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Una historia llena de recovecos

Lo ocurrido en los últimos tiempos en Bolivia podría inspirar a una buena pluma para hacer una excelente novela. Si en el Gobierno o en la oposición hubiera algún escritor dotado del arte de imaginar esta historia, podría ganar millones y ser comparado al genial Gabriel García Márquez. En la dificultad de identificar a un tal personaje, pienso que los hechos ocurrieron efectivamente.

Sin embargo, conviene ser prudente esperando el desenlace final. La prudencia exige no hacer juicios apresurados de valor sobre los diferentes actores, en particular sobre la señora Gabriela Zapata. Maltratarla es contribuir a abortar un proceso de gran importancia. Algunos comentarios sobre ella son denigrantes, machistas e infamantes con relación a las mujeres. Por otra parte, entran en el juego de aquellos que no quieren que se sepa la verdad, denigrándola para desacreditar lo que pueda decir. No puedo retener mi tentación de señalar que muchos comentarios se refieren a la vida sexual de esta señora, como si los críticos, hombres y mujeres, pudieran lanzar la primera piedra. Para colmo, alguna gente piensa que los hombres pueden hacer lo que quieren, no así las mujeres. Si ese planteamiento hipócrita se cumpliría, ello significaría que los hombres tendrían que relacionarse entre ellos.

Como verán, en esta novela llena de puertas uno se sale rápidamente por ellas. Hablamos del hijo del Presidente que existió o no, y de la alegre vida amorosa de la señora Zapata, desviando nuestro interés de lo realmente importante: ¿hubo o no corrupción?

Esta historia me recuerda a la de Verónica Franco, nacida en Venecia en 1546. La leyenda dice que fue una cortesana culta que frecuentaba los mejores hombres de la época gracias a su sapiencia. Hoy en día, la sapiencia se mide con la cantidad de dinero que se puede ganar. La cultura, como poder en otras épocas, ha sido reemplazada por la política. Gabriela es la Verónica Franco de nuestra época. Quisieron quemar viva a Verónica, eso es lo mismo que el poder quiere hacer a Gabriela. Algunos de los que desean acallarla estuvieron alguna vez en su cama. Su antiguo amante, admirado y amado por la doncella, la mandó a prisión y la hace víctima de todo tipo de humillación. Esperaban San Juan para quemarla. El amante desamorado goza de privilegios constitucionales y la opinión pública piensa que siendo hombre puede hacer lo que le venga en gana. Gabriela, acurrucada en su celda, se muere de miedo ante las amenazas del poder y al igual que a Verónica Franco, a quien se la quiso obligar reconocer que era bruja, declara todo lo que le ordenan.

¿Nos hemos vuelto a salir por una de las puertas abiertas de esta historia? Sí, sin lugar a dudas. Pero se justifica, pues todo fastidia: el machismo, el abuso, la violación de los derechos humanos, un abogado en prisión por defender a la dama, la detención y tortura psicológica de Gabriela, la corrupción, la propaganda insulsa y la contrapropaganda ingenua, la mediocridad de la oposición, las beatas, los y las hipócritas que ocultan sus deseos y desvaríos sexuales, la falta de definición política de los jóvenes, la indiferencia ciudadana, los caprichos del Presidente, la expropiación del hipódromo de Cochabamba, etc.

Y seguimos hablando de la alegre vida de una señora, olvidándonos de muchas anormalidades, en especial de los posibles e importantes casos de corrupción que hicieron nacer esta historia y en los que presuntamente podrían estar implicados miembros del Gobierno, una o varias empresas chinas y varias bolivianas. ¿Qué hacer?