¡No con un escritor!
Son 'seres raros' que viven la vida o la dejan pasar cautivos a su oficio y adictos a ese vicio solitario
Con cualquiera, menos con un escritor!”, es lo que un reconocido narrador cochabambino le habría manifestado, sobresaltado, a su hija cuando ella le sugirió que le gustaría casarse con un joven que se dedica a este oficio. Dice él, apoyado en su propia experiencia, tener los suficientes argumentos para oponerse a semejante “locura”, pues asegura que los escritores son “seres raros” que viven la vida, o dejan pasar la vida, cautivos de su oficio, neuróticos, adictos a ese vicio solitario de romperse la cabeza solo por encontrar el adjetivo adecuado, el verbo perfecto o el huidizo “dato escondido”.
Tal concepto (categórico) no provocaría sorpresa si no fuera porque proviene de otro escritor, con más de 30 años ejerciendo el oficio, quien no quiere que su joven hija elija como compañero de viaje a un “colega” suyo. Y por si fuera poco, cuando se refiere a ciertos estados favorables de la vida, como la “prosperidad”, la consuma con una adorable confesión: “El camino menos directo para ser rico es ser escritor”.
De estos “seres raros” se dice que nacen, y no es que se hacen. Y que su esencia es transitar en los umbrales del desquicio, poco proclives a la gloria y demasiado al derrotismo y la frustración. Pero, en contrapartida, es también cierto que sus composiciones literarias han transformado la naturaleza; y sus estudios, admirablemente fundamentados, son pilares en la construcción de nuevos modelos de desarrollo, tan necesarios en estos tiempos en que un día es más exigente que el anterior.
La escritura, en ese sentido, no sería factible sin su compañera de juego: la lectura. De ese juego nació la prosa luminosa de Miguel de Cervantes Saavedra, considerado el “Príncipe de los ingenios”, y de quien se dice que leía hasta los papeles rotos que encontraba en la calle, sin importar que una gallina los haya picoteado.
Salvando los espacios y los ámbitos, el popular guerrillero Ernesto Che Guevara convivió con tan parecida “manía”. Dicen de él que su tempranero hábito a la lectura fue determinante para moldear su personalidad y su orientación ideológica. Y que en la guerrilla, tras ser detenido en Ñancahuazú, lo único que conservaba (ya que lo había perdido todo, no tenía ni zapatos) era una cartera de mano sujeta al cinturón en la que llevaba su diario de campaña y sus libros.
Con todo, y a pesar del sobresalto del narrador cochabambino y de su ímpetu de oponerse a los anhelos de su doncella hija, resulta loable admirar no solo el legado, sino también la vida de tantos escritores que día a día sueñan con mundos distintos o deambulan leyendo huellas en el piso para descifrarlas, recomponerlas y estamparlas en el papel en forma de palabras, de frases, de novelas… Muchos, con las manos llenas de humanidad.