Desde el teleférico
La Paz, ‘cuna de libertad y tumba de tiranos’, se amplifica por todo el departamento.
La Paz metropolitana no es un espacio callado. En toda esquina, pasaje y callejón se levantan testimonios de hechos expresados con sentimientos y a veces con lágrimas. Las avenidas aparecen avasalladas de automóviles, y las aceras muestran el caminar de transeúntes dispuestos a la amistad. Los pasajes o arterias sin salida relatan presencias que sacrificaron su vida y sus nombres las alumbran. Muchas viviendas antiguas, que los años las tienen invariables, permiten respirar el aroma de sus principales encantos. En ellos hay evocación, razón de ser, nostalgia, sonrisas; toda una colección de estampas vividas.
Una callejuela lleva el apellido de Jaén, protomártir de la independencia, que el 16 de julio de 1809, junto a Pedro Domingo Murillo (líder la rebelión), desconocieron, mediante el manifiesto de la Junta Tuitiva, a las autoridades españolas y proclamaron la liberación. Murillo intentó escapar, pero fue capturado. Lo ahorcaron el 29 de enero de 1810. Antes de morir expresó: “Compatriotas, yo muero, pero la tea que dejo encendida nadie la podrá apagar, ¡viva la libertad!”.
Esa es la ciudad, la ciudad de todos, la ciudad fraternal abierta a quien llega a sus puertas y penetra en el maravilloso universo de cotidiana existencia. Pero no es solo la ciudad; La Paz, “cuna de libertad y tumba de tiranos”, se amplifica por todo el departamento, también de fiesta en fechas julias, porque cada provincia, así como los 10 millones de bolivianos, se enorgullece de aportarle vida a la patria soberana.
Desde el teleférico asoma La Paz que jamás desaparece. Se encuentra presente el escenario de ayer, y desde la cabina observamos la coexistencia de todos sus barrios. Se extiende como un aguayo infinito y multicolor, abierto a la esperanza hecha canción, bajo el cielo de un azul inmaculado que despista al invierno y abre sonrisas en la multitud caminante por sus calles, llenas de alegrías y tristezas; inspiración de poetas que desmigajaron sus ideas para cantarle con sentimiento estrofas arrancadas de la preciosidad de un entorno, que la encierra entre cumbres elevadas, escoltas del excelso Illimani. Sus tres picos elevados al cielo como virtudes teologales en oración hacen del grandioso nevado la eterna postal de bienvenida al visitante.
Los reinos de la naturaleza se extienden por todas sus provincias, donde lo atractivo nace desde su propia tradición apoyada en el arte: música, literatura, pintura, fotografía y escultura; en creatividad de personajes nacidos en cada región, cuyos nombres se escriben en los anales de la cultura boliviana. La belleza incomparable del lago Titicaca, bendecido desde el santuario de Copacabana, aún nos deja escuchar a 1.000 sirenas con sus voces de cristal. Alcemos una copa para celebrar a La Paz en su día memorable, así como a los forjadores de la ínclita ciudad.