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Tuesday 16 Apr 2024 | Actualizado a 01:05 AM

21 de julio de 1946

/ 30 de julio de 2016 / 04:00

Hace 70 años, Bolivia era el país más atrasado y pobre de las Américas, cuando el mundo festejaba alegremente el triunfo de los aliados europeos, americanos y soviéticos sobre las potencias del eje Berlín-Roma-Tokio, que en esa época representaba el “imperio del mal” de turno. Las pocas agencias noticiosas existentes difundían los horrores cometidos por los vencidos y el heroísmo sin par de los victoriosos. Seis años antes, bolivianos desorientados en bares y cantinas se dividían en acólitos de uno u otro bando del lejano combate europeo. Los incipientes partidos nativos hacían lo propio: piristas (Partido de la Izquierda Revolucionaria, PIR) y movimientistas (Movimiento Nacionalista Revolucionario) se enfrentaban, con análisis de coyuntura correspondientes. Los primeros quedaron en ridículo cuando Hitler se les volvió simpático al pactar con Stalin en Munich; y ante el fracaso del contubernio, su dialéctica resultó irrisoria. Asimismo el antiimperialismo del PIR entró en receso apenas Estados Unidos se plegó a los aliados.

En Cochabamba, aún de muy niños nos interesaba la política, y pegado el oído a la radio, apenas el “ojo mágico” se alumbraba, escuchábamos las últimas noticias, y el 21 de julio de 1946 nos enteramos, aterrados, que una chusma alcoholizada había asesinado a Gualberto Villarroel y colgado en un farol su sanguinolento cadáver. Los cordeles, el alcohol y los agitadores fueron provistos por la “rosca” minero-feudal, a través de sus operadores camuflados en un risueño Frente Democrático Antifascista, y el comité tripartito de supuestos maestros, universitarios y obreros, promotores de huelgas inmotivadas y de revueltas callejeras.

La historia no tardó en desenmascarar esa asonada, y en 1952 elevó al nivel de héroe nacional al presidente mártir, quien fue inmolado antes de cumplir 38 años. Villarroel fue el fundador de la logia Razón de Patria (Radepa), compuesta por jóvenes oficiales inquietos por el porvenir del país y no por suscribir acelerados contratos para recibir las comisiones habituales (como ahora). Ellos fueron militares de honor y de valor. Ese colectivo armado se nutrió de la teoría nacionalista y anticolonialista pregonada por Carlos Montenegro, Augusto Céspedes y Víctor Paz Estenssoro, para intentar en escasos tres años recuperar a Bolivia de la opresión de la gran minería, evasora de impuestos y masacradora de obreros; organizar el primer congreso indígena e instaurar una política externa independiente. Radepa también desafió a los imperios vencedores y a sus epígonos criollos que fraguaron, ya en 1944, documentación denunciando un imaginario putch nazi estimulado por la embajada alemana. La disuasión de la intriga provocó reacciones exageradas entre los mandos radepistas, que ordenaron el fusilamiento de algunos opositores al régimen. Esa medida, indudablemente desafortunada, sirvió para descalificar a Villarroel y a sus amigos, e inventar un catálogo de atrocidades inexistentes con el propósito de inseminar en el pueblo un sentimiento de odio hacia el Gobierno.

La pequeña historia registra muchos episodios acerca de los dramáticos momentos que culminaron con la muerte de Villarroel: la traición de José Celestino Pinto, ministro de Defensa; la indefectible lealtad de su edecán, Waldo Ballivián, quien junto al secretario privado Luis Uría de la Oliva también terminaron ahorcados junto al presidente. Por último, la terquedad de Villarroel de resistirse a abandonar el Palacio Quemado, manifestando su honda decepción por la incomprensión popular.

En 1958, 12 años más tarde, entable diálogo en Londres y Bruselas con Alberto Trujillo de la Barra, principal dirigente tripartito en la toma del Palacio, y con toda sinceridad me confirmó los detalles estratégicos que señalo más arriba, reconociendo la astuta manipulación foránea en aquella tragedia y la sinuosa conducta del PIR que terminó por coaligarse con gobiernos oligárquicos y dictaduras militares. Triste destino de quienes ligan su ejecutoria nacional a controles remotos que tienen ambiciones ajenas al interés nacional.

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La trampa de Trump

/ 26 de marzo de 2016 / 04:00

Cuando el 15 de junio de 2015 el multimillonario Donald J. Trump lanzó la frase asesina “¿Tenemos, verdaderamente, necesidad de otro Bush en la Casa Blanca?”, no solo aplanó la aspiración de Jeb Bush para representar al Partido Republicano en las elecciones presidenciales de este año, sino que al día siguiente anunció su propia postulación, bajo el eslogan “Devolver a Estados Unidos su grandeza”. Desde entonces, una avalancha publicitaria no cesa de llenar espacios en los medios de comunicación, vendiendo su producto presidenciable, tal como el empresario suele hacer con sus hoteles, sus edificios, su club de golf, sus corbatas, sus restaurantes, sus joyas, sus bistecs y sus colchones. Todo ello bajo el sello de sus iniciales DJT.

Un mes más tarde, el 14 de julio de 2015, en temprano sondeo de opinión Trump aventajaba a 15 postulantes con el 17%. Luego, el 6 de agosto, al cabo del primer debate entre los precandidatos republicanos, se dijo que el tema dominante fue Estados Unidos vs. Trump. El estilo provocador, el lenguaje procaz, la hiriente ironía y sus desplantes políticamente incorrectos parecieran seducir a la mayoría silenciosa, que por fin encuentra alguien que dice abiertamente lo que ella calla. Desde su cacareada propuesta de construir un muro en la frontera con México para impedir el ingreso de “indeseables”, hasta su idea simplona de acabar con los yihadistas y sus familiares en Medio Oriente, o su drástica opinión de rebanar recursos para el Estado de bienestar, lo muestran como el común denominador de los estadounidenses: mayúsculo patriotismo y minúscula información académica sobre la problemática económica interna o las relaciones internacionales. Su enérgica posición contra el establishment, rechazando a los íconos demócratas o republicanos por igual, capta la simpatía de seguidores rurales y de la clase media depauperada. Con ese equipaje populista desde las primeras rondas primarias se ha convertido en el fenómeno electoral que arrasa con sus oponentes, para declarar, el 16 de marzo, que si sus victorias no son respaldadas en la Convención republicana, ungiéndolo candidato de ese partido, vaticina rebeliones callejeras incontenibles.

Es muy probable que Trump se vaya a enfrentar a Hillary Clinton en las elecciones del 8 de noviembre venidero, con grandes posibilidades de derrotar a la veterana demócrata, por cuanto su arremetida coincide con un contorno mundial propicio a la xenofobia y al temor que produce la ola migratoria que asola a Europa, con la secuela de los robos y violaciones atribuidos a los refugiados, excesos que espantan a la opinión pública norteamericana. Además, el factor del impulso ascendente de un outsider (un venido de fuera) podría tornarse imparable para un electorado que es más emotivo que reflexivo. Analistas desubicados por el ímpetu de DJT no tienen explicación coherente que ofrecer ante su triunfo en Florida sobre Ted Cruz y Marco Rubio, ambos de origen hispano, en un estado mayoritariamente latino. Bordeando los 70 años, padre de cinco hijos, en su tercer matrimonio y aproximadamente $us 4.000 millones en la faltriquera, DJT es de temperamento dictatorial, partidario de la violencia para imponer el orden, y de la tortura para doblegar al enemigo. Detestado por el Parlamento británico y repudiado por China, cuenta, no obstante, con la explícita admiración de Putin. La trampa de Trump, en mi criterio, radica en repetir el discurso radical republicano, culpando a la administración de Obama por una supuesta ineptitud en la agenda doméstica y por la pérdida de la hegemonía estadounidense en el mundo. Sin embargo, su estrategia para ganar la Casa Blanca terminará una vez instalado en ella, modificará su credo electoralista enfrentado a los problemas cotidianos de esa superpotencia, y seguramente se rodeará de asesores de óptima categoría. Perón solía decir que el poder es como el violín: se lo toma con la izquierda y se toca con la derecha. Trump parece que va a invertir esa modalidad.

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Venezuela: el reto de la calle

/ 15 de marzo de 2014 / 04:30

Un fantasma recorre el mundo: la fuerza de las multitudes callejeras que reemplazan a la arquitectura electoral de las democracias endebles. Los incesantes disturbios que asedian al régimen bolivariano desde hace un mes no tienen singularidad alguna, y más bien parecen seguir el modelo desestabilizador iniciado en lo que se denominó la Primavera árabe, cuyo epicentro fue la plaza Tahrir del Cairo, ocupada por jóvenes rebeldes que lograron, al cabo de varias semanas, derrumbar la regencia treintanaria de Hosni Mubarak.

Últimamente, la toma de la Plaza de la Independencia (o Maidan) en Kiev, por una terca turba que allí se asentó por dos meses, precipitó la fuga del presidente Viktor Yanukovich e impulsó la instauración de un gobierno provisorio. Paralelamente, a principios de febrero, movimientos estudiantiles en Caracas desataron un levantamiento popular al que prontamente se plegaron partidos políticos desafectos al gobierno, y luego vecinos, particularmente de la clase media, angustiados por la escasez de alimentos, la inseguridad y los efectos de la inflación galopante que sacude la economía venezolana.
 Las operaciones antes anotadas tienen algunas características similares. 1) La chispa se enciende con mensajes transmitidos a través de las redes sociales, especialmente Facebook, frecuentadas por la juventud y los estudiantes. 2) Los  grupos que acuden a la convocatoria se aglomeran en las calles adyacentes a alguna plaza que tenga renombre simbólico de hazañas de antaño y responda a gritos libertarios que causen nostalgia patriótica. 3) Se levantan barricadas en las bocacalles, para impedir el paso de vehículos policiales y forzar a los parroquianos a incorporarse a la lucha. Es la ocasión para echar a volar la imaginación, con eslóganes, banderas y atuendos llamativos. 4) El liderazgo es amorfo y los animadores solo tienen una función perentoria. También es el momento propicio para catapultar a los audaces. 5) Mediante esas acciones se trata de atraer a los medios de comunicación nacionales y a las cadenas noticiosas externas y así difundir sus proclamas, consolidando sus reclamos.

El éxito de esa estrategia radica en la persistencia del alboroto, que indudablemente desgasta a la represión gubernamental, daña la imagen internacional del Gobierno y seduce a las fuerzas del orden para que se abstengan de usar la fuerza bruta contra sus propios compatriotas. Si bien la rebelión de Kiev alcanzó sus objetivos al cabo de 60 jornadas, la resistencia en Caracas y otras ciudades provinciales ya lleva 32 días. Contrariamente al alzamiento ucraniano, allí ha surgido un líder, Leopoldo López, ahora encarcelado, quien podría convertirse en el abanderado de las montoneras. La experiencia venezolana descansa primordialmente en una aguerrida clase media que, dispuesta al sacrificio supremo, enfrenta a la Policía ya la Guardia Nacional, apoyadas por pobladores de los barrios marginales partidarios del oficialismo. Éstos, encabezados por colectivos armados, hostigan a los revoltosos, pero sin lograr doblegarlos.

A un año de la desaparición de Hugo Chávez, moros y cristianos lamentan su ausencia, constatando que ni el carisma ni la astucia política son transferibles ni tampoco se heredan. Por lo tanto, Nicolás Maduro confronta un desgaste personal vertiginoso, con efectos negativos en las propias filas bolivarianas y, lo que es más grave, en ciertos escalones de las FFAA.

Ningún analista asegura una salida fácil a la crisis política y menos a la catastrófica situación económica. Como los mecanismos democráticos no contemplan una solución temprana, quizá se perciba que bajo la presión militar pueda pensarse en instaurar una junta de salvación nacional o surja súbitamente un militar bonapartista aceptado por los bandos en pugna que reencauce la transición democrática, llamando a elecciones anticipadas. Todas esas opciones ya están a consideración de los actores sociales correspondientes. Lo que no tiene posibilidad alguna de subsistir es el actual estado de cosas, sin pan y con muertos, bajo un liderazgo cuestionado y corriendo el riesgo de una guerra civil que, no obstante las ingentes reservas petrolíferas, convierta a Venezuela en un Estado fallido.

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