusaciones infundadas o, simplemente, mentir. No importa que su mendacidad se haga evidente. Donald Trump es un buen ejemplo de esto. Los medios de comunicación dan un recuento diario de las afirmaciones que hace Trump y que, al verificarse, resultan falsas. Esto, sin embargo, no hace mella en el entusiasmo de sus seguidores. Muchos simplemente creen que quienes mienten son los periodistas que dicen revelar la falsedad de las afirmaciones del candidato. Para otros, los hechos no importan. Trump les ofrece esperanzas, protecciones y reivindicaciones que conforman un paquete irresistible, y del cual ellos no se van a desencantar por datos y hechos incómodos.

Algo parecido acaba de pasar con el brexit. Uno de los espectáculos más insólitos del día después del referéndum en el cual los británicos votaron la salida de su país de la Unión Europea fue ver y oír a los líderes del brexit negar las promesas y datos en los que basaron su campaña. No, el monto de dinero que envía Reino Unido a Europa es menos de lo que ellos dijeron. No, ese monto no se va a ahorrar ni va a ser invertido en mejorar el sistema de salud. No, el salir de la UE no va a resultar en menos inmigrantes. No, no tienen idea de cómo van a llenar los vacíos institucionales y regulatorios que se crean con esta decisión. Todas estas negativas balbucearon frente a los micrófonos los líderes del brexit el día de su victoria. Los mismos líderes que tan solo unas horas antes, y durante meses, mantuvieron todo lo contrario. De nuevo, ni los hechos ni los datos importan. Datos y hechos son para los expertos y “la gente de este país está harta de los expertos”. Esto último lo dijo Michael Gove, uno de los líderes de la campaña a favor del brexit (y ahora candidato a primer ministro), cuando, antes del referéndum, un periodista lo confrontó con las devastadoras conclusiones de un grupo de reconocidos expertos que incluía varios premios Nobel. Y éstos son solo dos ejemplos de muchos otros que hemos visto en otros países de Europa, así como en América Latina.

Se ha puesto de moda hablar de un mundo posfactual. Un mundo donde a pesar de la revolución en la información, Big Data, internet y demás avances, los hechos y los datos no importan. Las emociones, las pasiones y las intuiciones son las fuerzas que guían las decisiones políticas de millones de personas. Esto no es nuevo. La política sin emociones no es política. Pero las decisiones de gobierno donde los datos no importan no son decisiones de gobierno, son brujería. Como pronto descubrirán los británicos, guiarse solo por las emociones y las intuiciones e ignorar la realidad inevitablemente resulta en un inmenso sufrimiento humano.

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¿Son tontos los hispanos?

Una tesis doctoral vincula las políticas migratorias en Estados Unidos con el cociente intelectual. El estudio ha causado gran polémica en Estados Unidos. Todo es cuestión de ciencia: si uno cree que los hispanos son tontos, debe creer entonces que los racistas también lo son.

/ 26 de mayo de 2013 / 04:00

El indicador conocido como coeficiente intelectual (CI) puede estimar de manera confiable la inteligencia. El CI promedio de los inmigrantes en Estados Unidos es considerablemente más bajo que el de la población nativa de raza blanca. Esta diferencia es probable que persista durante varias generaciones. Las consecuencias son la falta de asimilación socioeconómica entre los inmigrantes de bajo coeficiente intelectual, conductas de clase baja, menor confianza social y un aumento en trabajadores no cualificados en el mercado laboral estadounidense. La selección de los inmigrantes de alto coeficiente intelectual podría mejorar estos problemas en Estados Unidos al mismo tiempo que beneficiaría a los potenciales inmigrantes que son más inteligentes pero que carecen de acceso a la educación en sus países de origen”.

Éste es el resumen de la tesis doctoral que presentó Jason Richwine en la Universidad de Harvard en 1999 y que fue aprobada sin objeciones por un comité formado por tres prestigiosos catedráticos de esa universidad. La tesis habla de los inmigrantes en general, pero sus conclusiones están principalmente basadas en el análisis del (bajo) CI de los hispanos. Armado con esa credencial, el flamante doctor Richwine comenzó su carrera en lo que en Washington se llama “la industria de la influencia”. Trabajó en dos importantes think tanks conservadores, publicó artículos en diarios y revistas y daba conferencias. Cuando el exsenador Jim DeMint, uno de los principales líderes del Tea Party y recién nombrado presidente de la fundación Heritage, necesitó encargar a alguien que hiciera el estudio que serviría como punta de lanza en la batalla para impedir la reforma de la política migratoria de Estados Unidos, escogió a Jason Richwine, quien junto con Robert Rector sería el coautor del informe. Al doctor Richwine le estaba yendo bien. Hasta la semana pasada.

Dylan Mathews, un periodista del Washington Post, se tropezó con la tesis doctoral de Richwine y publicó su mensaje central. Las reacciones no se dejaron esperar. La fundación Heritage se limitó a decir que las controvertidas ideas de Richwine las escribió en Harvard y no en la Fundación. Dos días después, Richwine renunció a su cargo.

En todo esto hay muchas sorpresas, pero quizá la principal tiene que ver con los estándares que se usan en Harvard para otorgar un doctorado. La tesis de Richwine parte de la base de que hay causa y efecto entre dos variables difíciles de medir: inteligencia y raza. Entre los científicos sociales no hay consenso acerca de qué es lo que miden los test que estiman el cociente intelectual. ¿Miden inteligencia o más bien miden la capacidad de responder bien a ese tipo test? Y si miden inteligencia, ¿qué tipo de inteligencia es? Todos conocemos genios que obtienen buenos resultados en los test de inteligencia pero cuya vida personal y profesional es un desastre y que terminan siendo una carga para su familia y para la sociedad. Y también conocemos gente que no brilla por su intelecto pero cuya contribución a la sociedad es enorme. Pero si la inteligencia es difícil de medir, ¿cómo se mide eso que Richwine define como “los hispanos”? Ésta no es una categoría biológica sino una definición popularizada por la Oficina del Censo de Estados Unidos que usa el término hispano o latino para referirse a “una persona de origen cubano, mexicano, puertorriqueño, centro o sudamericano o de otra cultura u origen español, independientemente de su raza”. Evidentemente, tratar a los “hispanos” como una categoría genética o biológicamente homogénea es, por decir los menos, metodológicamente endeble.

Y los problemas con la tesis de Richwine no terminan ahí. Derivar de sus conclusiones la idea de que una buena política inmigratoria se debe basar en aplicarle pruebas de inteligencia a los inmigrantes, es una propuesta más nutrida por la ideología que por la ciencia.

Pero si se trata de creer en estudios que se basan en los test de inteligencia, entonces vale la pena mencionar uno muy interesante referido por el periodista Jon Wiener. En 2012 la revista Psychological Science publicó que un amplio estudio en Reino Unido que examinó a casi 16.000 personas a través de los años encontró que “los menores niveles de inteligencia en la infancia pronostican la presencia de mayor racismo en la edad adulta”. En otras palabras: los adultos que son racistas no salían muy bien en los test de inteligencia cuando eran niños.

En resumen: Si usted cree que los hispanos son tontos, entonces debe creer que los racistas también lo son. Pura ciencia.

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El fin del poder

El objetivo del festival es abrir un diálogo intercultural sobre el rol de la mujer en el planeta

/ 5 de agosto de 2012 / 04:00

Mi viaje a la ciudad de Sucre, el 23 de julio, coincidió con la inauguración del Octavo Festival Internacional del Cine de los Derechos Humanos que, en esta versión, se realiza bajo el lema “Mujer, Madre, Naturaleza”. El festival está dirigido por Humberto Mansilla, un gran gestor cultural que ha hecho de la capital boliviana la sede de uno de los más importantes eventos cinematográficos latinoamericanos.

El evento, organizado por el Centro de gestión cultural Pukañawi (palabra quechua que en español quiere decir Ojo rojo), cuenta con el apoyo de importantes instituciones internacionales, que tienen que ver con la defensa, promoción y protección de los derechos humanos, así como de instituciones públicas y privadas nacionales, departamentales y municipales. La noche de la inauguración me encontré, entre otros, con buenos amigos como Eduardo López, Liliana de la Quintana, Alejandro Fuentes y Raquel Montenegro, todo ellos muy reconocidos en el mundo de la imagen en movimiento.

El objetivo del festival es abrir un diálogo intercultural sobre un tema que está muy vigente en nuestro mundo globalizado, siempre amenazado por la violación de nuestros derechos humanos, y como tal, forma parte de una red de festivales que aglutina a 23 países de todo el mundo. Esta red, además de la exhibición de las películas, promueve plataformas de discusión y proyectos conjuntos sobre este tema.

La noche de la inauguración, después de los discursos de rigor y de presentar a un jurado integrado por cineastas de varios países, se presentó el documental Beatriz junto al pueblo, del boliviano Sergio Estrada, un homenaje a Beatriz Palacios, esa extraordinaria mujer que se convirtió en el alma de la productora Ukamau que dirige nuestro entrañable Jorge Sanjinés.

Durante un poco más de una hora, pudimos apreciar los testimonios de gente, tanto del cine como de la política, que hablaban sobre la capacidad, el amor, la fuerza, la ideología, la pasión y la creatividad que impulsaban a Beatriz, fallecida en 2003, que la confirman como una de las más importantes productoras, realizadoras y promotoras del nuevo cine latinoamericano. Entre ellos destaco los testimonios de los jóvenes que Beatriz privilegiaba en los talleres del Grupo Ukamau, segura de que en ellos está el futuro del cine boliviano. No pude menos que conmoverme y extrañarla ante tanto reconocimiento y cariño.

El festival se desarrolló en cuatro salas, entre el 23 y el 29 de julio, y tuvo a México como país invitado. Los mexicanos, además de sus películas, trajeron una maravillosa muestra de fotografías de la incomparable Tina Modoti, denominada Poética y espejo del ser. Modoti, italiana de nacimiento, hizo de México no solamente su país sino el lugar desde donde luchar por un mundo mejor, y fue amiga y compañera de artistas como Frida Kahlo, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. En dicha exposición se destacan las fotografías que Tina tomó de las mujeres mexicanas, campesinas, indígenas, obreras e intelectuales. ¡Una maravilla!

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