Las medidas de las enormes cantidades de información que se requieren procesar actualmente son terabytes, petabytes, zettabytes, exabytes, yotabytes, entre otras; definen miles de millones de puntos de información, varios de los cuales se actualizan cada segundo.

La complejidad de la información se ha incrementado no solo por la multiplicada capacidad de producción de información, sino porque estas enormes cantidades usualmente están incompletas o tienen errores, porque están en varias bases de datos, no solo en una, y esas bases de datos tienen estructuras diferentes, aún más y peor, algunas repiten información de formas que no siempre permiten compararlas. Se requiere, entonces, integrar bases de datos, que no es lo mismo que crear una uniendo todas, sino dejar que cada una viva su vida, pero que respondan eficientemente a consultas que se les hacen, a pesar de sus diferencias. Y encima, se requiere que todo esto se haga rápido.

Estos problemas se resuelven con formas de pensamiento abstracto que responden a esa complejidad, con bases de datos semiestructuradas relacionales o de grafos que recuperan no solo elementos, sino relaciones y, ante todo, con algoritmos que buscan la simpleza para que los procesos en las bases sean rápidos; una pequeña fracción de segundo más de tiempo en el proceso de cómputo determina que un algoritmo no es tan eficiente. Todo esto para que, por ejemplo, los usuarios tengamos sugerencias de películas, videos u otros artículos cuando navegamos en internet y que sean buenas sugerencias, pero también para que las empresas puedan afinar su marketing y ofertarnos productos y servicios, sea que los necesitemos o no. Y también para que los gobiernos desarrollen políticas públicas que respondan de mejor manera a las necesidades de los ciudadanos, haciendo más eficientes los servicios de transporte o la distribución del agua, por ejemplo. Lo que ya sucede en varios países del mundo y de la región.

Esta es una faceta de la máxima que señala que “la información es poder”, aunque en realidad la información no es poder por sí sola. La información es poder para quienes saben procesarla. Procesarla en el sentido de leerla, entenderla y crear nuevo conocimiento a partir de ella.

Para esto se requiere científicos capacitados que puedan elaborar esos algoritmos para interpretarla. Prácticas como ésas son las que concentran el poder. En ese momento la información sí es poder.

A esto se refiere la noción de soberanía tecnológica y científica. ¡Qué difícil es crear nuevo conocimiento en condiciones aún tan básicas! Pero es el único camino en este mundo que cada vez concentra más poder alrededor de procesos de información.