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Compromiso(s) por la equidad de género

El pasado fin de semana se hizo público un manifiesto denominado “Compromiso por la Equidad de Género”, en el que figuran una treintena de hombres que acuden con frecuencia a espacios públicos de intercambio de ideas, y en el que se comprometen a no participar más de estos eventos en caso de que no haya en ellos representantes mujeres.

En su columna semanal en otro diario Mónica Novillo, de la Coordinadora de la Mujer, señala que este documento da cuenta del siguiente mensaje: “Las batallas por lograr mayor equidad no son solo de las feministas, sino también de aquellas personas que se identifican con el objetivo de desmantelar el sistema patriarcal”; y creo que este es el principal valor que se le puede asignar al mencionado compromiso.

Ante el escepticismo y las varias críticas que se han cernido sobre el mismo, estaba el cuestionamiento sobre la falta de acción ante —se sabe— un documento construido y constituido sobre palabras. Se trata, pues, de un escepticismo lógico y hasta válido. No existe honestidad en ningún discurso en tanto no devenga en acciones concretas.

Apenas dos días luego de hecho público el compromiso, uno de los firmantes tuvo la oportunidad de dar cuenta de que, en efecto, lo ideal y lo esperado en torno a este documento es pasar a la acción. En el marco de la “semana autonómica”, en un conversatorio sobre autonomías indígenas (ese otro compromiso-país) organizado por el ministerio del área, el exsenador Adolfo Mendoza optó por retirarse del mismo, señalando que el compromiso al que hacemos referencia “tiene que ver con principios democráticos que se han discutido también en las autonomías indígena originario campesinas, y que ya no se trata de valores de la democracia representativa, sino de la democracia intercultural”.

El gesto del exsenador es importante no solo porque da alguna luz respecto al cumplimiento del documento en cuestión, sino porque además plantea algunos desafíos mucho más profundos que giran en torno a un mayor compromiso por la equidad.

El primero es para quienes tenemos algún grado de decisión en el planteamiento de espacios de deliberación y diálogo público (presentaciones, coloquios, conversatorios, etc.). Quienes tenemos el privilegio de plantear la agenda y la logística de los mismos, tenemos sobre todo la responsabilidad de que, en este país y en este tiempo, se garantice la presencia de mujeres en estos espacios. Toda mesa de planificación en la que alguien recuerde que todo (desde la agenda, pasando por los contenidos y las acciones) debe considerar a las mujeres, será una institución más que se sume a esta causa.

Y el segundo desafío es mucho más complejo, pues tiene que ver  con la diversidad y la pluralidad; con la idea de que la calidad de la deliberación pública depende precisamente de la capacidad de incluir renovadas voces y actores; con la entrañable idea de que una democracia intercultural solo puede existir en la medida en que sea paritaria. Una democracia donde nos comprometamos, por la equidad de género, todos y todas.